mi padrastro

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Desde que mi madre se casó con Emilio, a tres años de la muerte de papá, mi vida cambiaría rotundamente. Odié a ese hombre desde que había entrado por primera vez a nuestra casa. Mamá estaba obnubilada por él, y nunca supe a ciencia cierta si lo amaba o no. Como ella decía: "le daba seguridad" y la verdad es que yo pienso que también le daba otras cosas que nunca logró confiarme. Por ese entonces yo tenía 19 años de edad y llevábamos cuatro conviviendo sobre el mismo techo.

Emilio era un hombre casi violento, temperamental, oportunista y deshonesto. Era un tipo de unos 45 años, bastante menor que mamá.
Su aspecto era desaliñado, de contextura corpulenta, alto, de músculos definidos, barba desprolija que siempre tenía dos o tres días de crecida. Casi
siempre se lo solía ver vestido en camiseta musculosa blanca, haciendo
ostentación de su transpiración que mojaba la tela y transparentaba sus
vellosidades y pectorales. De rasgos duros, viriles, casi de boxeador, era la
imagen misma del macho desinhibido y desarreglado. Con una pobreza de educación
y modales toscos, el único trabajo que había hecho toda su vida era el de
repartidor mayorista de embutidos. Salía por la mañana con su camioneta a hacer
las entregas, y volvía a media tarde a casa, momento que para mí era insufrible.

En casa, la vida era muy rutinaria. Si bien no éramos una
familia feliz, mamá se empeñaba en esforzarse cada día para que eso no se
notara, fingiendo muchas veces y haciéndome constantes ruegos cada día con
respecto a la mala relación que yo tenía con mi padrastro:

-Pero Manu, tenés que comprender un poco a tu padre... él
trabaja todo el día y viene cansado, y...

-Mamá â€" le respondía con una mezcla de angustia e ira â€" ¡Ya
te dije mil veces que él no es mi padre! Nunca lo será, sencillamente porque yo
no lo puedo sentir así.

Mi madre se encomendaba a los santos y alzaba los brazos
siempre que yo iba a encerrarme en mi cuarto. Desde allí, yo escuchaba la
llegada de mi padrastro.

-¿Y el vago de tu hijo? ¿Otra vez metido en su cuarto?
¿Cuándo va a ir a trabajar? ¿Pero se puede saber qué hace ahí metido todo el
día?

Desde mi cuarto escuchaba las justificaciones tímidas de mamá
a media voz para no despertar la cólera de ese hombre tan imprevisible. í‰l,
sobre todo en ausencia de mi madre, me trataba mal, siempre a los gritos y hasta
empujones para hacerse entender. Se creía con derecho a tenerme como su esclavo,
es así que yo iba a comprarle su cerveza, cigarrillos, lavaba su camioneta, y
todo lo que se le viniera en ganas, pues aducía que yo era un vago que no hacía
nada en todo el día. Yo, que había terminado el colegio secundario, aún tenía
materias pendientes, y hacía todo lo posible por seguir estudiando y poder
entrar a la universidad. í‰sta era otra oposición de mi padrastro, pues no quería
saber nada de que yo estudiase, y aprovechaba cualquier oportunidad para
explotarme como mano de obra gratuita en algunos de sus negocios.

La verdad es que yo le tenía miedo. Lo odiaba, pero a la vez
no podía imponerme en rebeldía con él. Su imagen osuna, de hombre compacto y
fuerte, siempre me amedrentaba un poco. Tenía miedo de que algún día llegara a
ser víctima de su fuerza bruta, es así como yo soportaba cada una de sus
humillaciones. Mamá no escuchaba mis tácitos pedidos de auxilio, es decir, no
quería escuchar. Cada vez que yo intentaba hablarle sobre Emilio, ella ponía un
muro entre nosotros. Tampoco era una mujer doblegada por los maltratos de su
marido. Era curioso, pero aquella bestia de persona, tenía por mi madre un
respeto extraño. Jamás le levantaba la voz.

Un día mi madre me despertó más temprano que de costumbre.

-Manu, levantate, que tenés que ir con tu padre a hacer una
entrega con la camioneta.

Relatos Del BarWhere stories live. Discover now