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Entre estas paredes, estas calles, se queda grabado su nombre junto con las memorias que se trajo consigo. Entre estas paredes, estas calles, quedan los gritos de angustia que se lanzaron en su nombre, el rugido del león dormido al ver su propia tierra caer.
En estas calles su nombre se susurra con pavor, y nuestros antepasados se retorcerán en sus tumbas, ojos abiertos de par en par con el fuego marcado en las pieles.
Siempre recordaréis su belleza, esas facciones delicadas, la mirada desubicada andando entre la oscuridad de su morada. El ser falso, aquél usurpador, el hombre que se transforma a sí mismo hasta lo irreconocible. Y con ello encontraréis la deformidad del alma, ser andante entre los vivos, en donde se alza este imperio sediento de sangre y poder.
Veréis esa alma carcomida, el regalo de nuestros dioses cayendo ante la oscuridad. Reconoceréis su nombre de entre los escombros, dentro de las ruinas de este imperio que se permite controlar por alguien superior.
De todo rastro de memoria se borra su nombre, la mera existencia de su vida manejada como una burla a lo que el buen hombre obtiene desde que llega a la tierra.
Ahí yacerá el peor de los castigos marcado por nuestros dioses, el rostro falso de la pureza combinado con la oscuridad del mentir.
Ahí yacerá ese hombre, ese niño, ese ser tan degenerado que se permitió las pasiones más bajas, más viles, las más crueles que vosotros os podéis imaginar.
Y su nombre quedará borrado de todo recuento, sólo para ser recordado como aquél que no debió de reinar.
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