Capítulo Ⅰ

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El sufrimiento, el amor, el sacrificio, el heroísmo, la generosidad, la crueldad, la avaricia, son valores universales, positivos o negativos, aunque se presenten en hombres y mujeres cuyas vidas no traspasan las lindes de lo local; son universales en el habitante de las grandes ciudades, en el de la jungla americana o en e el de los igloos esquimales.❞-Juan Bosch.

Nada más estúpido como la frase «Aquí no hay perdedores. Todos somos ganadores, porque lo que vale es el esfuerzo no quien gana.» Puras patrañas si me preguntan. Una psicología barata para no hacer sentir mal a los que pierden.

La realidad es otra, porque todos queremos ganar, y nada duele más como un segundo lugar. Duele porque sabes que estuviste a solo unos segundos de ganar, y que tu oportunidad así como apareció,así mismo se esfumó.

Y fueron esos mis pensamientos cuando vi como en la zona de recreación del instituto de idiomas se quedaban congelados ante el estruendo de mi caída. Caída que me marcó como la perdedora en esta informal competencia de columpios, lo que suena tonto, pero aunque lo era, esta derrota se convertiría en un asunto muy serio para mí. Y más si se tomaba en cuenta que una persona como yo que le gusta ganar, acababa de perder contra un desconocido chico con lentes de sol.

Me dedicó una sonrisa burlona mientras refugiaba su arrogante mirada tras sus malditas lentes. Las odiaba. Odiaba las personas que siempre usaban gafas y te miraban directamente. Las odiaba porque esas personas podían leer tus acciones, mirarte cuanto quisiera y aparentar perfectamente que no era a ti a quién veía. Eso de esconder la mirada en unos lentes de sol es un acto cobarde en mi entender. Yo planteaba mis desafíos de frente y no soportaba esos actos cobardes.

Tuve todos esos pensamientos es unos segundos. Era increíble la cantidad de ideas que pasan en unos segundos. Me distraje de nuevo, grave error otra vez. Sentí el impacto del columpio en la cabeza, un golpe que arrancó una exclamación de dolor.

Levanté mi mano para detener el chirriante sonido del columpio y evitar que me golpeara de nuevo en la cabeza. El gesto sirvió para activar a todo el mundo de la ensoñación que había causado mi caída, y de repente todos estallaron en sonoras carcajadas burlonas. Y cuando me di cuenta el chico de los lentes de sol, por el cual había terminado en el suelo comiendo polvo se marchaba, solo dándome una sonrisa de burla, sin ofrecerme una mano de apoyo para levantarme ni por cortesía. Ya no hay caballeros.

¡Era increíble!

Primero me lanza un reto, me gana y me humilla casi al mismo tiempo y después, se marcha sin siquiera dedicarme una palabra. Empecé a mirar a mi alrededor, las personas trataban de sofocar su risa, y yo intentaba quitar la tierra de mis pantalones rosado. Ya no había nada más que hacer, así que salvé la situación lo mejor que pude; tomé mi mochila, cuadré los hombros, alzé la frente y me marché como una diva, una diva de doce años y con la ropa manchada de tierra, pero una diva al fin y al cabo.

Me retiré de forma «estratégica» hacía la biblioteca. Que era el único lugar donde me sentía segura, rodeada de libros e historia, donde la gente olvida a los demás y solían estar más pendiente de las letras en las páginas que a lo que otras personas hacían, otras se dedicaban a sus tareas y proyectos, y los que no, simplemente se dedicaban a usar el Wi-Fi abierto del lugar y a cargar sus celulares o abrazar paredes como les digo yo.

Pero yo no estaba ahí para juzgar, estaba ahí justamente para huir de eso. Así que tomé una copia de Las obras completas de Juan Bosch, al cual yo considero una de las mentes más brillantes del siglo 20 y de toda la República Dominicana, y me senté en uno de sillones del lugar tratando de controlar mi deseo de acostarme.

Vitia & Virtutes I: ValkyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora