1. Eco, la maestra de la sartén.

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Inútil lluvia. Inútil paraguas roto. Inútil ella.

Había niebla cubriendo la ciudad, autos y más autos en continua contaminación ambiental, personas y más personas transitando por las calles, algunas con toda la calma del mundo; y otras, como la pobre Eco Rimoldi, corriendo por sus vidas.

Literalmente. Sólo salías a las calles de Inglaterra un viernes lluvioso por la noche de noviembre con un paraguas roto si querías conseguir una perfecta y bonita hipotermia grave.

Y ahora, por una tontería, era ella la que en estos instantes trataba de llegar a su casa con leche para la cena y no morir en el intento.

Era ella a la que nadie escuchaba, porque su voz era demasiado baja, o porque simplemente era muy poca cosa para los demás.

Era ella la siempre se quedaba hasta el final cuando se trataba de elegir equipos en deportes.

Era ella la que detestaba las faldas y amaba su pijama.

Era ella el “ratón de biblioteca”

Era ella la que constantemente se debatía en si debía importarle lo que dijera el resto o no.

Y era ella a la que le iba a ocurrir la más extraña de las experiencias, y todavía no lo sabía.

Sus pulmones ardían tanto que, si no estuviera muriéndose, habría ido a la casa de su profesor de deportes, el señor Francis, tan sólo para ir restregarle en la cara que no era tan débil como él creía.

Lamentablemente, sí se estaba muriendo.

Tuvo que hacer una rapidísima parada en un local, para así poder recobrar el aire y seguir el camino hacia su casa.

Luego volvió a correr debajo de la helada lluvia.

Piensa en cosas lindas, piensa en cosas lindas, se obligó.

Ya sólo faltaba una calle más, sólo una calle más.

Libros, diez en el examen, amigos, perros, gatos, bebés…

Ya sólo faltaban tres casas, y nada podría evitar que llegara por fin a su hogar…

A excepción de su mala suerte.

Un paso en falso y ella terminó patas arriba, ahora llena de lodo.

Se incorporó rápidamente, más preocupada por el espectáculo que acababa de dar que el dolor en su pobre y flacucho trasero.

Se apresuró en agarrar las bolsas del mandando y metió la llave en la cerradura.

Un temblor, ya no de frío, recorrió todo su cuerpo.

No hay lugar como el hogar.

A menos de que tu única compañía sea, la mayoría del tiempo, tu gato llamado Mister Darcy, un gato infiel y calculador, que parecía sólo quererte por la comida.

Bueno, tampoco es que lo culpara.

Tomó todo el aire cálido que pudo y se regocijó en cuanto sintió el cambio en su pecho y pulmones.

Se pegó contra la puerta y se dejó resbalar por ella.

Pues bien, al final había sobrevivido.

Con frío hasta la médula y sus pantalones resbalándosele por las caderas a causa del agua, la pobre y mojada Eco se enderezó y empezó a subir las escaleras.

La casa, a pesar de estar casi vacía, tenía cierto aire hogareño. El piso era de madera clara y las paredes eran de un tono beige. La sala era amplia, contaba con un televisor y una sala de piel café de dos piezas, cocina pequeña, dos pisos, con tres recámaras, aunque sólo dos de ellos se ocuparan y un baño en cada una.

Cupido flechado (SERÁ BORRADA EN AGOSTO)Where stories live. Discover now