Prólogo

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Era un martes cualquiera en el que todos los miembros de la casa nos reuníamos a cenar. Sí, éramos de esas familias que se regían por la ley de "Las comidas y las cenas no se pueden hacer si no estamos todos, y no se hable más". Ley que propuso el cabeza de familia desde el día que nació el primero de mis hermanos. Al menos eso es lo que contaba la leyenda.


En total éramos seis en casa, el marido de mi madre al cual todos salvo yo llamaban papa, mi madre, mi hermano mayor que se llamaba Adrián, mi hermano "gemelo" Ángel, yo que me llamo Amanda y la pequeña Alicia. Mis padres tenían una extraña predilección por los nombres que empezaban con la letra ''A'' y jamás nos explicaron el porqué.

He de destacar un pequeño detalle. Todos en mi familia, sin excepción, éramos morenos y de ojos marrones oscuros más bien negros. Mentí. Yo era la diferente pero todo tiene una explicación. En el momento en el que mis "padres" se estaban dando un tiempo hace más de veinte años, mi madre se acostó con otro hombre. Lo que ella no sabía era que estaba embarazada de mi hermano Ángel. Pero por algún extraño motivo, aún no demasiado conocido ni siquiera para la Ciencia, se quedó embarazada al mismo tiempo de mí, por lo que podría decirse que somos un caso a estudiar. Como cualquier otra pareja de "gemelos", crecimos en el vientre de mi madre, pero con semanas de diferencia entre ambos, así que cuando dio a luz a mi hermano, nací con casi tres semanas de antelación ya que me había engendrado, obviamente, tres semanas más tarde. Este hecho tan extraño se conoce como superfetación y por ese motivo, nuestro nacimiento fue primera página del periódico local. Por este curioso resume soy la extraña de la casa, hija de un polvo pasajero, por lo que Francisco, el marido de mi madre, no es capaz ni de mirarme a los ojos.

Al contrario que el resto de mis hermanos con los que compartía el ADN materno, era rubia, más bajita de la media por lo que no diré cuanto mido exactamente, con unos ojos claros y un montón de horribles pecas recubriéndome la nariz y parte de las mejillas. Mi padre real, más bien el que puso la semillita, nunca supe quién es, jamás se interesó por mí aunque quizás tuviera que ver el hecho de que mi madre nunca se lo dijo. En fin, esa era mi historia.


— Todos a la mesa que se enfría la comida — avisó mi madre con su voz dulce y amable que, sabíamos de sobra, se tornaría en chillido espeluznante si no hacíamos caso.
En cuestión de segundos todos nos habíamos sentado en nuestros respectivos sitios mientras Alicia ayudaba a mamá a traer la ensalada.


— ¿Qué tal ha ido vuestro día? — preguntó Francisco dedicándoles una rápida mirada a todos mis hermanos pero a mí, obviamente, no. Como era costumbre, rodé los ojos e ignoré aquella estupidez que hacía al menos dos veces al día.
Era tal el hambre que teníamos todos, que cuando terminó de preguntar nos encontró con la boca llena e incapaces de contestar, suerte la nuestra porque seguro que algo habríamos hecho mal.


— He hablado con la tutora de Alicia y me ha dicho que ha pegado a un niño a la hora del recreo — habló mi madre con tono serio rompiendo así el incómodo silencio mientras la pequeña comenzaba a hacer pucheros. Esto no era típico de mi hermanita, ella era pura alegría y dulzura así que la miré con el ceño fruncido y la boca torcida esperando que dijese algo.


— Ese niño se lo merecía, siempre me tira de las trenzas haciéndome pupa, es malo y encima chivato — su voz era la de un pitufo, algo normal en una niña de cinco años. Se cruzó de brazos y puso morritos sabiendo que Fran le iba a regañar.


— No...— Comenzó a hablar el cabeza de familia pero le interrumpí de inmediato — ¿Le hiciste daño? — pregunté con curiosidad a la pequeña que me robaba el corazón con cada gesto y palabra. Ella tan sólo me asintió sin saber mi reacción pero sin poder ocultar una sonrisa traviesa en sus labios.


— Entonces chócala, bien hecho — Le sonreí sin tratar de ocultarlo y alcé la mano esperando que la pequeña respondiera a mi choque. Ella tampoco escondió su alegría cuando me devolvió el golpe en la palma y ambas nos quedamos mirándonos divertidas hasta que Francisco habló.


— Rosa calma al demonio que tienes por hija, no le está dando buen ejemplo a Alicia — Gruñó sin siquiera mirarme una fracción de segundo haciendo que mi madre sí que me dedicase un vistazo. Conocía esa mirada, era la que ponía cuando iba a echarme la bronca, no le gustaba que llevase la contraria a su marido porque trataba de mantenerle contento todo el tiempo. Quizás fuesen imaginaciones mías, pero estoy más que segura que lo hacía porque se sentía mal por haber estado con otro hombre.


— No le hagas caso a Amanda Ali, tienes que ser buena niña y las niñas buenas no le pegan a nadie ¿verdad? — la pequeña suspiró y asintió volviendo a jugar con las verduras de su plato mientras que las próximas palabras iban dirigidas a mí — Y tú — me señaló con el tenedor — Tienes que dar buen ejemplo y no felicitarle por lo que ha hecho — hice lo mismo que Alicia, suspiré y asentí pues no tenía ganas de discutir. Entonces, como pasaba la mayor parte del tiempo que mi opinión no concordaba con la de Fran, mi madre me guiñó el ojo sin que él lo viera y volvió a su comida. Adoraba cuando me apoyaba, aunque no fuera delante de él, me quedaba con estos pequeños momentos que compartíamos en secreto.



La cena transcurrió sin más percances, todos terminamos nuestros platos, hablamos de cosas cotidianas, ayudamos a recoger y fuimos a nuestras respectivas habitaciones. Yo compartía la mía con Alicia y Ángel ya que era la más grande, mi hermano mayor tenía una habitación para él y su novia que pasaba la mayor parte del tiempo aquí, y mis padres, como es de esperar, tenían la suya.


Al llegar a nuestra guarida cogí a la pequeña en brazos y la llevé a mi cama esperando que me contase que había ocurrido. Ángel nos siguió con curiosidad dejando que Alicia nos explicase todo con pelos y señales.
Y bendita niña, tuvo la valentía suficiente para enfrentarse a un chico más grande que ella y le hizo llorar. Esa era mi hermana.


Tras reír un buen rato hasta dolernos el estómago, nos echamos a dormir porque al día siguiente había clase. Lo bueno es que estábamos a mitad de semana y quedaba poco para acabar, lo malo es que no sabía que mañana sería un día que no acabaría nunca.
Literalmente.

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Psicosis (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora