y se apaga con las lágrimas.".

¡Menudo tostón! Pero, ¿quién escribirá estas cosas? Paso páginas a toda velocidad, todo el contenido tiene el mismo tono positivo y alegre, digno de una fiesta de almas en pena. Cierro y el libro para mirar la contraportada. Hay una fotografía en blanco y negro. ¡Es el barquero de la Laguna Siniestra! Esto lo explica todo. En la imagen posa mirando hacia el infinito, fingiendo que no sabe que le están viendo, aunque se ve a leguas que es un posado.

—¿Me lo compro? —pienso. Me río —. Venga no. Lo dejo en la estantería.

Me giro y me pongo al lado de mi colega, que está inclinado sobre su libro leyendo absorto. Me asomo a ver el título del capítulo qué está leyendo. "Explosivos caseros. El noble arte del cantero".

—¿Puedo ayudaros? —oigo a mi lado al tendero que nos pregunta con amabilidad.

—Querríamos estos ingredientes —contesta el caballero señalando la página del libro.

—¡Claro que sí! Un momento —El tendero comienza a recorrer con velocidad sus estanterías, cogiendo de ellas tarros y pequeños saquitos. Pronto está de nuevo a nuestro lado con todo lo necesario—. Aquí tenéis.

—¿Ésto servirá? —dice el caballero enseñándole las monedas.

—Sí. Es más que suficiente. Una moneda tan solo es más valiosa que todos los productos que me has demandado —contesta el tendero abriendo mucho los ojos.

—No importa. Quédatelas.

—Muchísimas gracias.

Salimos de la tienda y volvemos a caminar sendero arriba, hasta llegar de vuelta a la boca de la montaña por la que salimos. No se oye venir ruido del interior, por lo que supongo que Maxitauro no andrá trotando cerca. Podemos actuar con tranquilidad.

— Creo que no recuerdo muy bien la fórmula —dice el caballero riéndose.

—¿Hablas en serio? —No puede ser.

—Sí, pero estoy casi seguro que sé cómo era. Antes de nada voy a hacer una prueba con esa roca de ahí. —Me señala a una roca enorme, como de cinco veces nuestro tamaño de alto y ancho.

Se acerca al pedrusco y se agacha a su lado. En su base, comienza a colocar ingredientes de todo tipo: unos polvos, unas hojas secas que rocía con un líquido de una probeta... Al cabo de unos pocos minutos empieza a salir una especie de humo violeta de su improvisado laboratorio campestre.

—¡Corre, corre! —grita de repente.

Corremos en dirección opuesta al peñón, hasta llegar a una zona completamente guarecida desde la que podemos observar con seguridad. Al cabo de unos pocos segundos de silencio, una explosión muy violenta hace que todo se estremezca. El volumen del sonido es tan alto que, a pesar de que sabía que ocurriría, doy un salto cuando la oigo. La roca, en vez de romperse, sale volando hacia arriba. Empieza a subir y a subir y a subir... Como si fuese un cohete espacial.

El caballero se queda con cara de bobo, completamente pasmado con la boca abierta mirando hacia arriba, en dirección a la mole rocosa. La vemos mientras se aleja de nuestra posición más y más, a la vez que continúa subiendo. A los pocos segundos, su velocidad de ascenso se reduce, hasta que por fin comienza a bajar, muy lejos de nosotros. No sé a qué distancia puede estar, pero ahora mismo su tamaño en mi vista es el equivalente al de un garbanzo en mi mano.

La roca desciende a lo lejos mientras se aleja todavía más, hasta que la perdemos de vista cuando llega al suelo. ¡Menudo desastre!

El caballero sigue embobado mirando en dirección a la zona de aterrizaje de la roca y observando su chapuza. Después de unos pocos segundos con la boca todavía abierta, sonríe y me mira.

—¡Es esa la receta! —dice mientras empieza a moverse hacia la entrada de la gruta con paso acelerado.

—¡Oye! Controla las cantidades, ya has visto el resultado de antes. —Tengo que avisarle, es capaz de derrumbar la montaña entera. Con nosotros aquí arriba, por supuesto.

—¡Claro! Ahora usaré menos cantidad que antes.

El aprendiz de cantero se coloca en la gruta y escala por una de sus paredes laterales. Comienza a realizar todo el ritual de la receta. De repente, desciende deprisa. Es la señal, hora de correr de nuevo.

—¡Vamos! —grita con una sonrisa resplandeciente en la cara. Para mí que esto le está gustando.

Salimos pitando y nos alejamos de la entrada. Nos vamos hacia un lateral para que si alguna roca rodase fuera de la trayectoria prevista, no nos arrolle. Una nueva explosión me sorprende. La sucede ruido de rocas golpeándose entre sí. Varias piedras de enorme tamaño han caído desmontando toda la entrada hasta que ésta queda completamente bloqueada. El caballero, con los brazos en jarras sobre la cintura, se queda observando con gesto orgulloso su obra durante varios segundos.

—A otro menester, lepidóptero —comenta tras su regocijo. Se sacude las manos y comienza a andar.

Creo que acaba de decir "a otra cosa mariposa". Le sigo y abandonamos la zona.

Sandwich de dragónWhere stories live. Discover now