SOY UN ASESINO... SIN SERIE (el cuchillo jamonero)

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«Bueno, no sé cómo empezar...  ¿cómo decirles que... Soy un asesino?

¡Vaya!  Pues ya lo dije...  Fue más fácil de lo que pensé en un principio...»

Pues eso, soy un asesino... ¿Qué por qué os lo cuento?    ¿Será porque seréis mis próximas víctimas? Al fin y al cabo, sois sólo eso para mí.  Pero no, quedaos tranquilos aún no... “Ya tendréis tiempo de correr; mientras acabo mi historia, tampoco mucho, no os penséis que os voy a dar mucha ventaja... la suficiente para mientras os mato, reírme.”

Pero ahora, debo de contaros mi historia, no sufráis, ¡para lo que os queda...!

Ah, ¿Qué por qué asesino? Por una muy sencilla razón... ¡Por odio

Capitulo 1

El cuchillo jamonero

Todo empezó hace menos de un año...  Ah, perdón, que mal educado, soy..., Gabriel... para serviros... ejem, “Hace menos de un año que empezó todo... mi cabeza no aguantaba más, mi mente, parecía que en cualquier momento iba a estallar... ¡odio! no sabía por qué, pero, sentía odio... Era horrible, mirara donde mirara, solo sentía odio... un odio enfermizo, terrible e insufrible, que me llenaba... de rabia y cólera. No, no sabía qué me sucedía, era un odio inhumano, de inframundo... sencillamente, ¡Odiaba a todo el mundo!

Sin embargo, esa mañana me desperté bien... sin pensar, salí de mi apartamento “Bueno, vale, un cuchitril... ¡pero era mío, carajo!”, sin saber cómo ni la razón, subí dos plantas más. –Estaba como hipnotizado-.

Perdón, ¿No lo dije? (soy tan despistado).

 En mi mano derecha, detrás de la espalda llevaba un cuchillo jamonero, «nunca tuve un jamón entero pero, ¿qué queréis... “fue un regalo”?».

 No dudé, toqué el timbre y no tardó en abrirme mi vecina. Una cincuentona de muy buen ver y que por una cena se te abría de piernas que daba gusto,   «y lo que no eran las piernas». -Vamos que se lo comía “todo”-, (incluida la cena, claro).

 Reconozco que más de una vez, (tres o cuatro), la invité a cenar... ¡soy hombre! Esta vez no la iba a invitar a cenar... La primera cuchillada se la llevó en el vientre... bien abajo, casi haciéndole más grande su gran coño. Aún ella me sonreía, feliz de verme, «hasta que a sus entrañas le llegó el mensaje del frió del metal».  Y sus puntos nerviosos se lo llevaron al cerebro, diciéndole que, algo no muy bueno, y sí, muy doloroso, estaba pasando allá abajo...

Entonces sí, su boca se torció e hizo un amago de lanzar un grito de dolor.

No la dejé, le tapé la boca con la mano izquierda, mientras con mi cuerpo la empujaba hacia adentro, cerré la puerta de una patada.

Estaba tranquilo, vivía sola. La miré a los ojos mientras agonizaba, los suyos me miraban muy abiertos, sin entender… yo tampoco lo entendía, no sentía ningún placer... pero la odiaba.

Noté como su pulso se aceleraba un segundo, intentando desasirse de mi abrazo mortal, después… nada, Sus ojos vidriosos, acariciando la muerte, parecían querer decirme algo... no la dejé, la tapé la boca para no dejarla hablar y esperé hasta escuchar su último aliento, «eso que llaman estertor».

 Muy tranquilo, -sin prisas-, limpié el cuchillo en sus ropas y lo dejé en su cocina; hacía unos días... «En una de mis invitaciones a cenar», me había dicho que le hacía falta uno de esos, ella sí tenía jamón. “Alguno que tenía más pasta que yo se lo habría regalado, {el jamón], seguro.”

Bueno ¿Veis? “yo le regalé su cuchillo...”

¿Os dije, la primera cuchillada? sí, es cierto, no hizo falta más, sólo me aguantó la primera ¿Para qué darle más? ¡Perdón, no te vayas muy lejos por favor, que voy  hacer un pis...!

Gabriel, un asesino sin serieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora