Cada broma era realizada con su autorización, si algún muchacho era molestado injustamente o en exceso, ella era la persona indicada para detener la mofa; si alguno de sus compañeros necesitaba las respuestas para un examen o una interrogación, ella se encargaba de que los chicos recibiesen las respuestas de alguna u otra forma, aunque fuese completamente errónea; e inclusive, las guerras y peleas que se realizaban entre los huérfanos con alumnos de los institutos cercanos al Santa Lucía, los planeaba, organizaba y dirigía ella misma, naturalmente.     

Si la lavandera, luego de un día entero de lavar sábanas y tenderlas al sol, encontraba su trabajosa hazaña cubierta de lodo; si cuando el profesor llegaba a la sala y se topaba en el pizarrón con una obscena caricatura de él, llena de ofensas e injurias contra su persona; si los huérfanos se paraban de sus asientos a aullar como lobos todos al unísono y a una determinada hora a pesar de estar en horario de clases; si el maestro de música perdía extrañamente su peluquín negro y lo encontraba, luego de pasearse por todo el establecimiento buscándolo con su reluciente cabeza calva, sobre el cráneo del esqueleto de la sala de ciencias; si se perdían los postres del almuerzo o los cigarrillos del profesor de matemáticas; si la maestra de lenguaje lavaba su cabello con pegamento blanco en vez de champú, o si el director despertaba completamente maquillado al igual que un travesti después de su siesta de la tarde; era obvio, todos sabían que la idea había sido planeada por Luna y ejecutada por ella misma y algunos cuantos enanos más que se le unían en el acto cuando ella les exponía sus descabellados planes.       

Los profesores no podían dejar de preguntarse cómo una chica de rostro tan angelical como el de ella podía tener ideas tan disparatadas y ser tan cretina, astuta y jodida; ni tampoco dejaban de cuestionar el motivo y la naturaleza de aquella excesiva autoridad y rebeldía, tan extraordinarias para su edad, que dejaba a los profesores pasmados y boquiabiertos. Es que, ¿cómo alguien tan tierna y alegre, podía llegar a ser tan temida y malévola?

Habían transcurrido nueve años desde la llegada de Luna al orfanato, ya no era tan niña como antes, sus facciones parecían haberse vuelto más finas al tiempo que su cabello encontraba el equilibrio perfecto para destacar a la par con sus grandes ojos verdes; sin embargo, la frecuencia de sus travesuras ni la de sus visitas a la oficina del director para ser reprendida por éstas, parecían no cesar. El único cambio efectuado, aparte del aspecto físico, era en el mayor grado de organización de sus planes, ya de por sí maquiavélicos para su edad y sexo, y en el mayor control ejercido sobre los internos, incluso, sobre algunos profesores varones. Estos últimos experimentaban una drástica transformación de conducta bajo la intensa mirada de la muchacha, de manera tal, que ya no se sentían capaces de alzare la voz para llamarle la atención ni menos aún para castigarla. Es que su rostro, que aún conservaba aquella tierna forma de infante, no era el mismo con aquella resplandeciente mirada esmeralda. Muchas veces los maestros debían recordarse a sí mismos que Luna sólo era una niña, cuando la veían atravesar los pasillos del albergue rodeada por los demás chicos quienes, se ordenaban según su grado de jerarquía en el orfanato, como una pandilla dentro de las callejuelas de una ciudad. Su rostro risueño y su gracia innata para caminar los dejaba completamente atónitos, olvidándose incluso, de lo que hacían en esos instantes por dedicarse a verla pasearse por una sala o subir las escaleras; y ella, aún más consciente de la fuerza de su poder sobre éstos, conseguía cuanta cosa le fuese posible: autorizaciones para entrar más tarde a clases, el cambio de fecha de algún examen, obsequios, libros, hasta a veces, alguna prenda de ropa nueva. Ella conseguía todo lo que deseaba o imaginaba, excepto una cosa; la codiciada familia.        

Sinceramente, la cuestión de la familia a ella la tenía sin cuidado; sus amigos eran las únicas personas que necesitaba para ser realmente feliz, a lo cual, siempre que algún matrimonio llegaba allí para llevarse a uno de los pequeños, su corazón estallaba en tristeza, descargando su furia en cualquier jugarreta que molestase al director. De esa manera podía mantener ocupada la cabeza en otra cosa y no en la pena que le producía alejarse de alguno de sus pequeños. Cuando esta situación ocurría, Luna enviaba a uno de sus pillos y enanos reclutas de confianza a investigar a la oficina del director, quien se escabullía como una rata entre los muebles, registrándolo todo acerca del chico que sería adoptado. Le gustaba saber con anticipación a cuál de sus compañeros se irían a llevar, de esta manera se hacía más fácilmente a la idea de que ya no podría seguir compartiendo con él o ella nunca más. El trabajito se hacía en estricto secreto y generalmente por una sola personita, de modo que los resultados de la investigación sólo fuesen conocidos por ella y el mini espía; evitando así la expansión de un rumor que sólo traería conflictos y peleas entre los huérfanos, ocasionadas simplemente por la envidia. 

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