Capítulo VI

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—¡Es imposible! —emitió Elizabeth, apoderada por el pánico.

Se veía incapaz de reconocer que Lukas podía tener razón, que los concejales estaban en peligro y debía hacer algo para ayudarlos. Era la negación aquella que regía sus acciones, una entidad que le hacía dudar de la veracidad de las palabras del castaño, pero también el sentido común que, ahogando los pensamientos emergentes, expresaba que no se tomará a la ligera la deducción del varón. Finalmente, sería preferible que todo fuese un error y lo hubiera corroborado a saber, que pudo intervenir y no hizo nada.

Sin embargo, no podía dejar todo atrás e irse en una desquiciada travesía hacia el centro de la ciudad. No importaba que tan importante fuera. Tenía deberes y obligaciones con la embajada, pero si había aprendido algo de su tiempo como ministra era el lidiar con disputas varias, problemas que consumían muchísimo más de lo que uno esperaría. Y pese a no gustarle revivir el trabajo que la apartó tanto de su esposo, y que abandonó tras concebir a Lizeth, las alternativas escaseaban, y su capacidad sobresalía sobre cualquiera de los presentes.

A sabiendas de que un semblante de esa índole no caracterizaba a Elizabeth, nadie poseyó las agallas para refutar cuando las órdenes comenzaron a llegar. Eran más que conscientes de que razones tendría, y su confianza eclipsaba cualquier duda que brotaba. Alguien tan dura siendo vista consumida por el pánico no promovía ninguna rebelión.

Para mantener erguida la estructura, la embajadora debió enviar a todos bajo su servicio a realizar tareas a pesar de no corresponder a su área de experiencia. Estaban delante a una crisis absolutamente inconcebible, así que no dejaría que nadie vagara por los pasillos y dejase que sus camaradas protegieran las instalaciones. Sin importar que aconteciera, estaba en contra de que alguien muriera aquel día. También, dictaminando a quienes poseían un arma entre sus manos, que estaban autorizados para liquidar a los imprudentes que penetraran la muralla.

—No me gusta lo que estoy por pedir—emitió Elizabeth, denotando como la presión la estaba consumiendo, pero igualmente, templando su voz en son de no molestar a nadie con lo que su mente gestaba. —Sí los concejales están en peligro, no puedo ir yo sola. Así, que quisiera que vengan conmigo—a través de su mirada, Lukas y Lance quedaron apuntados.

Debido a la poca información que se tenía del autor de las caídas, ir en contra suya sería un acto de suicidio. Teniendo presente que los obeliscos ostentaban la inmunidad a armas ordinarias, y algo lo suficientemente fuerte los estaba haciendo volar como fuegos artificiales.

Por dicha razón, Elizabeth pedía el apoyo de Lukas y Lance. No había nadie más capacitado después de ella para confrontar los peligros que se avecinaban. Dado que, su magia única y dominio arcano ya habían demostrado un potencial abrasador cuando calcinaron a la criatura e hicieron que la compuerta del búnker se abriera. Y aunque, en otras circunstancias haría lo imposible para alejarlos del peligro, las manecillas continuaban avanzando y la posibilidad de que los concejales peligraran aumentaba.

Para los oídos de Amanda y Fernando la petición resultaba increíble. Les estaba pidiendo a dos civiles que tomaran el puesto de soldados y que se sumergieran en una lucha que apenas entendían. Su participación en la estación de Winterburry había sido más que suficiente, solicitarles que vivieran una situación similar no tenía cabida.

—Ellos deben decidir—interrumpió, previendo las palabras con las que la atacarían su esposo y amiga. —Elegir por su cuenta entre salvaguardar a los concejales o quedarse aquí. Seguir el instinto que te hizo concluir del peligro acechante—dijo, fijando sus ojos en el castaño. —Uno es un heraldo y el otro tiene una fuerte conexión con la magia como nunca vi. Poseen la potestad para hacer temblar la tierra. Ahora solo les pido que me provean de esa fortaleza y evitemos que lo que conocemos sea destruido.

UNA HISTORIA NO MUY ORDINARIA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora