[1]-La casa de la abuela-

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Para contar la siguiente historia, debo retroceder varios días atrás, y puede que hasta semanas para recordar los días en los que estuve en una casa rural, rodeada de la más absoluta vegetación y silencio, pues mirase adonde mirase, sólo habían árboles y nada más..., o eso creía. 

Aquel viernes, mi madre me anunció la triste noticia del fallecimiento de mi abuela. Aunque vivíamos alejadas, quería mucho a mi abuela, y siempre que podía iba a verla, por lo cual saber que ya no volvería a verle más, me dejó helada. Lloré durante horas hasta que mis padres me llamaron para ir a cenar. Durante aquella cena escuché que mis padres hablaban en voz baja, decían que en el testamento de mi abuela, figuraba que la casa del bosque en la que había vivido, sería para mis padres, mi hermano menor y yo. 

Era una casa muy vieja pero rústica, estaba prácticamente en ruinas pero el ser espaciosa compensaba aquellas carencias. Mis padres habían pensado que era una buena idea tener aquella casa, como residencia de verano, así, durante el año viviríamos en nuestro hogar, pero al mismo tiempo aquella casa, con algunas reformas resultaba ser perfecta para pasar las vacaciones. Si más no, tenía todos los elementos para ser un buen lugar, se encontraba situada en medio de la naturaleza y se respiraba una quietud y una tranquilidad que a veces podía llegar a ser inquietante. 

Al caer la tarde del sábado íbamos de camino hacia la casa. Cuatro horas más tarde ya habíamos llegado. Al abrir la puerta, las nubes grises que nos habían acompañado a lo largo del trayecto hasta la casa, estallaron en una intensa lluvia al mismo tiempo en que un trueno lejano resonó reverberó.  

Las paredes ennegrecidas y los árboles -o lo que quedaba de ellos ya que sólo estaban en pie unos troncos mustios-, la atmósfera fría que concernía aquel lugar me instaban a abandonar aquella casa, pero no lo hice. 

Al entrar, los carcomidos tablones de madera crujieron bajo nuestros pies. Mi hermano iba detrás de mí, observándolo todo, maravillado pues él apenas había ido unas veces a casa de la abuela, y ya no recordaba los cuadros que aquel día, en el recibidor, le llamaron la atención. Una fina capa de polvo cubría toda la estancia, nadie había movido ni un solo objeto, durante muchos meses... Parecía que todos los objetos se hubiesen quedado congelados en el tiempo.

Yo también observaba todo lo que nos rodeaba, pero sin saber porqué, no podía evitar temblar y mi mirada se desviaba hacia las figuras de bronce que adornaban la entrada y parecían estar dotadas de vida propia. 

Aparté mi mirada de las figuras pero aún así, aquella extraña sensación no me abandonó por completo. 

Mientras que a mi hermano, todo lo relacionado con el misterio y el terror, simplemente le fascinaba, yo desearía ser un poco menos miedosa ya que a cada ruido, me sobresaltaba y en aquella casa, donde no paraba de escuchar sonidos y éstos eran la melodía que nos acompañaba, sentía que quería huir, pero me convencí de que no había nada para alarmarse. 

En alguna parte de la casa, sonó el reloj anunciando las doce de la noche, el silencio de repente inundó el lugar. Todas las sensaciones que había tenido se esfumaron. Tras el viaje estábamos cansados, de manera que subimos las escaleras para ir a nuestras habitaciones. 

Mi habitación estaba aislada de las demás, exactamente, estaba al fondo del pasillo, entre la puerta que conducía al desván, y a la izquierda, la pequeña biblioteca en la que cuando era pequeña me encantaba escuchar a mi abuela leerme cuentos. 

