De lo Inerte Nace la Vida Parte 2

Comenzar desde el principio
                                    

-Espera, que aún no me he puesto el casco...-grité mientras salíamos del aparcamiento a toda velocidad.  

Pareció ser que confiaba bastante en que acertaría a colocármelo en movimiento pues no mostró la mínima importancia a tal hecho. Más bien, todo lo contrario. Al llegar al primer semáforo, y supuse que notando que le iba a arrancar la chaqueta a tirones, me vaciló algo sarcástica.  

-¿Va todo bien por ahí detrás?- y una risa socarrona se escapó de sus pulmones, descaradamente-Te lo digo por que, al final, me vas a desnudar-exclamó retomando la marcha de aquel trasto.

"Desnudarte, eso es lo que a mi me gustaría, y no sabes cuánto"- pensé inducida por una descarga erótica que devoraba mi adrenalina. El simple hecho de encontrarme detrás de ella poseyéndola, tal como la ocasión lo brindaba, me hacía palpitar de nervios. La velocidad con la que manejaba esa máquina de la aventura y el suicidio, me hacía cerrar los ojos, fuertemente, pensando que la próxima vez que los abriese sería en un hospital. Pero el hecho de desearla más que a nada y sentirla tan cerca de mí, hacía estallar en mi interior un volcán de dudas con el que nada más importaba; al menos hasta el momento. 

Una vez que mis venas se dejaron envolver por el vértigo que suponía surcar aquellas curvas de montañas a no sé qué velocidad, empecé a entrar en ese oscuro agujero de mi memoria.

Aquella tarde de agosto una tormenta rabiosa azotó la ciudad, dejando a muchos de sus habitantes atemorizados por una segunda batida como advertían, una y otra vez, los medios de información. Doia y yo, planeamos cenar en aquel rincón hotelero para el romanticismo situado a orillas del Lago Lis. Faltaban apenas unos días para que el verano acabase y ambas tendríamos que volver a la rutina y, lo que era más amargo, separarnos. Hasta el momento, ninguna había mencionado qué pasaría después. Tan sólo nos dejábamos llevar por la pasión y el desenfreno acumulados en una vida marcada por las apariencias. Ya durante la cena, me percaté que Doia andaba algo distraída o incluso malhumorada. Pero su buen saber estar hizo que mantuviéramos una velada, más o menos, ideal. Hubo espacio para risas, debates y algún que otro tímido gesto del deseo que nos debíamos. Al acabar con el postre, me sujetó la mano y la apretó insistente con sus dedos; sus uñas quedaron marcadas en mi piel como un tatuaje recién hecho. Una pausa en el tiempo y me ordenó, bastante seria y con la mirada fija en mis grandes ojos, que debía ir con ella a Gous; ciudad dónde dirigía una importante franquicia de moda. Me lo repitió varias veces y su mirada comenzó a cubrirse de una fuerza oscura que no me hizo sentir nada bien. Le rogué que bajase la voz y se calmase; parecía que el mal la dominara. Mientras le sostenía la mirada frente a esos dos ojos llenos de ira y descontrol, me liberé poco a poco de sus garras hasta conseguir esconder mis manos bajo la mesa con disimulo y desespero; no hubiese soportado las miradas por un alboroto. No entendía que estaba ocurriendo, ni por qué. Sin poder evitarlo, una lágrima se deslizó por mi mejilla como agua nace de manantial; sentía pánico. Quería salir corriendo de allí y desaparecer para siempre. Ésa no era la mujer que me había conquistado hasta robarme hasta el alma.  

La miré fijamente y le transmití que me quería marchar. De repente, se levantó con brusquedad de la mesa con la intención de abonar la cuenta en la barra y agilizar así aquella incómoda situación. Salimos del restaurante, algo distanciadas, y antes de llegar a su coche me sujetó de la cintura. Con el rostro algo desencajado, y de una palidez extrema, me pidió perdón mientras acariciaba las magulladuras que ella misma había provocado minutos antes en mis manos. Me besaba incansable, una y otra vez; en las manos, en la mejilla, en los párpados. Mostraba su más sincero arrepentimiento. Pero algo dentro de mí se había evaporado sin tener camino de retorno. Nunca mencionamos lo ocurrido aquella noche; nunca hizo falta.

Desperté de mi pasado y enfoqué la visión de mi alrededor. Empezaba a verse el bosque que avecinaba la llegada a mi paraíso particular, mi casa. Un pasillo de elegantes eucaliptos se abría ante nosotras sobre un manto arenoso donde resonaba el crujir de sus inertes hojas. A escasos metros de la finca, indiqué a Emma que me podía dejar en el portón exterior. 

De lo Inerte Nace la Vida Parte1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora