Capítulo I - Ciudad de los Sueños

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Interludio


«Prometerás a Dios y a tu señora Santa María que mantendrás tu castidad inalterable, pues tu cuerpo no es más que una herramienta al servicio de su voluntad.

Nada tendrás, al igual que tu señor Jesucristo, pues nada te pertenece, ni siquiera tu vida.

Servirás a Dios como el más pobre de los mortales, sin dudar de sus designios, hasta el día de tu muerte.

Prometerás a Dios tu señor, ante los ojos de este pobre hombre, que protegerás su casa, la Casa de los Justos, y nunca abandonarás el camino que te muestra.

Soportarás dolor, aguantarás insultos, pasarás hambre y sed. Derramarás tu sangre, y la sangre de otros; pues eres esclavo de esta casa, y de Cristo, nuestro señor, y has jurado cumplir su voluntad.»

Jamás olvidaré el día que escuche esas palabras. Aún hoy, cada rincón de mi cuerpo se eriza al recordarlas. He intentado encarcelar los recuerdos de aquellos días, pero es inútil; supongo que, por más que intentes encerrar al diablo, siempre encuentra la forma de escapar.

No sé por qué, pero he decidido terminar de escribir el diario que comencé hace tanto tiempo. Sí, he a vuelto a coger ese montón de papeles que fui incapaz de quemar, y voy a enfrentarme a la herida que aún guardo en el alma. Sé que tarde o temprano, estas páginas llegarán a tus manos. Pero ya no importa; hace tiempo que dejé de temerte.

He decidido contar tu historia; más bien nuestra historia, pues accidentalmente soy parte de ella. Pero no contaré lo que te gustaría escuchar; a pesar de lo que pueda sucederme, he de ser fiel a lo que realmente ocurrió.

Espero que aún recuerdes a Thomas, porque yo no lo he olvidado, y tú nunca deberías hacerlo. Prepárate, pequeño Thomas, pues toda historia tiene un principio; y todo comenzó contigo...


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Una leyenda, antigua como los primeros hombres, asegura que algunas historias tienen un eco tan doloroso, que saltan de un libro a otro, en busca de la paz que les permita descansar. Quizás por eso, esta historia comienza así...

Sombra miró a la figura que descansaba sobre la cama, sumida en un sueño agradable y sereno. La oscuridad no le permitía ver el rostro de aquella mujer, aunque sabía que era joven; demasiado joven para morir de aquella manera.

Tocó el collar que el hombre de negro colocó sobre su cuello. Disfrutó del tacto del cristal. El calor que irradiaba sobre su piel, reconfortaba como el sol de invierno. Aún así, la paz que transmitía el cristal, no mitigaba el dolor de la incertidumbre.

¿Quién soy? Se preguntó a sabiendas de que no obtendría respuesta. Sus recuerdos agonizaban bajo un manto de tinieblas. Quizás hubiese tenido hijos en otro tiempo; tal vez, una familia... Era incapaz de recordar algo, tan siquiera su nombre.

La Oscuridad del Alma "Ciudad de los sueños"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora