Capítulo III: la rutina de un chamán

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El nuevo día fue anunciado una vez más por el asomo del astro rey a través del horizonte africano. El reloj interno de Rafiki, como si estuviera sincronizado a la perfección con este evento, le indicó que era hora de levantarse al igual que todas las mañanas. Se desperezó bostezando profundamente, a la vez que estiraba uno a uno sus brazos y piernas, para luego dar el estirón final con todo el cuerpo. Sus articulaciones resonaron en la inmensidad del Baobab al hacerlo, recordándole lo primero que debía hacer en el día. Rafiki se puso de pie para deslizarse hasta el suelo del árbol y al llegar, miró en dirección al "mural principal de los leones" para ver que su nueva compañera seguía profundamente dormida. Sonrió para sí y se dirigió hasta los cuencos con polvos y raíces para tomar su medicina diaria: una pequeña cantidad de hierbas suspendidas en fresca y deliciosa agua, preparada la noche anterior para aliviar sus dolores crónicos, que generalmente empeoraban durante la mañana.


Luego, trepó por una de las enormes ramas y habiéndose sentado en la posición de loto, se dispuso a dar las gracias a Aiheu.


—Querido Aiheu, te doy las gracias por este nuevo día con el que me bendices y por haberme ayudado a encontrar la cachorra de león el día de ayer. Estoy seguro de que tienes grandes planes para ella, así que prometo cuidarla con mi propia vida. Incúlcame tu sabiduría y ayúdame a seguir la senda para tomar las decisiones correctas una vez más.


Una brisa cálida removió su pelaje. Como siempre, su dios, a su modo, respondía a las plegarias del mandril. Rafiki solía interpretar estos mensajes por su olor e intensidad, pero esta vez era un aroma extraño, picante. Tenía la sensación de que lo había olido antes, pero en ese momento era incapaz de recordar cuándo o bajo qué circunstancias. El mandril no dijo nada más, pues sabía que Aiheu podría leer la confusión en su corazón y que volvería a mandarle el mensaje cuando su mente estuviera en mejores condiciones para captar su significado. Rafiki hizo una reverencia final tocando la madera de su árbol con su frente y pudo sentir la vida fluyendo dentro de él.


Habiendo terminado, bajó una vez más hasta el nivel principal de su hogar para tomar algunos frutos. Los fue partiendo por la mitad y luego los llevó hasta donde descansaba su huésped. Verla tan calma hizo que las comisuras de su boca se elevaran y le tomó un largo momento de vacilación decidirse a despertarla. Finalmente lo hizo, y apoyando una mano en el lomo de la niña la removió suavemente, susurrándole con dulzura:


—Liara... despierta pequeña.


—Nnnnh—se quejó la leona, frunciendo el ceño sin abrir sus párpados.


—Vamos, despierta. Tengo más frutos para ti...—añadió con una sonrisa.


Al oír esto, la leoncita abrió lentamente un ojo, que se enfocó con dificultad en la mano que sostenía el desayuno. Dio un bostezo y rodó sobre su espalda para ponerse de pie y estirarse, y luego se echó como una esfinge.


—Buenos días, Rafiki.


—Buenos días, mi niña. ¿Cómo te sientes hoy?


Ella le dedicó una sonrisa.


—Muy bien, aunque estoy muerta de hambre.


El mandril rió y le ofreció los frutos dejándolos frente a ella para que pudiera comer tranquila.


—Come entonces—dijo—Tengo mucho que hacer hoy y estaba pensando que podías ayudarme.


Los ojos de Liara se iluminaron de incrédulo entusiasmo.


— ¿ necesitas mi ayuda?


—Todos la necesitamos en algún momento, ¿no?


—Supongo—respondió ella, recordando la noche anterior.

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⏰ Last updated: Sep 21, 2016 ⏰

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El corazón de un príncipe segundoWhere stories live. Discover now