Capitulo 5

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 ―¡Lo dejaste en ridículo! ―A espaldas de mi madre pongo los ojos en blanco, realmente aburrida de su sermón, ahora a mi amada Condesa se le dio por salir en defensa del aprovechado que ahora es mi esposo ―¡Y delante de todos los invitados! Por a mor a Dios Amelia ¿Qué sucede contigo? ―Me quedo en silencio viendo a mi madre caminar de un lado a otro en mi habitación, nerviosa y preocupada ―Serás el tema de todos los nobles de Londres, eso si corremos con suerte y no se habla de la prisa de la boda y no toman en cuenta tu encuentro con su hermano, el Conde.

―Ay por favor ―Me pongo de pie ―¿Después de todo vas a reñirme por encontrarme por casualidad a solas con alguien que bien pudo ser mi esposo?

―¡Pero no lo es! ―Exclama apretando en abanico en su mano izquierda ―Tomaste tu decisión y debes asumir...

―¡Es suficiente madre! ―Grito dominada por la ira ―Me case con el Marqués, por usted y su empeño, por salvar a mi padre de una muerte segura, me case sin alternativa ni discusión, para que todo siguiera tal cuál, más no tolerare sus regaños, estoy de mal humor, obligada a soportar a un hombre cuya sola presencia me arruina el día, eso sin agregarle aún las posibilidades de que le arranque los ojos cuando reclame mis deberes de esposa.

Mi madre pierde el color tan repentinamente que temo que caiga de lleno al suelo, la sostengo de prisa y ayudo a sentar en el sofá orejero a su lado, le paso un vaso con agua del cuál bebe enseguida.

―No es tan malo hija ―Asegura después de un momento.

―¿Eh? ―Pregunto subiendo mis ojos a su rostro.

―Solo debes...

―No quiero hablar de eso madre ― Me pongo de pie y camino unos pasos lejos de ella al percibir de qué esta hablando ―No cuando no va a suceder.

―Cariño ―Me mira un tanto afligida ―Ser esposa no es solo mostrarse ante él mundo de la mano de un hombre ―Baja su mirada a sus manos entrelazadas ―Es también compartir el lecho y el cuerpo intima...

―Eso es aceptable para mujeres enamoradas ―Afirmo con la mirada en algún punto en el vacío ―Yo no estoy enamorada de ése hombre.

―Sólo dale una oportunidad, nada pierdes.

Niego con la mirada empañada, apretando la mandíbula con fuerza para no llorar, para no ceder ante la presión de mi garganta y mis emociones que me piden a gritos que las deje fluir con fuerza... que por primera vez en mi vida me comporte como una Dama común y no como la testaruda que se niega a mostrar sus emociones al mundo por temor a parecer débil.

―En eso tienes razón madre ― Suelto en un bajo murmullo ―Ya perdí lo más valioso ―Sorbo un poco mi nariz apresurándome a pestañear con prisa para ahuyentar las gotas que me hacen lucir indefensa, frágil ―Elegir.

Camino de un lado al otro hecha un manojo de nervios, dirigiendo mi mirada de tanto en tanto a la puerta de mi habitación, cojo la copa de coñac y sin pensarlo me termino su contenido en dos amargos tragos, arrugo la cara al sentir el calor del licor quemar mi garganta, observo la copa en silencio.

―No podre hacerlo ―Me digo a mí misma entre un entrecortado suspiro ―No soy tan fría, no cuando... ―Mi corazón se detiene al escuchar el pomo de la puerta, dejo de respirar un momento viendo como ésta se mueve dejando al descubierto el rostro de mi esposo, lo observo hecha un hielo, sintiendo de repente que la poca disposición que creí podía tener se me escapa por la ventana. Aparto la mirada y dejo la copa sobre el tocador, asegurándome de estar completamente vestida.

―Su Gracia...

―Amelia.

Un escalofríos me recorre de arriba abajo al escuchar mi nombre proveniente de sus labios, siento pánico de tan sólo pensar que éste hombre me tiene a su merced en mi propia habitación.

La hija del Conde: Cuando el corazón ama no hay desición que valga.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora