Parte 7 El caliz de fuego y los cuatro campeones

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— Y al señor Ludo Bagman, director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos—Aplaudieron mucho más a Bagman que a Crouch, tal vez a causa de su fama como golpeador de quidditch, o tal vez simplemente porque tiene un aspecto mucho más simpático. Bagman agradeció los aplausos con un jovial gesto de la mano, mientras que Bartemius Crouch no saludó ni sonrió al ser presentado. Al recordarlo vestido con su impecable traje en los Mundiales de quidditch, pensé que no le pega la túnica de mago. El bigote de cepillo y la raya del pelo, tan recta, resultan muy raros junto al pelo y la barba de Dumbledore, que son largos y blancos.

—Los señores Bagman y Crouch han trabajado sin descanso durante los últimos meses en los preparativos del Torneo de los tres magos y estarán conmigo, con el profesor Karkarov y con Madame Maxime en el tribunal que juzgará los esfuerzos de los campeones—continuó Dumbledore a la mención de la palabra «campeones», la atención de los alumnos aumentó aún más. Quizá Dumbledore percibió el repentino silencio, porque sonrió mientras decía.

—Señor Filch, si tiene usted la bondad de traer el cofre... —Filch, que ha pasado inadvertido, pero permanece atento en un apartado rincón del Gran Comedor, se acercó a Dumbledore con una gran caja de madera con joyas incrustadas. Parece extraordinariamente vieja. De entre los alumnos se alzaron murmullos de interés y emoción. Dennis Creevey se puso de pie sobre la silla para ver bien, pero es tan pequeño que su cabeza apenas sobresale de las demás.

—Los señores Crouch y Bagman han examinado ya las instrucciones para las pruebas que los campeones tendrán que afrontar y han dispuesto todos los preparativos necesarios para ellas. Habrá tres pruebas, espaciadas en el curso escolar, que medirán a los campeones en muchos aspectos diferentes: sus habilidades mágicas, su osadía, sus dotes de deducción y, por supuesto, su capacidad para sortear el peligro—dijo Dumbledore mientras Filch coloca con cuidado el cofre en la mesa, ante él.

Ante esta última palabra, en el Gran Comedor se hizo un silencio tan absoluto que nadie parece respirar.

—Como todos saben, en el Torneo compiten tres campeones uno por cada colegio participante. Se puntuará la perfección con que lleven a cabo cada una de las pruebas y el campeón que después de la tercera tarea haya obtenido la puntuación más alta se alzará con la Copa de los tres magos. Los campeones serán elegidos por un juez imparcial: el cáliz de fuego—continuó Dumbledore con tranquilidad.

Dumbledore sacó la varita mágica y golpeó con ella tres veces en la parte superior del cofre. La tapa se levantó lentamente con un crujido. Dumbledore introdujo una mano para sacar un gran cáliz de madera toscamente tallada. No habrá llamado la atención de no ser porque está lleno hasta el borde de unas temblorosas llamas de color blanco azulado.

Dumbledore cerró el cofre y con cuidado colocó el cáliz sobre la tapa, para que todos los presentes pudieran verlo bien.

—Todo el que quiera proponerse para campeón tiene que escribir su nombre y el de su colegio en un trozo de pergamino con letra bien clara, y echarlo al cáliz. Los aspirantes a campeones disponen de veinticuatro horas para hacerlo. Mañana, festividad de Halloween, por la noche, el cáliz nos devolverá los nombres de los tres campeones a los que haya considerado más dignos de representar a sus colegios. Esta misma noche el cáliz quedará expuesto en el vestíbulo, accesible a todos aquellos que quieran competir—explicó Dumbledore, admito que, aunque no me interesa participar, se ve realmente entretenido.

—Para asegurarme de que ningún estudiante menor de edad sucumbe a la tentación, trazaré una raya de edad alrededor del cáliz de fuego una vez que lo hayamos colocado en el vestíbulo. No podrá cruzar la línea nadie que no haya cumplido los diecisiete años—prosiguió Dumbledore, es comprensible si la mirada de los gemelos, da clara muestra de querer meter sus nombres en el caliz.

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