El beneficio de la duda

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11 de Mayo de 2016


- Así que... no nos vemos hasta...


- El jueves. -Recalcó Íñigo quitándose una legaña que había pasado desapercibida en el ojo izquierdo.


La puerta de la calle estaba encajada, Alberto estaba apoyado contra la pared y sujetaba la chaqueta con una mano. Íñigo aún seguía en pijama. Hacía un rato que se habían despertado, intentando pasar algo más de tiempo juntos en el sofá. Porque sí, finalmente, el madrileño había dormido en el sofá, dejándole la cama al líder de Izquierda Unida. Desde luego, no sería él quien rompiese el pacto de cuarentena bajo el que estaban sumidos. Íñigo se apoyó contra la pared contraria, escondiendo sus manos tras la espalda y mirando muy atentamente al hombre frente a él. Ya quedaba menos, pero iba a pasar otros (casi) tres días sin verle. Estaba harto de estar separados la mayoría del tiempo, y el restante pasarlo intentando no cruzar la línea de distancia establecida. Estaba condicionado, se mirase por dónde se mirase. Pero, ¿qué quedaban? ¿Quince días? ¿Veinte? Al menos sonaba más cercano que decir "casi un mes". Ambos miraban a sus correspondientes pies, ninguno quería irse. Estaba claro. Pero Íñigo tenía que ir a la tienda de telefonía más cercana a por un móvil, y Alberto debía de pasar por su casa para cambiarse antes de ir a la sede. El madrileño volvió a relamerse los labios casi con necesidad, dando una leve zancada para ponerse a unos centímetros de él y le hizo mirarle.


- ¿Cuántas citas dirías que llevamos en estos días? -Inquirió el mayor sin apartar la vista de la más oscura-. Ya sabes, ¿cuántas veces nos hemos visto a solas, después de que terminases con Anna?


- N-No sé... Mínimo unas ocho veces... ¿No? -Preguntó Alberto confundido, sin saber realmente por qué quería saber algo así.


- Y, voy a estar casi tres días fuera de la ciudad.


- S-Sí... Ya lo has dicho varias veces.


- Así que... quizás... -Murmuró tomando algo de lo que en realidad le pertenecía, como era la cercanía con el líder de IU y deshaciéndose de unos cuantos centímetros de espacio entre ellos.


- ¿Quizás...? -Susurró Alberto deseando de que continuase la frase, o por el contrario que llevase a cabo el plan que estaba maquinando en su maldita cabeza.


- Quizás podrías... no sé... concederme algo. El beneficio de la duda.


- ¿A qué te refieres? -Preguntó el moreno, cada vez, con un tono de voz más bajo; embelesado en los labios que casi estaban rozando los suyos, mientras que él hacía un gran esfuerzo por no lanzarse sobre él.


- Pongamos que eres consciente que no solo te quiero para divertirme un rato... Aunque ya deberías de ser consciente de ello. Pero, pongamos por un momento, que es así. -Le dijo apoyando uno de sus brazos contra la pared, sobre la cabeza del otro líder de su partido a medias.


Alberto casi estaba temblando bajo el atrape del madrileño, como siempre que le hablaba de forma tan tranquila, tan como si fuera un secreto súper importante aquello que le estaba contando. Y, desde un principio, sabía perfectamente a qué se estaba refiriendo. Pero también le gustaba que Íñigo le pidiese las cosas, porque no solía hacerlo muy a menudo y nunca sabía por dónde podía saltarle el de Podemos. Lo divertido de aquello es que le estuviese pidiendo permiso para besarle. Así que Alberto no pudo más que sonreír de forma suave, consiguiendo que el madrileño expulsase todo el aire que retenían sus pulmones por la nariz.


- Pongamos que soy consciente de ello. -Se limitó a decir, dejando escapar una leve carcajada mientras que asentía.


- Pongamos que eres consciente de ello. -Repitió Íñigo correspondiendo aquella carcajada, y gesticulando con la mano libre por un momento-. Podrías... ya sabes. Quizás podrías recompensarme de alguna forma.


- Podría.


- Podrías.


A Alberto le derretía la vida ver como Íñigo le miraba tan suplicante, con esa cara de no haber roto un plato en su vida que engañaba a cualquiera. Volvió a suspirar, bajo la mirada del malagueño, creyendo que sólo le estaba siguiendo el juego. Hasta que no. Hasta que se dio cuenta de que no le estaba siguiendo el juego. El de IU puso sus manos a ambos lados de la cintura del otro, colando sus pulgares bajo la camiseta blanca y haciendo que Íñigo se estremeciera un poco por el escalofrío que recorrió su piel, mientras que juntaba sus labios después de recorrer los dos milímetros a los que habían quedado de separación. Cuánto lo había necesitado. Cuánto se estaban necesitando. Pero, si toda aquella parafernalia era necesaria para tener un gesto así cuando le apeteciese, no le importaba tener que pasar otros cuarenta días limitando a observarle. Y aquello era todo lo que necesitaba en ese momento.


Los labios de Alberto conocían ya los de Íñigo a la perfección, y mentiría si dijese que no le gustaba sentirse así. El madrileño se aferró a su nuca, como si tuviese miedo de marearse y caerse al suelo; cosa que, a veces, no le extrañaría. Lo dejaba completamente rendido todo el tiempo; tanto física como intelectualmente. Demasiados debates mediante demasiados medios. A Íñigo se le iba a saltar el corazón, cuando Alberto volvió a tomar una posición más fija. Se aferró a su boca como si no hubiese mañana, manteniendo la calma. Había olvidado lo suaves que eran, al igual que Alberto casi no recordaba lo electrizante que resultaba tocar al madrileño. Y entonces, se juntaron demasiadas cosas, demasiadas necesidades, demasiados "te echo de menos" y demasiados "a la mierda".


Ambos se vieron arrastrados a través del pasillo dejando un reguero de camisas, corbatas, la chaqueta... Mientras que se reclamaban que "iba a llegar tarde a la sede" y que "no le iba a dar tiempo a ir a por el móvil" pero que "bueno, aún todavía son las diez". Íñigo cayó sobre Alberto, con las piernas a ambos lados de su cadera, las manos más pequeñas clavándose en su espalda y su boca recorriendo el nacimiento de la barba del malagueño. Mucho estaban tardando en caer otra vez. Pero se sentían culpables. El de Madrid quería demostrarle que no sólo le quería para terminar en el sofá a las diez de la mañana o en otro sitio de madrugada. Pero, tenía necesidades. Ambos las tenían. Y debían de buscar un punto medio, o se iban a volver locos.

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⏰ Last updated: Jul 27, 2016 ⏰

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