Prólogo

20.1K 628 52
                                    

CHASE SEBASTIAN

Deseaba regresar en el tiempo a cuando era un simple niño, en esos momentos en los que mi padre solía tomarme entre sus brazos para alzarme, haciéndome sentir protegido. Recordar la época en la que todo a mi alrededor era felicidad, nada de problemas. Un tiempo en el que solamente me podía concentrar en lo que sucedía conmigo, en apreciar la manera en que mi padre daba su vida por mí, por protegerme.

«Algún día entenderás —me susurró en el oído —, sabrás lo que se siente querer proteger a esa persona hecha de ti a toda costa».

Cuando era pequeño, no podía entender lo que sus palabras significaban. Para mí no eran importantes en aquel momento, solo sabía que él me amaba con todas sus fuerzas de la misma manera en que yo lo amaba a él. Mi mente infantil tenía en claro que a él le gustaba sentarse a mi lado a hacer mi tarea, a jugar conmigo, a abrazarme hasta que me quedaba dormido entre sus brazos. Mi imaginación me hacía ver a mi padre como el mejor superhéroe de todos. Ese que venía cansado del trabajo, pero que tenía tiempo para jugar conmigo hasta que cayese rendido en mi cama.

Mi padre amaba contar las constelaciones a mi lado con mi hermana melliza echados en el jardín trasero de nuestro hogar. Amaba la manera en que nos dejaba poner nuestras cabezas sobre su pecho, sus fuertes brazos rodeándonos a ambos para imaginar miles de cosas que dibujaban las hermosas constelaciones en el cielo estrellado. Papá solía decir que las personas que habían dejado de estar con nosotros nos guiaban desde el más allá. Se aseguraban de cuidarnos, de protegernos cuando pensábamos que estábamos solos.

—Papá, ¿cuántas estrellas hay en el cielo? —pregunté una vez.

—Son infinitas, imposible de contar —respondió él, ofreciéndome una sonrisa. Recordaba sus manos acariciar mi cabello, tomando los rizos rubios entre sus dedos. Mis labios le devolvieron el gesto, no pudiendo batallar contra las ganas de sonreírle todo el tiempo —. Así es mi amor por ti, Chase. Es infinito.

Salí de mis pensamientos cuando la puerta de mi oficina se abrió, sacándome de uno de los recuerdos más hermosos que poseía de mi infancia. Mi padre se había encargado de hacerme vivir una de las épocas de mi vida llena de amor, creatividad y esperanza. Me hizo realizar diferentes cosas con amor, con tranquilidad y paciencia. Me enseñó a pensar en un mejor lugar. Uno en el que ambos siempre estaríamos juntos.

Tomé un largo sorbo de mi bebida con cafeína para regresar la mirada hacia los pares de ojos verdes que me observaban atentos, sabiendo que me encontraba perdido en mi laguna de pensamientos. Clavé la mirada en las grandes ventanas de mi oficina, las cuales mostraban el agitado tráfico de la ciudad de Los Ángeles. La ciudad que se había vuelto mi hogar durante los últimos siete años.

Bajé la mirada hacia mi escritorio, en el cual se encontraba el único cuadro que poseía una fotografía de las dos personas más importantes en mi vida. Una sonrisa se posó en mis labios al pensar en ellos, en la manera en que sonreían hacia la cámara a pesar de no saber lo que sucedía. Recordaba el momento exacto en el que tomé aquella imagen. Por un momento no me encontraba en mi oficina, sino hace siete años atrás en medio de mi antiguo hogar, corriendo las escaleras hacia abajo riendo sin parar detrás de las tres personas a las que más amaba.

Los dos tenían dos años, esos hermosos mellizos que me habían robado el aliento desde el primer momento en que posé mis ojos en ellos. Sabía perfectamente que eran míos desde la primera vez en que mis ojos encontraron los de él, en como los irises mieles con ese peculiar aro dorado brillaron contra la luz de la habitación. No necesité más que su mirada para saber que mi sangre corría por cada una de sus venas.

Ambos estaban vestidos con pijamas polares de animales, enterizos los cuales compré después de que los dos no quitasen sus pequeños ojos de la repisa de la tienda en la que los tenían. Mi pequeño de ojos mieles era un pequeño hipopótamo mientras que su hermana era un hermoso elefante, los dos corriendo por todos los rincones de la casa con sus piernas de bebé.

Irreemplazable ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora