1 La Mansión de las Sombras

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Qué sueño tan raro… pensé nada más abrir los ojos. Cogí el reloj de la mesita, y al ver que eran las seis y media de la mañana me eché la almohada a la cabeza e intenté dormir de nuevo, pero me resultó imposible. Los rostros de aquellos hombres cruzaban mi mente sin cesar, en especial el del más joven. Intenté recordar lo que habían dicho pero conforme me iba despejando menos recordaba y la lucha por volver a dormir sólo consiguió despertarme aún más. Finalmente me rendí, me levanté de la cama emitiendo un largo bostezo y fui directa al baño.

Al mirarme en el espejo mis ojos azules llenos de legañas me devolvieron una mirada somnolienta, pero alegre. Hoy es un día importante… pensé, y sentía que iba a ser especial. Por lo general, no solía despertarme con semejante optimismo el primer día de instituto, pero hay días en los que una se levanta con buen pie aunque haya que ir a clase.

Regresé a mi habitación y me puse a escuchar música con el discman para despejarme por completo, descorrí las cortinas, recogí a mi Osito (peluche grande de oso que tenía en mi cama con el cual dormía, pero que, en el transcurso de la noche acababa siempre en el suelo), abrí el armario e intenté elegir qué ropa ponerme. A mediados de septiembre en Cartagena el calor es aún veraniego, sin embargo, aquel día estaba nublado, así que opté por ponerme unos vaqueros largos, una camiseta de manga corta rosa y unos tenis a juego. Finalicé echándome espuma para definir las ondulaciones de mi pelo y convertirlas en estupendos rizos rubio oscuro.

Cuando me miré en el espejo el resultado me gustó. El cabello, liso al principio y muy bien rizado al final, había quedado tal y como a mí me gustaba, los ojos me brillaban con la alegría que llevaba encima por lo que el azul de éstos se veía aún más intenso de lo que ya de por sí son. Los labios, en cambio, estaban un tanto resecos, así que les di un poco de color; con la nariz, sin embargo,  no pude hacer nada, siempre ha sido más grande de lo que deseaba pero estaba aprendiendo a convivir con ella. Lo mismo me ocurría con la altura, no me gustaba medir un metro setenta, demasiado alta, ni tampoco tener pechos pequeños y piernas largas. A pesar de todo, ese día me veía estupenda.

Nada más oír ruido en la cocina salí de mi cuarto medio bailando.

-        ¿A qué se debe tanta euforia?-preguntó con una sonrisa mi madre.

-        Hoy es el primer día de ¡mi último curso en el instituto!

-        ¿Desde cuándo celebras tú el primer día de clase?

-        Celebro que sea mi último curso.

Cogí mi taza de Simba y Nala en la que salían de cachorritos ¡monísimos! ¿Infantil? Es probable, pero mi Cola-cao mañanero sabía más bueno en compañía de ellos.

-        Tómate algo más -comenzó a protestar mi madre-, no puedes tomar sólo un Cola-cao por desayuno.

-        Tomaré algo más en el recreo, ahora sólo me entra esto, ya lo sabes ¿tenemos que discutir lo mismo cada mañana?

Sandra, mi madre, era una mujer de estatura más bien pequeña, un poco rellenita, de ojos negros, cabello corto, liso y negro, y, además, era enfermera. Como en su trabajo había atendido a varias personas de sufrir una lipotimia precisamente por no haber desayunado lo suficiente o nada, se pasaba todas las mañanas (y digo todas sin excepción) renegando porque yo no tomaba más que un Cola-cao, no importaba que luego me inflara a comer en la cantina del instituto, ella sólo veía que no comía antes de salir de casa.

-        Un día te va a pasar algo, ya lo verás –dijo en tono de bruja gitana que vaticina una desgracia- y a partir de ese día te pondré el típico desayuno americano, y ¡ay de ti como no te lo comas todo!

El Principio del Fin (libro 0 de la saga La Orden del Sol)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora