Familia

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―¡Es un mortífago, maldita sea, no puedes culparnos de sospechar de él!

―¡Sé perfectamente lo que fue, Ron! ¡Yo fui quien primero lo culpó de ello! ¿O acaso ya olvidaste que ni siquiera tú me creías?

―¡Pero admití mi equivocación y por eso ahora mismo no puedo dejar de verlo!

―¡¿No has considerado que puedes estar equivocándote otra vez?!

―¡Ya basta, ambos!

La voz de Hermione fue lo único que logró detener sus gritos que a cada segundo amenazaban con volverse más y más violentos. Ambos hombres, agitados y enfadados, se miraron entre sí con rabia, quizá porque en otra situación podría resultar hasta cómica la idea de que se estuvieran peleando a causa de Draco Malfoy.

Harry cerró sus puños, molesto por la sola idea de que lo creyeran tan estúpido como para no darse cuenta la diferencia entre una poción de amor y sus verdaderos sentimientos. ¿Y decían ser su familia? Esa había sido una jodida semana con respecto al uso de esa palabra; quizá simplemente debería irse de Inglaterra con Draco, porque si de esa forma reaccionaron sus amigos, definitivamente no querría enterarse de qué es lo que sucedería cuando todo el mundo mágico lo supiera.

Frustrado, Harry pasó una mano por sus cabellos, maldiciendo a todo mago famoso que se le atravesara por la mente. No sabía si sentir decepción o rabia, solo entendía que en ese momento cualquier palabra que emergiera de sus labios sería inapropiada. Algo dentro de él le recordó que solo quería pasar un tranquilo día con Draco en el día de los enamorados, aunque al parecer ahora ya no sería posible.

Porque sabía que el sexo no siempre podría solucionar las cosas con el rubio.

―Solo... déjenlo. Basta, por favor ―musitó Harry. Su voz ya no sonaba furiosa ni destilaba decepción: ahora solo parecía llena de hastío. No se molestó en girar a verlos, simplemente miró hacia la ventana y sin ningún gesto de despedida, desapareció del lugar.

Ron y Hermione se miraron entre sí. Tal vez sí se habían equivocado. Quizá debieron darle una oportunidad a Draco.

~•~

En silencio, ingresaron a la casa. Afortunadamente, Harry aún tenía el hábito de permitir que las protecciones que rodeaban su hogar les cedieran el paso. Hermione sabía que entrar de esa manera a la casa de Harry y Draco era una enorme falta de respeto pero, concordando con las palabras de Ron, el Slytherin probablemente les cerraría la puerta en sus narices, sin importarle quiénes eran. Sobre todo después de que hacía poco lo habían acusado de envenenar a su amigo.

No lo culpaban, pero por el bien de su relación con Harry, ellos y Malfoy debían dialogar. O, al menos, tratar de escuchar si el rubio era sincero en las palabras que decía. Hermione, que era experta en ver cómo se expresaban los demás, esperaba que este día tuvieran mejor suerte que la noche de la arruinada cena. Por eso, mientras veía a Ron avanzar por el pasillo en silencio y aferrada a su mano, ella no dejó de cuestionarse si esta vez harían lo correcto, aunque no sonaba que empezaran demasiado bien. Ya podría imaginarse la sarcástica reacción del rubio cuando los viera llegar de esa forma...

―Ron, yo creo que...

Mas antes de que Hermione pudiera exponer su teoría, escuchó una serie de pasos que la dejaron helada: seguramente era Draco quien emitía ese ruido. No obstante, el dueño de la casa no parecía haberse percatado de la visita inesperada, pues claramente no se dirigía al corredor. El pelirrojo al parecer pensó lo mismo pues siguió caminando sigilosamente. Entonces, para sorpresa o desagracia de ambos, escucharon el crepitar del fuego seguido de una voz clara y asombrosamente helada.

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