Capítulo 1: El mensaje

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A lo largo de su vida, y a pesar de contar con tan sólo treinta y dos años, Cíos había aprendido que lo que a uno le queda al final son los recuerdos, y se había propuesto tener cuantos de ellos pudiera.

Había abandonado la vida de hechicero errante que llevó durante sus años más jóvenes, instalándose en una pequeña aldea, a pocas horas de Mobse, después de que finalizara la guerra declarada por el rey Flojan. Báel decretó que Jálova no fuera castigada y se impusieron las mismas leyes que hacían del reino del sur un lugar mucho más tranquilo y seguro de lo que nunca fue el del norte, lo que le alentó a no huir de este territorio.

Tan sólo abandonaba dicha aldea para acudir a la biblioteca usada exclusivamente por los hechiceros, a fin de aprender nuevos hechizos que le ayudaran en sus quehaceres diarios. Y es que se debía a sus vecinos, echándoles un cable en sus tareas. Por ejemplo, suyos fueron los logros a la hora de talar, en unas pocas horas, casi veinte hectáreas de bosque, lo que proporcionó suficiente leña para la construcción de viviendas y como combustible para las frías noches del tempranero invierno; o la salvación de algunas cosechas amenazadas con morir sin una sola gota de agua tras una larga sequía, de casi un año entero de duración, con la formación de multitud de nubes que descargaron lo suficiente para no perderlas. Estas acciones propiciaron no sólo que no tuviera enemigos en la región, sino que fuera aceptado como uno más, agradecidos por disponer de tan fabuloso aliado como vecino.

Dieciséis años... Nunca había permanecido tanto tiempo en un mismo lugar, ni había conocido tan buenos momentos como en esta aldea. Nadie le ponía mala cara, se conocían absolutamente todos y acudía a las distintas fiestas con agrado, pasándoselo en grande en todas ellas junto a sus buenos amigos. Incluso la autoridad local, un reducido grupo de catorce militares de Fránel, que se encargaban de la seguridad de este y otros cinco pueblos más de los alrededores, reconocían la buena labor de Cíos, cooperando con él cuando algún desalmado o grupo de bandidos llegaba a la zona con fines poco éticos.

El joven hechicero, de característica túnica blanca, rostro rasurado y pelo corto y moreno, además de bastante delgado, deseaba que su vida actual no cambiase jamás. Sin embargo, sabía que un día todo eso terminaría para siempre. No pasaba una sola noche en la que las pesadillas no acudieran a su cabeza, mostrando imágenes del dragón ancestral despertando de su letargo o incluso de Navae, la diosa con la que tenía un trato de favor que no hacía sino consumir su vida con cada gran hechizo que precisara de su intervención, reclamando su alma. Obviamente, evitaba a toda costa invocarla, pero fueron tantas las ocasiones en las que sí lo hizo a lo largo de su vida que su tiempo no debía encontrarse demasiado lejos de su término. Aún así, no dejó que esto le condicionara en la forma de hacer las cosas y continuó ayudando a sus vecinos como si no tuviese absolutamente nada que temer.

* * *

Tras un gran día de primavera, a punto de alcanzar el verano, Cíos entró en su casa, una muy humilde morada sin apenas mobiliario ni efectos personales. Era bastante tarde, pero no iba a arrepentirse de la borrachera que había cogido junto a siete buenos amigos hasta que al día siguiente le doliera terriblemente la cabeza.

Tomó una taza, un poco sucia del caldo del almuerzo, y la llenó de agua, abriendo para ello la llave del tonel que el posadero le había regalado hacía ya bastantes estaciones. Alguna vez que dicho hombre se acercó hasta su casa y comprobó que había agua en su interior, en lugar de vino o cerveza, le reprendió como nunca lo hizo con su propio hijo, declarando su malestar por tan mal uso de tan fabuloso barril.

Aparcado este recuerdo y de vuelta a la realidad, ni siquiera probó un sólo sorbo después de echar dentro de la taza unas pequeñas ramitas de menta y agitarlas con una cuchara, pues se quedó profundamente dormido nada más sentarse en la cama, manteniendo el equilibrio en dicha posición de manera que no cayera la taza al suelo, apoyada esta en una de sus piernas.

Los hijos de Daes (Saga ojos de reptil #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora