Formaremos un dúo

373 15 13
                                    


Sus dedos rasgando distraídamente las cuerdas de la guitarra y su posición despreocupada en el sofá daban una imagen de aparente calma. A simple vista, Patxi parecía estar disfrutando de un momento a solas con su guitarra eléctrica, pero por dentro las preguntas daban vueltas como un huracán, superponiéndose unas encima de otras y aumentando su preocupación. ¿Dónde estaba su hijo? ¿Por qué llegaba tan tarde? ¿Le habría pasado algo? ¿Tendría que llamarle o debería dejar que disfrutara con sus amigos su primera fiesta de Nochevieja?

"Menudos disgustos me da este niño, y eso que no ha hecho nada malo". Si, Íñigo –o su niño, como le gustaba llamarle a él- era el mayor orgullo que tenía Patxi. Era brillante, siempre sacaba matrículas de honor, era educado, gracioso, cariñoso... Su mirada fue a parar a la foto de familia que tenían encima de la chimenea y una nostálgica sonrisa apareció en su boca. Carolina, su esposa, y Pablo, su otro hijo, habían fallecido cuando el pequeño contaba solo dos años, con lo que Patxi había tenido que cuidar a Íñigo solo. Le había protegido de todos los males del mundo y a cambio solo había recibido amor y agradecimiento.

Ahora que su niño ya tenía 18 años y podía ir legalmente a discotecas Patxi estaba en un sin vivir. A pesar de ser mayor de edad el chaval aparentaba 10 años y para el hombre era muy difícil pensar que su niño ya podía beber, ir a la cárcel, votar... como una persona adulta.

El reloj del pasillo dio las 3 de la mañana al mismo tiempo que el teléfono de casa empezó a sonar. Extrañado, Patxi dejó a un lado la guitarra y descolgó con un nudo en la garganta.

-¿Si?

-¿Es usted Patxi López, el padre de Íñigo?

El teléfono se congeló en la mano del hombre, que solo pudo articular un "sí" casi sin voz.

-Siento mucho molestarle a estas horas en la noche de fin de año, pero su hijo acaba de tener un accidente de coche. Le hemos trasladado al hospital y...

-¿ESTÁ BIEN? ¿ESTÁ VIVO?

-Está vivo, pero ha perdido mucha sangre, le voy a dar la dirección del hospital para que venga cuanto antes.

Patxi anotó la dirección del hospital con manos temblorosas y colgó el teléfono. Se quedó unos segundos mirando a la nada volviendo a una noche 16 años atrás en la que había tenido una conversación parecida, reviviendo el peor momento de su vida como si fuera ayer. Levantó la cabeza y tras coger el abrigo, sin preocuparse de quitarse el pijama, agarró las llaves del coche y puso rumbo al hospital.

-----------------------------------------------------------------------------------------------------

Las puertas acristaladas del hospital se abrieron para dejar paso a un Patxi en pijama desesperado por creer que todo eso era un mal sueño y que en cualquier momento se iba a despertar.

-¿DÓNDE ESTÁ MI HIJO? –gritó, abalanzándose sobre el mostrador de recepción.

-¿Es usted Patxi López? –la mirada de tristeza de la recepcionista revolvió el estómago del pobre hombre, que ya se temía lo peor. –Planta 4, habitación 460. ¿Quiere que avise al doctor? -las últimas palabras se quedaron en el aire porque Patxi ya había puesto rumbo escaleras arriba, no tenía tiempo de esperar al ascensor.

La gente se iba apartando a su paso, pues la mirada enloquecida y desesperada del hombre daba miedo. Al llegar a la cuarta planta casi sin aliento agarró a un enfermero del brazo y le preguntó por la habitación 460. El joven, imaginándose quien era, le llevó y por el camino le informó de la situación: estaba tan grave que los médicos habían parado de intentar salvar su vida: no había nada que hacer. Patxi sintió ganas de vomitar y empezaron a correrle sudores fríos por todo el cuerpo. Primero la muerte le arrebató a su esposa y su hijo mayor, y ahora su pequeño, su niño, lo que más quería en este mundo, la luz de su vida, lo único que había conseguido que los años posteriores a la pérdida de Carolina y Pablo estuvieran llenos de alegría se le iba también. El enfermero le frotó la espalda como un débil y patético intento de consuelo y procedió a abrirle la puerta de la habitación. Patxi se abalanzó hacia la cama donde su hijo, vestido con uno de sus trajes antiguos, perdía la vida a cada respiración. Cogió la mano de Íñigo sin prestar atención al hecho de que el enfermero desalojaba la sala para darles intimidad.

-Íñigo, estoy aquí. –un quejido salió de su hijo mientras este intentaba incorporarse para ver a su padre.

-Papá...

-Shhhh, quieto, no te muevas. -el hombre intentó conservar un tono tranquilo, pero se le quebró la voz al ver la mancha de sangre que cubría la corbata de su niño.

-No fue culpa mía, papá. –Íñigo apretó débilmente la mano de su padre e intentó sonreír. –el coche... está destrozado...

-No pasa nada, cariño, compraremos uno nuevo. –Patxi se aferró al hecho de que su hijo tuviera fuerza suficiente como para apretarle la mano. Si podía hacer eso también podía vivir, ¿verdad? El enfermero estaba equivocado.

-Yo... -Íñigo cerró los ojos para coger fuerzas –me choqué contra un coche... una chica... no sé qué le pasó...

-Shhhhh, tranquilo mi amor, ya nos preocuparemos de eso más tarde.

El pobre hombre estaba al borde de las lágrimas, pero sonrió para que su niño no perdiera la esperanza.

-Vas a estar bien, ya verás, cuando te recuperes de esto te voy a llevar a la tienda de guitarras que tanto me gusta y te regalaré tu primera guitarra eléctrica.

-Formaremos... un dúo –a Íñigo le costaba cada vez más hablar y se estaba poniendo más pálido de lo que estaba antes. Su agarre iba perdiendo fuerza, así que su padre apretó con más fuerza la mano de su hijo, deseando poder cambiarse por él ahora mismo. –Solo nos falta... el cantante. Mi amigo Monedero...

-Lo sé, lo sé, podemos llamar a tu amigo Monedero, o a tu amiga Irene, o a quien quieras, pero primero tenemos que decidir el nombre del grupo, ¿o no?

La mano de Íñigo perdió toda la fuerza a medida que Patxi veía como su mirada se quedaba sin vida en cuestión de segundos.

-¿O no?

El hombre soltó la mano de su hijo y esta cayó inerte encima del colchón del hospital.

-¿O no?

Eso último sonó como un ruego más que una pregunta. Patxi esperó la respuesta de su hijo pequeño con una sonrisa esperanzada en la cara mientras las lágrimas caían por sus mejillas sin control, como una anunciación de que la última persona que le quedaba en el mundo le había dejado completamente solo y destrozado.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Apr 21, 2016 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

One shot: Malas noticiasWhere stories live. Discover now