Fluir

11 1 0
                                    

Un impulso reverente me acercó a ti, cuando te vi de rodillas delante de la pared y tu frente golpeaba contra ella una y otra vez.
Llorabas afligido preguntándote, que si no habías pedido venir, por qué se te trataba así.
Pensé que algo muy pesaroso tendrías cuando te postrabas de esa manera. Tu llanto poco a poco dejó de fluir y una calma acompasada se fue haciendo dueño de ti.
Levantaste la cabeza y fijándote en mí, me miraste tristemente, mientras tus lágrimas dejaban sobre tu pálida tez, esos canalillos salados, que evidenciaban tu pena.
Puse mi mano en tu hombro y con la otra acaricie tu espalda y dándote varios toques te animé a levantarte. No sabía que tenías, pero sí, que sufrías.
Te dejaste dócilmente llevar y me contaste que tu vida desde la niñez no había dejado de penar.
Primero fuiste un niño sin hogar, abandonado a tu suerte delante de un portal. Te recogieron y se hizo cargo de ti la municipalidad.
Creciste solo, aunque rodeado de mucha gente que trasegaba cerca de ti. Apareciendo y desapareciendo tan rápido como habían llegado.
Nunca se te acercaron por amor dentro de esa institución, ni te preguntaron lo que pasaba por tu corazón.
Cuando llegaste a los 18 años, te tuviste que marchar a ganarte la vida y sin familia que te amparara te pusiste a trabajar.
Poco a poco la vida te fue ubicando dentro de una sociedad. Después conociste a una mujer que era como tu ángel celestial.
Os enamorasteis y juntos una nueva vida deseasteis comenzar. Fueron duros esos tiempos, para poder ser dueños de un hogar y luchaste denodadamente con empeño y sin parar.
Pero te sentías tan feliz de ver que por fin importabas a alguien y que existía esa presencia junto a ti, que no reparabas en nada más.
Un día tu mujer te dijo que latía una nueva vida dentro de sí. Si con ella ya eras feliz, tu corazón ante esto se derritió. ¡Que bendición tan grande te inundó!
Ibas a ser padre y darle todo el amor que a ti tanto se te negó y que la vida solo ahora te ofreció.
Miedo te daba de ser tan feliz y hasta te pellizcabas por si no era realidad y solo soñando estabas.
Cuando creías con tus dedos rozar el cielo, unos nubarrones muy grises cayeron.
Tu mujer te dejó. Sufrió un cruel accidente y murió, sin poderse salvar esa vida que latía en su interior.
Fue tanta tu pena que querías morir, y desaparecer cuanto antes de esta vida perra que solo te había hecho sufrir.
Pero no te dejé solo, te miré con los ojos del amor y poco a poco fue llenándose tu corazón de una nueva savia, llamada ilusión.
Nunca más nos separamos, tu dolor hice mío y tomándonos de las manos decidimos caminar juntos.
Hace ya muchos años que unimos nuestro destino y una nueva vida edificamos sobre tus cimientos derruidos.
La vida te quitó mucho, pero luego te restituyó con creces lo perdido. Nos regaló nuestro amor y nos coronó con las perlas que son nuestros hijos.
Después llegaron los nietos, dándonos si cabe, todavía más alegría, disfrutando con sus nuevas vidas.
Aún seguimos caminando juntos, acompañándonos, cuidándonos y amándonos cada día si cabe un poco más.
Con ello aprendiste que el escenario de la vida a veces puede ser cruel, pero que siempre que amanece un nuevo día, el sol puede brillar y la vida que vivimos cambiar.

Nunca Te Desanimes Where stories live. Discover now