Objetivo II: La princesa Cavallone

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Dino suspiró al cerrar la puerta del baño. Era Hora de volver a su oficina y concluir el resto del trabajo, para cuando llegue Kyouya él tendría todo el tiempo para su asocial esposo.

—¡Papá!¿Mamá llega hoy? —Y allí estaba la pequeña rubia de grandes ojos azules metálicos, parada en medio del pasillo, con una sonrisa idéntica a la suya y con muchas ilusiones en su voz.

Él sonrió, devolviéndole el agradable gesto a la única mujer que había en la familia. Ella corrió hacia él, en un abrazo que lo hubiera mandado al piso sino se sostenía de los bordes de la pared. Era increíble que una pequeña de sólo diez años tuviera tal fuerza, pero como una vez le comento su amado: «la niña tenía buenos genes, por lo tanto sería más fuerte que cualquier otra niña de su edad».

—Sí, princesa. Kyoya llega en la tarde.

Dino nunca se atrevería a decirle «su madre», como los niños le decía a Kyouya, porque la única vez que casi lo dijo, ya que no terminó de completar la palabra, recibió un tonfazo y fue expulsado del cuarto matrimonial por una semana. No, Dino no quería pasar por eso, por mucho que Kyouya estuviera lejos, la nube tenía la costumbre de aparecer y desaparecer a su antojo, si una vez más lo encuentro refiriéndose a él como mujer, lo más seguro que esta vez sí cumpla su promesa de dejarlo sin tocarlo por un mes y no entrar a compartir el lecho por dos meses. Y Kyouya en ocasión está por muy poco tiempo con ellos.

—Extraño a mamá —dijo susurrando.

Dino no miró sus ojos, porque sabía que en ellos encontraría la tristeza. Él también odiaba que Kyouya se vaya por largas temporadas al extranjero, a hacer su papel como guardián y jefe de CEDEF, pero no podía decirle que deje sus funciones, porque al ser guardián tenía deberes que desarrollar con su familia.

—Kyouya ya va venir, princesa. En esta ocasión, se quedará con nosotros dos meses —le susurró mientras le acariciaba los largos cabellos rubios, parte de su herencia, y le besó la frente.

Una de las razones que era llamada princesa, era porque el mismo Kyouya la trataba como tal, siempre que estaba en Italia le compraba hermosos vestidos que la hacían ver como una muñequita de porcelana. Y su piel pálida, heredera de Kyouya, le daba ese toque casi irreal a la pequeña. También, le traía vestido cuando llegaba de una misión, en cualquier parte del mundo, él se encargaba de encontrar hermosos vestidos para ella. Y ella los recibía encantada, porque le gustaba y amaba el trabajo que se realizaba con esos vestidos, muchos de ellos bordados a mano.

Dino sólo se dedicó a mirar el singular panorama que se repetía cada vez que ellos salían a «pasear», que en realidad era ir de compras para la niña, por las calles de Italia y cuando él regresaba a casa después de una misión, dispuesto de disfrutar de su familia.

La pequeña Cavallone sonrió más alegre al saber que pronto su otro padre llegaría, besó a Dino en la mejilla y se fue corriendo escaleras abajo. Dino desde su posición pudo escuchar el suave «¡Ay!» que expreso la pequeña al caer en el piso.

Suspiró y se fue a ver si ella estaba bien. La niña era igual a él en ese sentido, no podía caminar dos pasos sin caer de forma pintoresca. No sólo se acercó al borde de las escaleras para asegurar la integridad de su hija, porque Kyouya lo golpearía si supiera que ella tiene un enorme hematoma en su delicado cuerpo, sino porque él también la consideraba frágil y fuerte, era muy contradictorio como podía observarla a veces.

Ella se levantó de un salto, sin importarle mucho los raspones que tenía, y volvió a correr directo al jardín, tal vez a jugar hasta que Kyoya aparezca.

Dino vio el momento perfecto para ir a terminar con la documentación por ese día, sus pequeños eran revoltosos y pronto necesitarían de su presencia, bien para que obedezcan a las pobres niñeras o porque necesitaban de la atención de su único padre «disponible». 

Fagmilia Cavallone (Dino x Hibari)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora