—¿Qué ocurrió? —Preguntó preocupado dejando de lado la burla.

—Nada —me apresuré a decir a sabiendas que no podía verme, un pensamiento maligno de mi parte, e inclusive me imaginaba a mí misma riendo de manera triunfante por ello.

—Como sea —dijo en tono seco—. Por culpa tuya he llegado tarde a mi clase. ¡Nunca lo he hecho antes!

—¡Siempre hay una primera vez! —Solté cruzándome de brazos— Además, ¿por qué me hechas la culpa? ¡Tú estabas en mi camino! —Levantó sus cejas por encima de sus lentes— ¡Lo lamento!

—me retracte de inmediato.

Pero antes de que pudiera él replicarme o yo pudiera disculparme, la puerta mis espaldas hizo un sonoro ruido al abrirse. El profesor, que en apariencia no superaba los cincuenta años, nos miró a ambos con desaprobación mientras nos poníamos en pie.

—¿Cuáles son sus excusas? —inquirió con desdén ante nuestra falta de respeto. ¿Nos habría escuchado cuando el Cieguito reía de manera estrepitosa?

—Lo lamentamos Profesor —inició—, es que cuando salía de la oficina principal una alumna atolondrada—enfatizó—, tropezó conmigo dejándome tirado en el pasillo. Por suerte, esta alumna amable y educada estuvo allí para ayudarme. Fue culpa de la desubicada—volvió a enfatizar—, el que ambos llegáramos tarde.

¿Acaso era la única que notaba la burla en sus palabras? El profesor parecía convencido ante su arrogante y estúpida explicación... ¡No lo puedo creer! Gritaba dentro de mí.

—¿Es eso cierto? —Al no estar segura de sí mi voz saldría, solo me limite a asentir con fingida alegría.

—Bien, dado que esta joven lo ayudó de tan buena voluntad hoy,

¿no le parece conveniente que sea ella misma quien lo ayudé en clases y futuros seminarios?

—¡¿Qué?! —Me alarmé.

—No se preocupe Señor, ya se lo he propuesto, y ha aceptado en- can-ta-da —la última palabra, por alguna extraña razón lo reproducía en mi mente a cámara lenta. Entonces una de sus manos, que ya se encontraba en mi hombro izquierdo, me sacudió al percatarse de mi inmovilidad ante tal honor.

El profesor nos invitó a entrar al salón, y cuando me disponía a traspasar la puerta, el mayor hizo un sonoro carraspeo preguntándome con la mirada si de verdad pensaba entrar al aula sola y dejar a su colega sin su asistente.

¡Mierda, mierda, y mil veces mierda! Repetía para mis adentros mientras me ubicada delante del Cieguito para que apoyara su mano en mi hombro. Nuevamente pude ver la burla en sus labios.

Como el Profesor fue el primero en pasar, no tuvo el placer de escuchar al chico cuando con malicia en la voz y burla en su rostro me dijo al oído: KARMA. Una palabra. Dos silabas. Tal vez fuera una exagerada, pero en mi cabeza su voz se repetía letra por letra.

Si Pudieras Verme (#1)Where stories live. Discover now