~Las cuadras~ PARTE I

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Y quizás yo nunca debí salir de mi cuarto y encontrarme con estos eventos de valentía e infortunio. Quizás debí seguir sentado y cabizbajo, entre líneas y los gritos no auxiliables que suelen existir cuando la pluma toca al papel y no lo suelta hasta haberlo consumido en sus totalidad. Solo entonces se da la prostitución del papel y la violación de pluma.

Pero a mi nadie me salva cuando un automóvil azul marino salido del concesionario se detiene y los novios casi pegan el grito al aire. A mi nadie me salva cuando hay tanto amor dentro de un chasis del 88. Verlos es remediar la juventud y las penas de 18. La mujer de blanco que sonríe y deja a la vista su corazón palpitante que celebra la existencia de ese día. El hombre engalanado que empieza a pitar para que me de prisa. Pero no hay prisa cuando la vida corre por la acera junto al ritmo de una boda, un bautizo inesperado o un acordeón que suena de fondo.

Y el muchacho que lo toca, que acaricia sus estiradas teclas blancas con la soltura de los que hacen este tipo de cosas. Artistas los llaman. Locos que componen a medianoche en busca de la fama de las esquinas y de las farolas y de los buses que se detienen solo a depositar sus oídos en el cuenco gigante de notas musicales que suben y bajan en busca del mismo sentido fresco de la vida sobre el asfalto sereno que da muerte a quien no contribuye a semejante creación.

Y no me detendría, quizás ya no en este punto de la vía. Perdí la cuenta del número de cuadras cuando me distraje observando a la mujer que vendía aguas aromáticas en el fondo de la calle. Y aunque quizás solo uno o dos transeúntes la visiten esta noche, todos sabemos que en fondo ella seguirá acudiendo al llamado sutil del día a día. Nadie la salvará a ella, ni a su delantal manchado de aceite, de la suerte de vender vida por 50 centavos bajo el manto de la cuadra que hiere a los bolsillos y de vez en cuando, también a los cuerpos, hasta hacerlos envejecer.

El cadáver azul blanco del auto que dejé aparcado al otro lado del mundo será carcomido por los ejércitos forasteros que no tendrán más remedio que destrozarlo o llevarlo a un desguace cercano o a alguna cochera ajena. A esta distancia solo puedo inclinarme y soltar las llaves vetustas en esa alcantarilla sombría que me invita a que las suelte y deje escapar junto a un suspiro la dura carga a la que a veces sometemos a nuestra conciencia. Ahora sabré que no era necesario tanta pregunta dentro del automóvil y que llegar a trazar este camino en base a recuerdos, era lo que todo ser humano necesita de vez en cuando.

No me detuve ni siquiera cuando supe que debía hacerlo. Y contestar esa llamada telefónica que también pertenecía a mi anterior vida, al pasado que ahora significaba distancia y remordimiento. Mi madre que, por llamaba para preguntar donde estaba, se llevaría una sorpresa cuando por quinta vez asesinase a la señal pulsando el botón rojo de colgar. sometiendo así su preocupación a otra súplica religiosa que por esta noche también significaba vida.

Esa noche.

Había aprendido a conducir hace pocos días. Aún contenía el aliento en cada semáforo. La tortura a la que sometía a mi conciencia en cada cruce era digna de ser castigada: Derechas, izquierdas, postes frios que dirigen al mundo hacia la agonía de la luz de cada esquina. Soldados de hielo que la gente conoce como transeúntes de medianoche. El sonido aquel del fondo de la calle, el maullido que remuerde su eco contra las puertas de madera. Todas cerradas y con cruces en la parte más alta. Todas buscando ser abiertas, animadas en la medida de la llegada del abuelo, aquel que partió a la guerra o de la comadre que trae buenas nuevas y enciende la hoguera y usted sabrá que más sucede.También están las aceras que se conjugan en un solo verbo con el asfalto vacío y sin pintar. Parece un rumbo más de aquellos del campo. Un montón de asfalto, un poco de basura y los sentimientos adecuados para encontrar a esa persona esta noche. La noche fría que abraza al cielo por instinto, como invitándolo a protagonizar la caída del cóndor o la muerte del verso sobre las nubes que se alejan.

(1969)Where stories live. Discover now