El camino fue silencioso pero la chica mantenía una sonrisa en su rostro. Era 23 de Diciembre y la gente estaba eufórica. Se escuchaban las puertas abrirse y sonarse y los timbres anunciado la llegada de más clientes ansiosos o tal vez preocupados por no conseguir su regalo de Navidad o no querer hacer la cena y comprar una. Tiempo después un aroma exquisito de suaves y deliciosos croissants penetró la nariz de ambos chicos. Soltaron un suspiro al mismo tiempo y ambos se echaron a reír.

— Adelante. –Expresó Marinette que abría la puerta de la panadería de sus padres y Adrien le concedía el paso. No se hizo de rogar y la chica entró con cierto rubor en sus mejillas. — ¡Hola, papá! ¡Mamá! ¿Recuerdan a Adrien? –Preguntó mientras saludaba a algunos clientes que hacían fila para pagar, y su madre les cobraba. Ambos señores saludaron con un cálido afecto a su hija. Y su madre, tan parecida a Marinette a diferencia de su baja estatura y cabello corto le sonrió al chico, que, alzaba la mano discretamente para saludarlos.

— Claro que sí, qué gusto verte Adrien. –Respondió Sabine con una sonrisa simpática. Sus rasgos orientales al sonreír se notaban al hacer casi invisibles sus ojos.

— Invité a Adrien a la cena de hoy, espero no haya algún problema.

— Para nada, será un placer. ¿Gustan subir? En un momento los alcanzamos, vamos a cerrar. –Comentó su madre que cobraba al último cliente y se acercaba a su esposo, quien le daba un pequeño abrazo y juntos arreglaban las cosas.

Marinette le señaló a Adrien la entrada a unas escaleras que debían subir para llegar a su modesto departamento. Él por su parte estaba confundido, no se le había hecho mención de nada, pero negar la invitación a estas alturas se le hacía grosero. Cuando entró pudo observar los adornos rojos navideños de la casa Marinette, le daban calidez al lugar, y una viveza inexplicable, comparado con su hogar grande y vacío que expresaba poco color como poco amor. Dejó que la sensación y emoción del lugar lo invadieran unos instantes y tomó asiento.

— Siéntete como en casa. – Le ofreció Marinette quien se quitaba la bufanda y el gorro para colgarlos en el perchero. Adrien haría algo mucho mejor que sentirse como "en casa", se sentiría como si fuera bienvenido en una familia. Relajó sus hombros y se dispuso a contemplar a Marinette que desaparecía unos instantes entre su hogar.

Momentos después Sabine y Tom entraban a la habitación, ambos satisfechos por un excelente día de trabajo; no abrirían mañana, ni pasado, ¡La jornada de la semana ya había terminado! Una deliciosa cena posaba en la mesa. Pan caliente, ensalada de mango con espinaca y zanahoria, y de platillo principal un apetitoso Quenelle.

Adrien no podría explicar cómo la boca se le hacía agua con todo lo que se posaba frente sus ojos; ni siquiera la comida que su chef personal le servía se miraba tan exquisita como eso. La familia se sentó alrededor de la mesa, y dieron una pequeña oración antes de cenar. Con curiosidad, Adrien escuchó las oraciones que la señora Cheng expresaba, su madre solía hacer lo mismo antes de irse de la casa. La disfrutó y repitió de corazón, terminando todos con un "Amén".

Comieron y rieron a gusto. Para el chico le era una sensación extraña mirar la mesa ocupada y que de hecho hacía falta espacio. Tom, contaba historias graciosas de la clientela el día de hoy, y algunos accidentes al hornear el pan. El celular de Adrien vibró y notó que era a causa de un mensaje de su padre "¿Dónde estás?" Leyó en su mente mientras sonreía de lado. "Te ordeno que vuelvas inmediatamente". Un suspiro pesado salió de sus labios y Marinette lo observó con atención.

 — Debo irme. –Dijo Adrien con cierta pena, él no quisiera marcharse, pero a menos de que quisiera algún ojo morado debía obedecer a su padre.

—¡Oh! ¿No te quedas al postre?-Comentó Sabine algo cabizbaja. Levantándose de la mesa después.

 —Lo lamento mucho en verdad, pero mi padre me necesita y debo obedecerle.

 —Vaya, ojalá Marinette fuera tan obediente como tú. –Reprochó la mujer provocando que su hija bufara, todos en la mesa soltaron una pequeña risita. Adrien se dispuso a ponerse de pie y Marinette le siguió. Para su sorpresa ella le esperaba con un abrigo  algo "viejo" de su padre, y con viejo me refiero a que era de hace algunos cuantos años atrás cuando su padre era un poco más delgado.

 —Te quedará algo grande, pero ya no sufrirás de frío. –Le respondió mientras le entregaba el abrigo y él le miraba consternado. – Te acompaño a la entrada. – Continúo mientras se colocaba su abrigo.

 —Antes de que salgan. –Anunció Sabine antes de que los chicos desaparecieran del departamento. – Toma Adrien, para camino a casa.

 —Muchísimas gracias, señora Cheng. –Expresó con gratitud al recibir una pequeña  bolsa que contenía las crepes con chocolate que serían de postre y dos termos de café  de olla. – La cena estuvo estupenda, cocina maravilloso.

—No hay porqué Adrien, ¡Eres bienvenido siempre!

— ¡Felices fiestas! –Comentó el matrimonio antes de que Adrien y Marinette salieran.

Había un silencioso incómodo. Marinette sobaba su cuello y Adrien se limitaba a mirar el piso. Ambos caminaban por la acera, sintiendo la nieve en sus pies, y ambos pensaban en qué decir, cómo comenzar. Cada uno tenía su termo y bebían discretamente de él, el olor del café y lo caliente que estaba humedecían sus labios resecos y coloraban de rojo sus narices.

— Gracias, Marinette. –Se atrevió a decir el rubio al final mientras la miraba de reojo. –Por la cena, el café, el abrigo y...

— No hay nada qué agradecer, Adrien. –Comentó Marinette interrumpiéndolo mientras seguían caminando y ella ofrecía una pequeña sonrisa.- Sé que casi no cruzamos palabras, pero quiero que sepas, que si necesitas algo, no dudes en buscarme. Sé que a veces las cosas parecen tan complicadas, pero a la distancia son pequeñas; y puede que este año no estemos cómo quisiéramos o en dónde quisiéramos estar, pero somos libres, estamos vivos, ¡Hay tanta esperanza que compartir y sentir! No estás solo Adrien, nunca lo estarás. –Dijo Marinette tomando su corazón en manos, y sobando el hombro del chico que la miraba algo triste. Un impulso en él lo llevó a abrazarla, y con las mejillas rojizas ella correspondió el afecto.

—"¡Pero miren nada más! Que la Navidad no es sólo regalos, luces brillantes y hermosos árboles en nuestras casas"— Se escuchó una voz detrás de ellos. —"Amor, plenitud y compañía hacen presencia, ¡Suerte han tenido! ¡Están bajo el muérdago!"— Dijo el señor que salía del establecimiento del cuál ellos se habían detenido a charlar alzando la vista al techo. Un hermoso y desapercibido muérdago les hacía burla.

  —"¿Qué esperas? ¡Bésala ya!" 

Un cálido abrigo y dos tazas de café.Where stories live. Discover now