Entré en mi habitación, aún recordaba cuando era pequeña y me quedaba con la abuela, y sentí una repentina tristeza. Cerré la puerta a mis espaldas y vi los cuadros que estaban colgados, en un acto reflejo cerré los ojos; tres pinturas de diferentes tamaños, con los marcos rotos y las telas apedazadas y desgastadas por el paso del tiempo me observaban: Eran los retratos de personas pintados de una forma tan realista y con tantísimos detalles que parecían cobrar vida, casi parecía que de un momento a otro, fuesen a escaparse del marco. De nuevo, supe que sólo eran imaginaciones mías. Tomé asiento en la cama, pero sentí como si de repente el cansancio hubiese desaparecido de golpe, era la casa de mi abuela, pero... ¿por qué de repente tenía tanto miedo? Sentía que había algo, algo que no podía explicar con exactitud que me oprimía y me robaba el aliento. 

Lentamente, me levanté de la cama y salí al pasillo, aún mi mente no había eliminado la imagen de los cuadros. Observé las figuras de bronce y pensé ¿se han movido? Parpadeé un par de veces, pero la escena seguía impasible, todo estaba exactamente igual que hacía unos segundos.
Debía estar empezando a ver cosas extrañas donde no las habían, me dije a mí misma. 

Y entonces, al girarme vi una espesa niebla que flotaba ante mis ojos. No podía chillar, me quedé paralizada mirando cómo la niebla se dirigía atrás de una escultura de bronce. 

Corrí hacia la primera habitación que encontré, allí me encontré con mi hermano durmiendo plácidamente, me convencí de que todo estaba bien, así que un poco más calmada, salí de la habitación sin hacer ruido pero cuando iba de vuelta a mi habitación escuché que un jarrón se rompía, salté y miré atrás, pero no había nada. Andando de espaldas, me fui hacia mi habitación y finalmente, me acurruqué en las frías baldosas, y escondí mi rostro entre mis manos temblorosas. Debía ser un sueño, aquello no podía ser real. 
Un escalofrío me recorrió de la cabeza a los pies, miré hacia adelante y las pinturas de las paredes de repente miraron en mi dirección. 
Sentí un escalofrío, aún así, me dirigí hacia la ventana y me incorporé para cerrarla, pero cuando puse la mano en el pomo de la ventana se escuchó un fuerte trueno seguido de un relámpago cerré los ojos durante unos segundos. Finalmente, cerré la ventana y me sentí a salvo, pero aún así, aquella corriente de aire no había cesado, y vi asombrada que delante de mis ojos se había formado la niebla y de la impresión, caí de rodillas al suelo, gateando me abalancé hacia la puerta, pero aquella masa de aire aún me perseguía. Empujé el brazo contra la puerta, no cedía, intenté calmarme pero fue en vano, por suerte la madera de la puerta era inestable y del mismo modo que toda la casa estaba agrietada así que no tuve que hacer mucha fuerza hasta que pude romper la puerta. 
Grité, esperando que mis padres me escucharan, pero nadie me escuchó, nadie respondía.
Bajé los peldaños de las escaleras de dos en dos, cada vez iba más deprisa, sentía una urgente necesidad de salir de allí. Justo cuando estaba a punto de llegar al último peldaño tropecé y caí al suelo.  

La puerta estaba cerrada con llave, pero la ventana estaba abierta, así que no lo pensé dos veces antes de salir por la ventana y fue entonces cuando corrí por el bosque, hasta que dejase la maldita casa atrás, pero aquella sombra me perseguía, me acompañaba a todas partes, seguí chillando hasta mi último aliento, pero adentrada en las entrañas del bosque, al borde de un precipicio que había aparecido de la nada, comprendí que no sirve de nada gritar cuando estás sola y menos aún cuando el miedo te empuja a saltar por el barranco. 

Ahora no sé dónde estoy o qué soy, sólo recuerdo, sólo soy capaz de recordar todo lo ocurrido, pero vi a mi abuela, y debo decir que fue muy tranquilizador verla, ella me dijo que estaría a salvo, la vi con una sonrisa, como si aún siguiera con vida. Ahora está conmigo, para volverme a contar cuentos, como si el tiempo no hubiese pasado. 


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