Oía decir que cada instante tenía una canción para su momento y sentía lo ridículo de ello.
Detestaba tener que aceptar la situación en la que se encontraba, aunque a muy a pesar se enredaba con su trabajo, no tenía comparación. Estaba en una sala de espera, aguardando a su turno para ver al presidente de dicha empresa, algo absurdo ahora que lo piensa.
Un ticket rojo marcando M-25 jugueteaba en sus manos, maldecía una vez más y dejaba de removerse en su asiento. Pero qué asunto más ridículo ¿quién necesita tomar turno para ver a aese hombre? Estaba seguro que ni con el mismo presidente sería así.
Se decide en concentrarse en cualquier otra cosa al escuchar una canción lejana, empieza a recordar la letra, la había escuchado antes.
Sia «Cheap Thrills»
Vuelve a maldecir, detesta esas canciones.
I don't need dollar bills to have fun tonight. I love cheap thrills!
Lo molesta aquello, pero es en lo único que puede pensar.
Sabe que el mundo no funciona así, nadie quiere nada de nadie sin algo a cambio, sin dinero o interés detrás, aunque se decide en que pensaría en su vida amorosa en otro momento.
Revisa la enorme pantalla al frente suyo, marca el turno, M-37, y ahora revisa su reloj, ha perdido una hora entera con 38 minutos de su ocupada vida en aquel lugar. Maldice por enésima vez, y se aproxima a información, se ha hartado de esperar.
— ¿En qué lo puedo ayudar? — sonríe una mujer joven y rubia, levantando su hombro para sostener el teléfono que parece haber sonado automáticamente cuando el castaño llegó.
— Estoy aquí hace horas, tengo una cita agendada y no pienso esperar más — responde demandante.
— ¿Señor Stark, cierto? — continúa la chica aún con el teléfono en su hombro.
— Así es.
— Su turno expiró... — responde.
Aquel hombre, Tony por cierto, hace una pausa que no fue notada por la mujer, que seguía colgada en el móvil.
— Disculpa — empieza Tony —. ¿Cuál es tu nombre?
La mujer todavía no se inmuta, y tras escuchar la pregunta, mueve su mano removiendo el carné que tenía en su pecho y vuelve sus manos al computador frente a ella, Sharon, su nombre.
— Perdona, Sharon, dile a tu jefazo que no pienso esperar más, que puede irse al gran diablo y mandarle saludos de mi parte... — y rompe el ticket frente a ella.
No dio espacio para ver su reacción, sólo dio media vuelta y salió del gran edificio que se lucía.
Caminaba a paso medio hasta su automóvil, se sube en él y se quita las gafas que se había puesto antes de salir, observa unos ojos marrones en el retrovisor, se lanza una sonrisa para el mismo y enciende el auto retorno a su torre.
Prende el radio en cualquier emisora, suena una canción desconocida para él, aunque le resulta vagamente familiar.
« It's all the ones... How could it hurt? »
Llega a lo que algunos llaman "hogar"
Desata el nudo en su corbata y se genera uno en su garganta al primer sorbo de alcohol que ingiere.
¿Desde cuándo su vida se basa en eso?
Ha terminado con estantes completos de licor y no le es vasto.