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Harry Styles ha sido un bastardo toda su vida, desde su nacimiento. De pequeño era un adorable bastardo y luego de convertirse en un adulto, pasó a ser un maldito bastardo.

Sexo sin amor, sin compromisos y sin ataduras. Amistades superficiales y sin sentimientos de por medio. Una familia quebrada y vacía que siempre compensó monetariamente el amor que jamás pudieron darle. Harry era un hombre que vivía disfrutando de la vida y sus bondades, pisoteando a quienes ingenuamente se enamoraban de él y cazando a quienes se negaban a hacerlo, hasta que finalmente caían a sus pies.

Mujeres, hombres, heterosexuales, homosexuales, bisexuales. La enorme lista de Harry incluía infinita cantidad de manjares, pero ninguno lo suficientemente delicioso como para hacerlo querer repetirse el postre.

Se encontraba viviendo en los departamentos de la universidad. En una sección apartada y residencial ya que sus padres pagaban una gran cantidad de dinero para que no le faltase absolutamente nada. Estaba en su cuarto año de ingeniería industrial, algo que podría decirse, le apasionaba lo suficiente como para pasar algunas horas al día escuchando las aburridas cátedras de los maestros.

Esa era su vida, vacía pero lo suficientemente buena como para no quejarse de ella, aun cuando esa noche parecía ser una de las peores.

Estaba agotado mentalmente, su cabeza punzaba constantemente y las ojeras violáceas bajo sus ojos eran pruebas fidedignas de lo poco que había dormido las últimas tres noches. Todo debido a un maldito informe que debería entregar en solo tres días más. Y que aún no llevaba ni por la mitad.

Se encontraba sentado sobre su sofá, con su laptop encima del regazo leyendo una y otra vez lo que había redactado. Cuando sus ojos se nublaron y su garganta le dolió al tragar, comprendió que llevaba demasiadas horas frente a la pantalla. Se sacó los lentes de descanso y con su dedo pulgar e índice frotó el puente de su tabique nasal.

Se levantó para ir por agua mientras revisaba su teléfono, necesitaba sexo, unas malditas horas de sexo y es que llevaba demasiados días sin probar carne alguna, seis días para ser exactos. Pero no podía darse aquel lujo en ese momento que una de sus calificaciones dependía de aquel maldito informe, debido al maldito profesor.

Cuando finalmente pudo aligerar el ardor en su garganta gracias a una abundante y cristalina cantidad de agua, escuchó el chirriante sonido del timbre. Frunció el ceño inmediatamente y caminó hasta la entrada. Al abrir la puerta encontró a uno de los encargados de las residencias. Un hombre algo mayor y estricto, no era la persona favorita de Harry puesto que siempre iba a sermonearlo por su estilo de vida y Harry simplemente le cerraba la puerta en la cara.

El hombre tenía su ceño fruncido y aquella mirada despectiva que lo caracterizaba, que podría hacer a cualquiera sentir miedo menos a Harry.

"¿Qué ocurre anciano?" Preguntó el rizado universitario. El hombre soltó un gruñido y le hizo un gesto a Harry para que lo siguiera.

Harry rodó los ojos y tomando la tarjeta de acceso a su departamento caminó tras el hombre. No estaba atrasado en los pagos e incluso había sido algo considerado el último tiempo, eso quiere decir que sus fiestas no habían terminado en incidentes que requirieran fuerza policial o ambulancias de emergencia.

Al llegar hasta la oficina de administración fue recibido por una nerviosa mujer, la directora de las residencias. Eliana, una adorable y cálida mujer, demasiado tonta para el gusto de Harry.

"Hey Eli, ¿Qué ocurre?" Preguntó al ver como la mujer se mordía el dedo pulgar.

"Hola querido. ¿Cómo has estado?" Harry frunció el ceño cuando la directora le tomó la mano y le acarició el dorso de esta.

softness boy; larry adaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora