Silvana

127 1 1
                                    

Hace frío. No recuerdo una noche de finales de noviembre tan gélida como esta. ¿Qué día será? Puede que sea la víspera de Todos los Santos, aunque ya no estoy seguro del todo. El Día de los Muertos, el día donde miles de personas acudíamos a los cementerios para estar un poco más cerca de nuestros difuntos. Y ahora huimos de ellos.

Hoy es el día de los muertos que caminan… Recuerdo como Silvana bailaba, contoneando las caderas, al ritmo de aquella canción en el concierto de Duendelirium. Aquel día acabamos en la cama. Dos meses después, ya no quedaba colchón, ni sábanas sudadas de deseo. Ni siquiera quedaban las paredes que fueron testigos de nuestro desenfreno.

Me duele la garganta. Toso y contengo la respiración. Lo llevo haciendo desde que me quedé solo. Primero fueron Mario y Sara, les siguieron Luis y Miguel. Todos muertos, todos pasto de las bestias, de esos seres de miradas inertes, de andares oscilantes y torpes, de ese hambre perpetua que nada puede saciar, que nunca se podrá detener. Todos son recuerdos, igual que Silvana.

Otra vez me viene la dichosa canción a la cabeza. No he conseguido dejar de tararearla desde el día en que dejó de sonar en los cascos de mi iPhone, cuando el móvil se apagó para siempre. Nadie me explicó cómo actuar cuando llegase el apocalipsis zombie, así que me puse a escuchar música a todo volumen mientras Silvana agonizaba en la habitación contigua. Sus gritos de dolor, sus súplicas… Luego vino el silencio, pero The Walking Dead seguía sonado fuerte. Solo quedaba un suspiro de batería. Cuando dije que vendrían os reísteis de mí… Decidí abrir la puerta. Silvana yacía sin vida en el suelo. Se había arañado la cara y sus manos estaban descarnadas por haber estado arañando las paredes y la puerta, adornadas por surcos de sangre reseca. Y ahora que se están comiendo tu carne dices, ayúdame… ¡Qué irónica me suena ahora la grave voz que la cantaba! El móvil se apagó justo cuando el tema acababa. Justo cuando Silvana comenzó a moverse.

Debo mantener la mente despierta. Debo quitarme la puta canción de la cabeza y centrarme en el ahora. Cuando vengan, y sé que lo harán, de nada me servirá estar disperso. Será mejor que me centre en algo y salga de este absurdo bucle. Limpiaré la pistola de papá. Por fin encuentro sentido a que quisiera consagrar su vida a la policía. Por lo menos la herencia que me ha dejado resulta útil en este nuevo mundo.

Prisión de huesos… La mía ahora es de pladul, uralita y restos carcomidos de palés. Una chabola en mitad de la nada que sirve para engañarme y hacerme creer que estoy a salvo. Absurdo. Cuando vengan, esto no será suficiente. Intento engañarme, como cada noche cuando me digo que hice lo correcto. Soy un cobarde, en realidad. Tendría que haber disparado a su cabeza, haberlo hecho cuando su muerte era el eterno descanso del que siempre nos hablaron. Pero no tuve valor. Permití que entrase en la casa, permití que agonizara enclaustrada en aquella habitación y permití que se levantase para ser uno de esos seres. Y luego corrí, huyendo de la realidad. Soy un cobarde.

La canción ha dejado de sonar en la gramola que es mi mente. Lo ha interrumpido el sonido de unos pies que se arrastran por la tierra. Merodean alrededor de la chabola. Tomo aire y abro el cargador. Una bala. Parece que la cosa se pone interesante. Me da igual, unos acordes familiares vuelven a hacer acto de presencia. Bailemos con los muertos… Ha llegado la hora.

Tomo aire y lo retengo en mis pulmones. Voy a asomarme por una rendija, quiero saber qué posibilidades tengo con una sola bala. Afuera, la oscuridad a la que estoy acostumbrado está siendo violada por la luna llena. Veo una figura desgarbada que se aproxima. Escucho su quejumbroso hálito, me llega el hedor que desprende. No quiero creer lo que veo. Silvana. Bailemos con los muertos…

Doy un paso atrás, luego otro. La pistola cae de mi diestra haciendo un ruido sordo contra la alfombra que cubre la tierra. Silvana lo ha escuchado, siempre tuvo muy buen oído. Bailemos con los muertos. Con esta canción empezó todo y con ella acabará.

La pistola me devuelve la mirada, me recuerda que está preñada de un único proyectil. Un disparo y todo habrá acabado. Silvana rasca el pladul, empieza embestir contra la cochambrosa puerta de palés. Ha venido a buscarme. Todos decían que éramos inseparables. Ha venido a buscarme. Me debato entre volarme la cabeza y terminar con todo, o volársela a ella y darle reposo. Pero soy un cobarde. Lo fui en su momento y lo voy a ser ahora. ¿A quién pretendo engañar?

La madera se viene abajo. Una horrenda parodia de lo que un día fue Silvana se dibuja delante de mí. No hay vida en su mirada, que me clava como un gélido cuchillo. Su rostro tiene dibujado un rictus de dolor, de angustia, de sufrimiento… Y de hambre. Niego que sea ella, pero no consigo engañarme. Silvana ha venido. Bailemos con los muertos… Los muertos que caminan… Los muertos que caminan… Está bien, hagámoslo. Después de todo, me parece la opción más sensata.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 27, 2013 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

SilvanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora