Paciente cero

337 18 1
                                    



29 de Diciembre de 2015

Tenía los ojos cerrados, mientras que bajo su pecho seguía removiéndose algo, cada vez que las yemas de los dedos de Íñigo rozaban su costado. Estaba cansado, agitado y casi sin respiración después de fundirse con el de los ojos azules, como venía pasando desde hacía algunos meses. En realidad, ni siquiera llevaba una cuenta porque, a riesgo de sonar como un adolescente de quince años, con él el tiempo parecía congelarse. Soltó un largo suspiro, una vez su respiración se hubo calmado, haciendo énfasis de que estaba terminando de recuperarse de aquella actividad; cuando alzó el brazo a ciegas para encender el pequeño reproductor que descansaba sobre la mesita, y dejar que sonase aquella melódica y tranquila canción de no sé qué grupo americano, del que nunca conseguía recordar el nombre. Íñigo ya se había acostumbrado a dormirse también con esa canción, cuando no pasaba la noche con Alberto, así que eso solo le dio luz verde al mayor para acomodarse sobre la almohada y esconder las manos bajo esta.

— ¿Por...? —Quiso preguntar Íñigo, siendo interrumpido por su propio bostezo—. ¿Por qué Perseo?

— Ya te lo contaré... —Murmuró el medio malagueño adormilado, con una mano descansado sobre su propio abdomen y la otra bajo la almohada, entrelazada con las del otro.



11 de Abril de 2016

Un prominente portazo lo hizo salir de su ensimismamiento, dejando escapar un fuerte suspiro. Se había acabado. Todo por lo que había luchado durante meses; se había acabado. Y lo peor de todo es que se sentía aliviado. Aliviado y relajado. Ahora las cosas iban a ser de una forma distinta. Pero aun así, aún necesitaba cinco minutos de adaptación a la nueva atmósfera. Por lo que se levantó del borde de la cama, cogió sus auriculares y, tras ponerlo en marcha, aquella canción con la que llevaba quedándose dormido desde hacía tiempo comenzó a sonar. Mientras tanto, sus pensamientos eran un torbellino, de un lado hacia otro, chocando con las paredes y arrasando con todo. Por un lado estaba Anna, que había prometido no volver, y por otro lado estaba Íñigo, que era totalmente ajeno a las nuevas ideas del político en cuestión.

Alberto tenía muy claro que era lo que quería de aquí en adelante, y si no era posible debía de cortar de raíz. Pero sentía que no podía seguir engañando a Íñigo, ya que Anna había pasado a un segundo plano; y aun así él no sentía que fuese algo recíproco, al menos, no del todo. Partiendo de la base de que el madrileño no era el mejor mostrando sus sentimientos. Y no dejaban de ser políticos. Y el noventa por ciento no estaban ahí por méritos propios, si no por su charlatanería. El medio malagueño suspiró de nuevo apoyando los antebrazos sobre la barra metálica de la barandilla del balcón, que bajo la oscura noche sobre la que se había cernido la provincia de Málaga, aún podía vislumbrar el mar. Aquello le calmaba, y la música se volvía algo más motivadora por momentos.



18 de Abril de 2016

Alberto llevaba desde aquella noche sin responder las llamadas o mensajes de Íñigo, tanto que hasta algunos compañeros de partido político se habían preocupado; a pesar de que no fueran conscientes de la relación que había entre ellos. Si es que se podía caracterizar como relación. Pero el menor necesitaba algo de espacio, para poder planear los próximos pasos con calma y sin perder la cabeza.

Salió de sus pensamientos cuando el móvil vibró de forma incesante a un lado de las marchas, en un pequeño hueco dónde lo hacía accesible. Desvió por un momento la mirada de la carretera y observó la pantalla iluminada. Era el madrileño de nuevo, pero Alberto no quería responder, aún tenía cosas en las que ultimar ciertos detalles; e iba de camino a la capital de España para tener una reunión de rutina con el resto del partido. Así que lo vería. Y aquello solo lo hizo ponerse más nervioso, teniendo que parar en una gasolinera para echarse agua en la cara y tomar algo de aire fresco.

Alberto podía notar como Íñigo le miraba de reojo, con una especie de mueca dibujada en su cara entre confusión y enfado. Desde luego, sabía que iba que tener que ser rápido cuando terminase aquella reunión, o lo abordaría del todo; porque el menor ya sabía que el otro se había enterado de la ruptura de su relación con la malagueña. Y eso solo hacía que la situación fuese más incomprensible. Es decir, si ya estaba libre, ¿por qué no le cogía el teléfono? Desde luego, Íñigo no le veía ningún sentido a aquello, y tenía que averiguar qué era lo que estaba sucediéndole al moreno. O, al menos, saber qué se le pasaba por la cabeza en momentos como esos.


— ¿Creías de veras que te ibas a escaquear? —Preguntó el madrileño con las manos en los bolsillos, con un levísimo eco que se formó entre las paredes del garaje de hormigón reforzado. Su voz sonaba desganada y enfadada, por lo que Alberto no supo qué hacer más que girarse apoyado en su propio coche—. ¿Qué cojones pasa? ¿Ahora vas de... "no te conozco"?

— No. —Se limitó a responder, metiendo su maletín en el asiento trasero al del copiloto. Resignado, cerró la puerta y dio unos pasos al frente, quedando a escasos metros del mayor—. No podía seguir con Anna. Ya está.

— ¿Ya está? ¿En serio? —Inquirió soltando una risotada nerviosa que no sabe si empeoró o mejoró la situación. Desde luego, a juzgar por la mirada que le echó el otro, solo lo había empeorado—. Y, ¿ese es motivo para que estés durante una semana sin cogerme el teléfono?

— El motivo es que al principio de estar contigo pensé que podía ir a más, y me sentía una mierda engañando a Anna; para ver después en lo que hemos quedado. —Respondió Alberto sin más, tal y como lo pensaba, pero aún con la voz temblorosa a ratos—. A veces da la sensación de que solo quieres una cosa. Y yo nunca me he conformado con una sola cosa. Necesito más.

Íñigo estaba seguro de que se había perdido algo, hasta que escuchó las dos últimas frases del malagueño. Se había quedado a cuadros, con la mandíbula algo desencajada. Aquello parecía una declaración de intenciones; o más bien, una declaración en toda regla. Pero, Alberto a veces se explicaba igual que un libro cerrado. Por lo que el menor terminó rodando los ojos con hastío al ver que el otro no se estaba enterando de la misa la mitad. Dio unos cuantos pasos más, sin romper la barrera de seguridad que él mismo se había interpuesto, y se frotó las sienes durante unos breves segundos.

— No voy a estar contigo solo por pasarlo bien un rato. Así que si quieres continuar conmigo... —Le explicó encogiéndose de hombros en un último momento, en aquella pausa—. Vas a tener que currártelo.

— ¿Estás hablando en serio? —Preguntó Errejón alzando una ceja por encima de la forma de sus gafas con los bordes negros.

— ¿Tú que crees? —Rechistó el otro antes de darse media vuelta, para continuar con sus planes de regresar a casa sin dar más explicaciones.


En cuarentena.Where stories live. Discover now