COSAS DE NIÑOS
Isaac Asimov
Y de pronto, había vibrado una ráfaga de aire justo a la derecha de la máquina de escribir, remolineando y condensándose luego en el pequeño horror que columpiaba sus negros y relucientes pies al borde de la mesa escritorio.
Pasada la primera punzada de náusea, Jan Prentiss dijo:
-¡Maldita sea...! ¡No eres más que un insecto!
Se trataba de la confirmación de un hecho, no de un insulto. La cosa que se posaba sobre el
escritorio de Prentiss respondió:
-Desde luego.
Tenía unos treinta centímetros de longitud. Muy delgado, parecía la diminuta caricatura de un ser
humano. Sus articulados brazos y piernas nacían a pares en la parte superior de su cuerpo, las
segundas más largas y gruesas que los primeros, extendiéndose a lo largo del cuerpo y plegándose
hacia delante en la rodilla.
La criatura se apoyaba sobre estas rodillas, y el extremo de su velloso abdomen asomaba sobre el
escritorio de Prentiss.
Éste tuvo tiempo sobrado para reparar en todos los detalles, pues el objeto no ponía objeción
alguna al examen. Al contrario, se mostraba complacido, como si estuviera acostumbrado a
despertar admiración.
-¿Quién eres? -preguntó Prentiss, dudando de su propia racionalidad.
Cinco minutos antes, sentado ante su máquina, trabajaba pausadamente en el cuento que había
prometido al editor Horace W. Browne para el número mensual de la Farfetched Fantasy Fiction. Se
sentía muy bien, en perfecta forma.
Prentiss se preguntó distraído cómo iba a contarlo más tarde. Era la primera vez que su profesión
afectaba tan crudamente a sus sueños. Tenía que ser un sueño, se dijo.
-Soy un avaloncio -habló el pequeño ser-. En otras palabras, soy de Avalón.
Su diminuto rostro acababa en una boca de tipo mandibular. Los ojos tenían irisaciones de
múltiples tonalidades, y sobre cada ojo emergían dos ondeantes antenas de unos siete centímetros y
medio de largo. No presentaba muestra alguna de nariz.
Pues claro que no, pensó Prentiss aturdido. Sin duda respira a través de orificios situados en el
abdomen. En consecuencia, tal vez hablase con el abdomen. O quizá emplease la telepatía.
-¿Avalón? -repitió estúpidamente, y pensó: «¿Avalón? ¿El país de las hadas en tiempos del
rey Arturo?»
-Eso es -dijo la criatura, respondiendo con afabilidad a su pensamiento-. Soy un elfo.
-¡Oh, no!
Prentiss se llevó las manos a la cara, las volvió a apartar y comprobó que el elfo seguía en el
mismo sitio, aporreando con los pies el cajón superior del escritorio. Prentiss no era aficionado a la
bebida, ni tampoco persona nerviosa. De hecho, sus vecinos le consideraban un tipo muy prosaico.