— No, estoy bien dije, gracias — contestó hoscamente. — ¿Necesita algo más? — agregó.

El oficial no dijo nada. Se dio vuelta y caminó en la oscuridad de la noche hacia el patrullero, que tenía las luces encendidas. ¿Cuánto tiempo habrá estado desmayado? Tal vez unas horas. Era de día cuando sus puños golpearon el volante. Subió la ventanilla, encendió el motor y esperó a que éste se calentara. El frío lo había enfriado lo suficiente como para tener que intentar tres veces encenderlo.

Cuando por fin el capo del auto comenzó a despedir vapor, decidió poner la palanca de cambios en reversa. Puso su mano sobre el plástico, y de repente se frenó. Miró por la ventanilla de su lado y notó que se acercaba el oficial a pasos agigantados y acelerados. No le importó en lo más mínimo, por eso bajó la ventanilla y le habló.

— Te dije que estoy bien, es solo un poco de...— le contestó violentamente, y un puñetazo le cortó la frase.

— Vení para acá hijo de puta, ¡bajate del auto! — le gritó mientras abría la puerta rápidamente y lo sacaba.

Piñas, piñas y más piñas recibían su rostro, que luego comenzaron a ser en todo el cuerpo. No podía hacer nada, su cuerpo ya no podía reaccionar ni siquiera para impedir los golpes. Le gustaba, lo hacía sentir vivo y a disgusto, pero nunca inmerecido.

— Con razón me sonabas conocido. Así que te gusta matar niños, y encima a tu propia hija. Hijo de mil puta, te cruzaste a tu peor pesadilla — le gritaba el oficial, y la única reacción que recibía a cambio era una sonrisa roja, sangrada, que despedía un hedor horrible.

— Sos la peor lacra de éste mundo, vos y todos los que son iguales. Te voy a borrar esa sonrisa de la cara cuando termine contigo.

— Si tus manos de princesa lo logran... — le respondió con otra risa forzada.

Piñas, patadas y escupitajos eran emitidos por el policía, que era parecía imposible saciar su sed con la sangre de éste humano. Lo único que hacía el era reírse y escupir, reírse y maldecir.

— ¿Cómo podes hacerle eso a una nena? ¿Por qué motivo le quitaste la vida? ¿Por qué? ¡Basura! — le dijo.

De pronto, las últimas palabras del oficial le rebotaron en el cerebro, y comenzaron a tener un tono diferente, un tono más femenino e infantil. '' ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me mataste? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ''. Su ceño se frunció y una fuerza sacada de la nada se apoderó de sus músculos. ''Yo no... yo no quise. Yo no... no''. Se paró por completo y gritó.

— ¡Bastaaaa!

Su puño se levantó con fuerza y golpeó el rostro del policía, que parecía sorprendido por el grito gutural que emitió la garganta del asesino. El oficial cayó al piso, y se deslomó contra el cordón de la vereda. Aprovechó ése momento y se subió a su coche, el cual arrancó y se marchó.

La avenida estaba oscura, y mucha niebla provocaba una sensación horrible, pero era en lo que menos pensaba. Su auto temblaba como un avión en medio de la tormenta debido a la antigüedad del vehículo y la velocidad con la que rugía el motor de aquel viejo Ford. La violencia ejercida hacía unos instantes todavía dejaba una vaga sombra en su mirada, que fija estaba sobre el pavimento húmedo. Cada metro que se desaparecía, era cada metro que se acercaba a su tal vez, lo que le producía una ansiedad que difícilmente podía tragar. Sus labios estaban secos a falta del whiskey que había comenzado a consumir, su gesto ya le producía dolor en el ceño el cual no podía relajar. Sus dientes comenzaron a apretarse entre ellos como si se odiaran. Su corazón golpeaba la caja torácica con total vehemencia, sin darse cuenta con la violencia que lo chocaba. La mirada se convertía en fuego para cualquiera que lo mirara, pero nadie estaba allí más que el odio, la bronca, las penas y sus pensamientos que lo iban llevando al abismo del quizá imprescindible, pero que había comenzado a deducir. No tenía miedo, ni un poco de estremecimiento.

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