Trate de ocupar mi mente para no pensar en la conversación que tuvimos. El pueblo era hermoso y muy pintoresco, caminábamos por la calle principal, todas las personas que pasaban por ahí miraban a Sophie con tanta sorpresa y admiración, como si fuera algo nuevo que nunca habían visto. Paseamos por un largo rato, hasta que decidimos regresar a casa. Caminé hacia la cocina y ahí me encontré con Iliana –Hola, Valentine ¿Cómo dormiste? –su voz tenía una nota de interés. –Muy bien, la verdad descanse mucho, que lindo de tu parte al preguntar. –soné divertida. – ¿Quieres comer? ¿Por qué puedo preparar algo? –sacaba una olla y la colocaba en el fuego. –La verdad si tengo mucha hambre. –agregue. –Yo pongo los platos, uno para ti… –No gracias, yo ya comí, pero puedo acompañarte –me interrumpió. –No he visto a Elena, Aris ni a Katy ¿en dónde están? –giré la cabeza en varias direcciones. –Ellas –se quedó pensativa. –Salieron, vuelven en la mañana. –Qué raro, bueno no importa supongo que tienen cosas que hacer. –decía mientras servía comida en mi plato.
Ese día después de estar en la cocina decidí ir a caminar al bosque yo sola, salí de la casa y comencé a caminar y caminar sin rumbo, pensaba en lo raro que había sido la conversación que tuve con Sophie, lo extraño de su pregunta y en que se basaba para decir eso. Como podía dudar que ellas eran buenas, claro que eran buenas mejor dicho geniales, más que geniales, sobre todo Elena que sin escatimar me acogió en su casa y me brindó cariño. Regresé a la realidad, era tardísimo ya había oscurecido y no veía nada, camine en una dirección pero no veía casi nada así que tropecé y caí al suelo, me quedé recostada pues estaba algo cansada, cerré los ojos, empezaba a quedarme dormida cuando escuche un grito lastimoso de algo que parecía un ciervo.
Me levanté rápidamente y corrí en dirección al grito cuando llegue encontré el cuerpo del ciervo tendido en el suelo, comencé a ponerme nerviosa, sentía que algo más estaba ahí, comencé a ponerme muy nerviosa; me levante de la posición en la que estaba y dirigí mi vista hacia arriba me percaté de que había algo en un árbol pero no lo podía distinguir muy bien pues las sombras no me dejaban. La bestia emitió un gruñido y dejó ver sus relucientes dientes, me espante y grité. Después de unos segundos el animal salto sobre mi cabeza y se detuvo a pocos metros de mí, pude verla con mayor claridad; no era un oso ni un lobo, jamás la había visto. Estaba erguido y se me quedó mirando fijamente; de repente escuche un grito
Capitulo Cuatro: Amistades.
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