Capítulo 55

1.1K 100 0
                                    

Un hombre no debería tener que buscar a su amante; un hombre debería cruzar el umbral de su casa y encontrarla allí esperándolo, hermosa y envuelta en el aroma de un suave perfume, con una sonrisa en los labios y una bebida fría para él en la mano.

Al salir al patio se detuvo y miró el sol, que estaba hundiéndose en el horizonte, con el ceño fruncido. Lo que lo enfurecía aún más era la frecuencia con la que olvidaba que Dulce no era su amante de verdad. 

Era peor que un adolescente, dejando que fuera su entrepierna la que rigiera sus actos y no su cerebro. 

Había tenido que ser la reunión de trabajo de ese día con su equipo la que le había recordado cuáles eran sus prioridades y sus objetivos. Le habían confirmado, como era de esperar, que Santiago Espinoza estaba aprovechándose de la asociación que habían hecho los medios entre su hermana y él para usar el apellido Uckermann como moneda de cambio con un buen número de inversores.

Según parecía el odio que le tenía no estaba impidiéndole fingir que eran como uña y carne. Lo cual significaba que todo estaba encajando, y que lo único que él tenía que hacer era doblar la apuesta para que cuando diera el golpe de gracia, Santiago Espinoza sufriera un buen descalabro en sus propias carnes, un golpe que le dejara cicatrices. 

Y sabía exactamente cómo hacerlo. Justo en ese momento oyó un ruido, y cuando se volvió vio a Dulce, emergiendo de entre los arbustos al borde del acantilado con su cuaderno de dibujo en la mano. 

Se había recogido el pelo en uno de esos moños que detestaba, llevaba unos vaqueros con los bajos remangados, una camisa que le quedaba grande, y unas sandalias.  

Christopher: Mírate... –dijo sacudiendo la cabeza–. ¿Qué has estado haciendo?, ¿trepando por el acantilado?

Dulce: Por supuesto que no –replicó con la cabeza bien alta mientras se acercaba a él–. ¿No me dijiste esta mañana que preferirías que dibujara paisajes? Sólo estaba obedeciéndote. He estado dibujando rocas, árboles... Como tú me ordenaste.

El matiz sarcástico en su voz lo enfureció aún más, y el brillo altivo en su mirada lo provocó. 

Debería estar insinuándosele, comportándose como una amante. 

¿Acaso no era ése el motivo por el que estaba allí? En cambio, desde el principio se había mostrado desafiante. Incluso en ese momento estaba haciéndolo, aunque no estaba seguro de que lo hiciera de un modo deliberado. Tenía la impresión de que era provocadora por naturaleza.

Christopher: Tú... –masculló ceñudo– debes de ser la peor amante de la historia desde que el mundo es mundo.  

Por Amor & VenganzaΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα