–¡Estás loco! – grité una vez lo vi parado frente la torre Sears con dos boletos para el mirador. Nunca eh subido ahí y tengo toda mi vida viviendo aquí. Son 108 pisos que no pienso subir y 442 metros que no pienso mirar.
–Anda, ven conmigo. Sabes que soy algo nuevo en la ciudad y quiero conocerla. Por favor – dijo mientras me miraba fijamente –. Puedo sostenerte entre mis brazos si tienes miedo – podía sentir como mi rostro se volvía rojo intenso. Sonrió, lanzó una carcajada y continuó –. Solo es broma, sé que eres valiente.
Aunque no sería mala idea.
–No lo pienso hacer, Zach. Llevo veintiún años viviendo aquí, jamás lo eh hecho. Dame una buena razón para cambiar mi opinión ahora.
–Por qué te lo estoy pidiendo yo – sentí una punzada entre mi pecho y mi corazón. Pero aún seguía negándome. Al decirme que solo bromeaba sabía que no me abrazaría y no me sostendría entre sus brazos aunque yo me muriera del terror. No me arriesgaré –. Además, no quiero ir solo.
Negué sonriendo y giré mi vista hacía la nada –. Puedes pedirle a cualquier chica que suba contigo. Sin duda aceptará. –Gracias a eso no me di cuenta que él se estaba acercando.
–Amber, sé que no me conoces. Sé que no deberías tenerme confianza. Pero algo me ruega dentro de mí que suba contigo ahí. Tienes razón, pude habérselo pedido a cualquiera, pero te lo pedí a ti. ¿No te dice nada eso? – Resistí su mirada penetrante y me sentí orgullosa. Suspiré y asentí.
–De acuerdo – sonrió y guío nuestros cuerpos hasta la entrada del edificio. Saludamos al recepcionista quien respondió con una sonrisa amable y después esperamos frente al ascensor.
–¿Ahora si estás de acuerdo con usar el elevador? – preguntó gracioso.
–Si tuviera ocho pisos menos, subía por las escaleras – río –. Pero cien pisos es mi límite.
Río de nuevo y el ascensor abrió sus puertas frente a nosotros. Aparecieron una chica, que se acomodaba el bra "discretamente" y un chico que algo guardaba dentro de sus pantalones. Creo que tantos pisos deben demorarse un poco. Zach me cedió el paso y el elevador cerró sus puertas. Comenzó a subir y subir. Hasta que un momento dejo de sentirse.
–¿Por qué no puedes entrar a tu apartamento? – preguntó.
–Es Brian. No me dejará entrar – dije casi para mí. Me miró extrañado y decidí explicarme. Solté mi valija y acomodé mi pantalón holgado –. Tenemos un trato. Nunca nos ha gustado pelear. Así que cuando estamos molestos el primero que llegué al apartamento se encierra y el otro no puede entrar por toda una noche.
–¿No se cancela la regla por qué tu eres niña y tienes menos posibilidades de buscar en donde dormir?
–Vaya, no sabía que eras así de macho – dije y el elevador se abrió. Tomé mi valija quitándola de sus manos –. La cargo a diario, creo que puedo soportarla un poco más por hoy, machito.
–No traté de ofenderte. Pero así son las mujeres, dramáticas y exageradas – dijo sonriente y divertido.
–¿Y que más haces tú? ¿Andas por ahí golpeándonos nada más porque a veces te sacamos de tus casillas? Cretino – creí que solo bromeábamos hasta que dije eso y su expresión cambió. De estar riendo y sonriente sus ojos se tornaron tristes y algo había en ellos que me decía que había tocado un tema difícil para el –. Perdón, seguro no debí haber dicho eso. ¿Estás bien?
–Sí. Solo, debo irme.
Me quedé a la mitad del corredor por un par de segundos hasta que reaccione. ¿Debía seguirlo? ¿Esperar a que se calmara? ¿Debería preguntar? ¿Esperar a que el me lo contara? ¿Debería abrazarlo? ¿Esperar a que el me lo pidiera? Maldita sea.
Caminé hasta estar de nuevo a su lado y lo hice detenerse.
–Sé que no debería preguntar – me miró temeroso –. Así que no lo haré. Creo que haré algo mucho mejor – dije. Extendí mis brazos y cubrí su cuello con ellos. Al principio sus brazos estaban temerosos de tocarme, o eso parecía. Lentamente los deslizo hasta mi cadera y después rodeo mi cintura. Fuerte. Hundió su cabeza entre mi cuello y entendí que eso era lo que necesitaba. A veces un abrazo lo puede arreglar todo. Lentamente nos fuimos separando hasta que nuestras frentes quedaron unidas. Su respiración se mezclaba con la mía y sus manos no dejaban ir mi cintura. Podría jurar que dejo cinco centímetros entre nuestros labios aunque yo sentía que eran solo dos. Me eche para atrás y el abrió los ojos.
–Tengo que hablarle a Thaly. Si no en donde me quedaré esta noche – dije sacando mi teléfono. Lo tenía entre mis dedos buscando en contactos hasta que lo arrebato de entre ellos. Una mirada extrañada y confusa salió de mí y ahí fue cuando el habló.
–¿Por qué no te quedas en mi apartamento?
Me quedé helada.
–No creo que sea buena idea – admití –. Mejor llamo a Thaly, seguro ella me hospeda sin problema – marqué y directo a buzón. De nuevo y pasaba lo mismo. Así repetí la acción ocho veces. Hasta que tuve que darme por vencida y mirarlo a los ojos –. De acuerdo.
Bajamos por el ascensor y el silencio incomodo llego. No era miedo a dormir en el mismo lugar que un hombre, era el temor de que no era cualquier hombre o Brian. Era él. Y yo era muy débil respecto a él. Cuando llegamos al edificio mi corazón latía más rápido de lo normal. No lograba hacer que se detuviera. El tiempo en subir nunca se me había hecho tan eterno. Y el corredor jamás había parecido tan largo.
Abrió la puerta de su apartamento y me dejo entrar primero. El apartamento de un chico jamás había sido tan perfecto. Incluso sus camisetas en el piso le daban estilo. Las cajas de Pizza en la cocina y una que otra lata de refresco.
–Perdón si es mucho el desorden – dijo tímido –. ¿Quieres tomar una ducha? – Giré en menos de un segundo asustada. Abrí los ojos como platos y el entendió –. Oh, no. No me refería a eso. Lo juro – admitió nervioso. Moviendo las manos demasiado rápido –. Creí que querrías darte un baño antes de dormir. Puedo prestarte algo si quieres.
–¿Tanto apesto? – pregunté bromeando. El asintió riendo. Me hice la enojada tomando un cojín y aventándoselo en la cara. Rió lanzándomelo de nuevo y haciéndome tropezarme con el sillón. Corrió y me tomó de la cintura pegándome a él. Volvió a dejar los malditos dos centímetros entre nuestros labios y yo sufrí por no poder presionarnos a los míos. No quería ser yo la que hiciera el primer movimiento –. Debería tomar esa ducha si es que tanto apesto.
–Incluso si apestaras, que no es el caso, seguirías siendo perfecta.
De nuevo ese pinchazo apareció y no pude más. Me acerqué un centímetro más y ahora él debía terminar el espacio.
Vamos, vamos, vamos. Bésame, Zach. Haz–.
Sus labios carnosos, perfectos y rosados al fin eran míos.
