Parte 1

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La verdad es difícil explicar la situación en la que me encuentro el día de hoy, estoy aquí, sosteniendo la mano de Perséfone, esperando que lo inevitable pase, no sé si la muerte o que por fin alguien nos encuentre aquí. Pero supongo que, como todas las cosas sería más fácil de explicar si comenzamos por el inicio.

Mi nombre es Joline, si, como la canción... eso es el resultado de tener un padre americano y una madre mexicana, terminar con un nombre mal traducido... pero bueno.

Yo crecí en el sur de Estados Unidos, en una cultura permeada un poco de ambos mundos, donde todo era capaz de convivir en una extraña armonía. Cuando cumplí suficiente edad y viendo que lo que más me gustaba en el mundo era viajar, decidí ir a vivir al centro de México, contra los deseos expresos de mi padre, pero al final, era joven (al menos más joven), recuerdo poco de ese entonces, la verdad es que paso muy rápido y de manera muy atropellada.

Recuerdo la despedida, ver a mi madre, como toda buena latinoamericana acercarse a mí y darme la bendición, y recuerdo a mi padre, como todo buen americano, diciéndome que tuviera mucho cuidado... quizás debí hacerle caso, tener más cuidado... pero en este punto no lo se.

Recuerdo montarme al avión, recuerdo las horas de viaje, recuerdo las escalas... recuerdo sobrevolar ciudad de México y tener esa sensación en la boca del estomago de que algo pasaría, en ese momento, en mi inconsciencia, lo tome como la excitación previa de la nueva vida, de lo que ahora se avecinaba ante mi y era imposible controlar, la sensación mas pura de aventura en todo su esplendor... de haberlo sabido... no habría bajado del avión. El plan en ese momento era, viajar y seguir viajando, tenia amigos y familiares repartidos por todo México, así que mi plan simplemente era conocer, esa parte de mi vida, de mi historia que sentía que estaba perdida.

Recuerdo la línea enorme del aeropuerto en ciudad de México, la fila de migración, y verla ahí, parada, era una mujer hermosa, al menos a mi me lo parecía, morena clara de ojos grandes muy obscuros y una sonrisa confiada que solo se consigue con los años.

Me miro fijo, la mire de regreso... me sonrió y yo le sonreí... supongo que eso sello el pacto.

La vi quedarse ahí mientras esperaba mi maleta, mientras la recogía, mientras buscaba la salida, mientras tomaba un taxi que me llevara a la casa de Luis, un amigo de la infancia...

De golpe, mientras el taxi se alejaba despacio me pregunte lo mismo de siempre, ¿Por qué no le había hablado?, estaba sola en un lugar nuevo y me gustaría tener amigos, al final a eso venia, a la aventura, y aunque siempre había tenido el gusanito de salir con una chica, de besarla, de estar con ella, por alguna cosa o por otra jamás había pasado. Cosa que no tardo mucho en resolverse, supongo que fue el destino, solo vi como una camioneta negra se nos cerró en el camino, vi como el taxista levanto las manos al frenar, yo me llene de pavor, solo pensaba en mi madre, en mi padre, en la horrible sensación de vacío que tenía en la boca del estómago.

No puedo decir que me trataron con violencia, porque no fue así. Un hombre moreno, mal encarado se bajó de la camioneta, mi primera intención fue huir, pero al ver que portaban armas pensé que era mejor ser prudente, no tenía nada de mucho valor así que, bueno, esperaba tener suerte.

Se paró al lado de mi puerta y se limitó a decirme.

-Señorita, acompáñenos por favor -, yo me limite a asentir con la cabeza, tenia demasiado miedo para tratar de huir, para correr, me subieron a la camioneta con mi maleta...

- yo no he hecho nada, ¿dónde me llevan?, les juro por dios que no tengo dinero, por favor déjeme ir – me deshacía en suplicas, en peticiones, en tratar de conseguir una explicación coherente a lo que estaba pasando pero se limitaban a no hablar conmigo.

Las Noches de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora