20. Epílogo

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4 años después


El cielo es de un color azul brillante que no combina para nada con el cementerio.

Se supone que los días en los cementerios deben ser grises, con pesadas nubes tristes rodando por el cielo, viento helado que te erice la piel y sombras por todos lados que no te permitan olvidar dónde te encuentras. Pero este día no es así. El sol brilla justo a la mitad del cielo y ni una sola nube se asoma en la gran extensión azulada. Y en este día tan perfecto un chico de unos veinticinco años camina por el sendero con sus manos metidas dentro de su pantalón de vestir.

Sus ojos castaño claro se entrecierran ante la brillante luz del mediodía y recorren el paisaje desolado donde solo las lápidas grises le dan la bienvenida. Está solo. Al igual que el año anterior en ese mismo día. Durante los pasados cuatro años había visitado esa misma tumba una sola vez, siempre el mismo día aunque a diferentes horas. Es la tumba que se encuentra junto a un agradable árbol que da sombra. La tumba con un banco frente a ella, dónde puede sentarse y hablar con su amigo perdido.

Ese año no es diferente, con un suspiro resignado se sienta en el banco y mira la lápida cuyas letras ya parecen un poco desgastadas, cinco años son suficientes como para que el tiempo haga de las suyas. Tal como ha pasado con él y las apenas perceptibles arrugas en las esquinas de sus ojos. Su boca forma una ligera sonrisa al reparar en las flores frescas que ya se encuentran sobre la tierra, se estira un poco y acaricia sus pétalos notándolos húmedos al tacto. No deben de tener más de tres horas en ese lugar, y como cada año sabe que ha llegado tarde.

Lissa, —piensa con nostalgia al pasar sus dedos por los pétalos. Solo en ese día específicamente se permite pensar en ella. En la forma en que su boca se curvaba en una hermosa sonrisa al hablar de sus cosas favoritas, en la forma en que abrazaba la almohada al dormir o cómo miraba con preocupación hacia la nada cuando pensaba que nadie la estaba observando. Pero él siempre la observaba, le era imposible alejar su mirada y es que cuando estás enamorado solo puedes contemplar a la persona que amas intentando imaginar cómo es que te metiste tan profundo en ese problema y cómo es que a pesar de que puede destrozarte al final, no piensas en escapar sino en hundirte más profundo. Y él se había hundido hasta el cuello.

Jared toma las flores que trajo y las coloca a un lado de las de Alissa, blanco y rojo colores que no crean paz cuando los ves juntos pero para él representa a ambos, que a pesar de que no estaban destinados a encajar para siempre durante un tiempo lo hicieron y ese tiempo es algo que no cambiaría por nada. Año tras año ha intentado encontrarla en el cementerio, incluso el primer año la esperó por horas a que apareciera sabiendo que ella era incapaz de olvidar ese día, pero después de cinco horas de espera se rindió, ella jamás apareció, aunque cuando regresó al día siguiente se encontró con sus inconfundibles flores blancas, una clara muestra de su presencia.

El año siguiente no fue mejor, Jared llegó un poco más tarde ese día esperando encontrarla pero había sido demasiado tarde, las flores de Alissa ya se encontraban descansando sobre el césped recién cortado. Desde ahí Jared ya no había intentado buscarla, ni siquiera ese día en el quinto aniversario se sorprendió al ver que ella ya había pasado y sólo el fantasma de su presencia rodeaba el ambiente.

Estoy tan jodido hermano, —piensa con una risa seca hablando con la tumba a su manera. —Detesto admitirlo, pero sigo asquerosamente enamorado de ella.

Suspira mirando la tumba con pesar, preguntándose si su amigo se encuentra en algún extraño lugar amándola de la misma manera. Si así fuera ¿Entonces estaba mal que él mismo la amara? Cada año se preguntaba algo parecido, solamente para poder soportar sin pensar en Alissa un año más, pero a veces sentía que se volvía loco. Como cuando caminaba por la calle y creía escuchar su risa entre la multitud y se giraba sorprendido intentando encontrarla, fallando cada vez.

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