Dos y medio

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AVISO: Esta historia es la segunda parte de "Las condiciones de Granger", así que yo, como autora, recomiendo que primero se lea ésa antes de empezar con "Somnífero", ya que el lector se podría perder en algunos detalles, escenas o comentarios. ¡Y no os hagáis spoilers, que entonces no tiene gracia! xD

NA: ¡HOLA! Sí, saludo en mayúsculas porque estoy muy emocionada de volver a escribir esta historia... Aunque sea una continuación, para mí sigue siendo la misma :D
Me hizo muchísima ilusión la acogida que tuvo la primera parte de la historia de estos dos, por eso mi mente empezó a dar vueltas y vueltas hasta que formó la continuación de la misma.

Gracias por el apoyo, un besito muuuuuuuy fuerte y muchas gracias por seguir mis idas de olla.

Cristy.

PD: El título sólo se entenderá al final, en el último capítulo. Así que no le deis vueltas que no vais a saber por qué xD

(Y ahora dejo puntitos para que la gente no se haga spoiler sin querer)

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Capítulo 1: Dos y medio.

—Estoy embarazada —dijo ella, con una tímida sonrisa en el rostro.

Yo la miré un momento. Estaba empapada y con las pecosas mejillas sonrojadas por el vapor de agua que inundaba la habitación.

Y, de repente, también lo hicieron esas dos palabras que habían salido levemente de entre sus labios... Sin previo aviso, se mezclaron con el vaho y lo llenaron absolutamente todo.
Fue tan rápido que no tomé conciencia del peso de sus palabras hasta unos segundos más tarde, cuando fruncí el ceño repentinamente y me esforcé por entenderlo... ¿Acaso habría escuchado mal?

—¿Qué has dicho? —logré preguntar en un susurro casi inaudible.

Ella trató de no reírse, apretando los labios con fuerza.
Estiró un brazo y puso la mano en mi mejilla, mojándola con su roce y acariciándola con el pulgar.
Me miraba dulcemente a los ojos, intentando encontrar las palabras adecuadas para explicármelo.
Al cabo de unos segundos, suspiró profundamente, se quitó un mechón de pelo de la cara y separó los labios, tomando aire para volver a hablar.

—Que vamos a ser padres, Draco.

Me tomó un par de minutos colocar esas palabras en el lugar correcto de mi mente, y un par más en comprender que, de repente, en aquella habitación ya no éramos sólo dos.

Desvié la mirada de sus ojos para mirar a un punto por encima de su cabeza, entre azulejo y azulejo, para intentar pensar con claridad... ¿Estaba embarazada? Sí, la había escuchado bien pero... ¿Eso significaba que yo iba a ser padre?
Sacudí un poco la cabeza ante la estupidez de mi pregunta. Por supuesto que iba a ser padre. De hecho, había empezado a serlo desde que empezó a existir esa pequeña forma de vida en su interior.
Todo empezó a tener sentido... Su regreso, sus condiciones, su falta de apetito, sus caras al oler ciertos alimentos, sus constantes viajes al baño en pequeños periodos de tiempo... ¿Cómo no pude verlo antes? Tal vez la idea de ser un referente para alguien que te tiene como ejemplo y que te necesita para casi todo no entraba en mis planes.

Aprecié por el rabillo del ojo cómo Hermione fruncía levemente el ceño y abría la boca, pero yo cerré los ojos, apretándolos fuerte, y negué un poco con la cabeza.
De sus labios no salió una palabra, comprendiendo con mis gestos que con aquello que acababa de decir necesitaba de un tiempo de aceptación... ¿O acaso pretendía que me pusiera a dar saltos de alegría desde el primer momento? No, yo necesitaba pensar aquello, y pensarlo bien.

Sin embargo... También necesitaba dar respuestas a algunas de las preguntas que habían empezado a rondarme la cabeza de repente.

—¿De cuánto...?

—Dos meses —dijo ella en voz baja, interrumpiéndome—, dos meses y medio. Al menos esas son mis cuentas.

—¿Desde cuándo...?

—Desde el día siguiente a aquella noche en la discoteca —susurró.

Yo asentí. Sabía que ella nunca habría bebido alcohol siendo consciente de su estado.

—¿Quién lo sabe?

—Tú y yo —respondió, llevándose una mano al vientre—. Nadie más.

Volví a asentir, mirando con extrañeza la rara manera en la que se acariciaba el pequeño, pequeñísimo bulto que había pasado desapercibido ante mis ojos y que, ahora que me fijaba, sí que existía.

Estiré la mano izquierda y rodeé suavemente su muñeca derecha, alejándola de su cuerpo y dejándola caer al agua de la bañera. Luego, alargué un poco la mano derecha y mis dedos quedaron a unos pocos centímetros de su piel.

Aquello había sido un acto reflejo, pero ahora que estaba tan cerca, no sabía si realmente quería tocarlo.

Permanecí así un momento hasta que ella puso su mano sobre la mía y la presionó delicadamente hasta que la palma de mi mano abarcó aquel pequeño bulto.
La piel de Hermione seguía siendo tan suave como siempre, pero ahora había algo que la hacía diferente... ¿Más fuerte, quizás?
Ella hizo que paseara la mano por su vientre, lentamente, de lado a lado, y luego en círculos.

¿Ahí estaba creciendo alguien, de veras?

¿Estaba tocando lo que sería una parte de mí? ¿Una parte de ella? ¿Una parte de ambos?

Sería una niña. Estaba seguro. Una niña con el pelo como su madre, con los ojos castaños de su madre, con las pecas de su madre... Tenía que ser una niña. Seguro que era una niña.

—¿Estás llorando?

La suave voz de Hermione me sacó bruscamente de mis cavilaciones. ¿Estaba llorando?
Fruncí el ceño y sacudí la cabeza, negándolo... Pero ella recogió con un dedo una pequeña gotita que resbalaba por mi mejilla, y de la cual no me había percatado.

Yo suspiré y ella sonrió.

—No te preocupes —dijo—. Yo también lloré.

Aquella noche nos quedamos abrazados hasta que el agua se enfrió y empezó a calarnos muy dentro.
Yo la ayudé a salir de la bañera, nos secamos, nos pusimos ropa cómoda y nos tiramos en la cama, exhaustos.

Había sido un día duro, duro y largo, y ambos caímos en los brazos de Morfeo tan pronto como encontramos la posición más cómoda en el colchón. Ella boca arriba y con un brazo rodeando su cabeza, yo al otro lado, sobre mi costado y con el brazo bajo la almohada.

La miré unos segundos, apreciando el momento exacto en el que se había abandonado al sueño, y pensé en la suerte de esa niña al tenerla como madre.
La envidié, sólo un momento. Pero la envidié.

Y aun sabiendo que Hermione sería la perfecta madre de mi hija, no podía evitar sentir miedo.
Miedo a lo desconocido. Miedo a lo que nos esperaba.
Miedo, en todas sus facetas posibles.

Porque yo nunca tuve un buen ejemplo a seguir, y dudaba que, algún día, yo fuera a ser uno para la persona que venía en camino.

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