Por primera vez en 4 años olvidé tu otoño.
Tal vez tu recuerdo empieza ya a desvanecerse en el mar de mis memorias. Pero hoy volviste a empapar mi cóncava mente, y tu imagen fue la daga dolorosa que estremeció mi alma.
Traté tanto olvidarte, que incluso ahora tu imagen es borrosa, pero recia. Tal vez ya no recuerde si tu rostro era cuadrado u ovalado, pero recuerdo la frigidez angular de tus rasgos; ya no recuerdo el tono exacto de castaño de tu ojos, recuerdo la mirada sardónica que despedían. Pero aún así, hay algo que no logró recordar, tus labios. No sé si sea por nunca haber tenido contacto con ellos, o en algún intento por no volar cayendo, logré eliminarlos de tu imagen. Es triste ¿Sabes? Nunca podré recordar tu sonrisa ahora.
Borrar tus sonrisas para no anhelar tus besos.
Lento en lento, calma por calma.
Parecías tan tranquilo que temía romper ese sosiego hablándote.
Nunca entendí porque abrazabas con tanta pasión la oscuridad. Eras cuervo en paloma. Y tú, lobreguez, manchaste la vida de todos lo que te rodeábamos.
Podías tratar de camuflarte, pero siempre ibas a resaltar. No importaba si no lo pretendías realmente, pero eres alguien inexplicable.
Viento en viento.
Recuerdo haberte visto por primera vez entre los tristes murmurllos de noviembre, cuando yo ya no buscaba un rumbo. Y apareciste en mi pequeño refugio de papel y tinta. Donde las personas vienen y van, mas nunca se quedan, llegando a parecer ornamentos de estantes. Pero tú, eras mancha oscura en mármol.
Y no pude despegar los ojos de la manera en cómo recorrías tu mundo, flemáticamente, como si no hubiese nada que te apresurase.
Yo solo estaba ahogada entre viejos libros y acompañada de un viejo esqueleto amarillo de biología, y cuando me viste, supe que sería mi fin.
Tú paraste mi insomnio para soñar contigo.
Pero es triste ¿Sabes?
Casi roza con lo melancólico, el hecho de saberte cerca y saberte lejos.
Son 4 otoños sin ti.
Mi querido café.
