Capítulo 13: Un nuevo amanecer (2ª parte)

Comenzar desde el principio
                                    

—Oh, qué bonito discurso, principito —se burló Retto—. Pero no todos pasamos de esclavos a señoritos de bien. Trae a la chica —dijo a Bracco, instándole a que le acercara una llorosa Valenda que intentaba con todas sus fuerzas salir de allí.

—Déjala estar —insistió Reyja—. Esto es entre tú y yo, Retto. No la metas a ella.

—Bracco, déjala —ordenó Suke con voz firme, y el vincio dudó un momento—. Sabes quién soy. Sabes que tengo derecho a ordenarte esto.

—Me estás tocando mucho las narices, principito —gruñó Retto, dirigiendo una mirada a su subalterno, que parecía indeciso. Después de todo, si como habían destacado, Suke era el hijo de Byro, tenía cierta autoridad.

—Preferiría no tener que escoger —dijo Bracco con prudencia—. No quiero meterme en problemas con el Príncipe. Te dio visto bueno para que llevaras a cabo tu venganza, es cierto, pero...

—¿Pero qué, Bracco? —interrumpió Retto—. ¡Esta es mi venganza! ¡Ese chico me obligó a matar con mis manos a la mujer que amaba! ¿Tienes idea de lo que dolió eso? ¿Tienes idea de lo que fue para mí escuchar sus gritos? ¿Ver el humo y saber que ese sonido extraño es su piel al chamuscarse, saber que eso que estás  oliendo es su carne calcinada? No, ese crío tiene que pagar por lo que hizo.

—Yo no lo hice —dijo Reyja marcando cada una de las sílabas—. Pero si crees que te sentirás mejor castigándome, hazlo, pero deja en paz al resto. Ellos no hicieron nada —dijo señalando a Val y al personal del servicio—. No hicieron nunca nada —recordó con amargura.

—Bracco... —repitió Suke en voz baja. Si conseguía que Retto perdiera el apoyo de los otros vincios, tendrían una oportunidad de salir de allí. «¿Pero cómo? Lo único que estás haciendo es proteger a Val, y eso es bueno, pero... ¿y Reyja?».

—¡He dicho que te calles! —masculló Retto escupiendo cada palabra—. Deja de retarme, enano de mierda, o tendré que disculparme ante tu padre cuando le entregue tus cenizas. Está bien —añadió en voz baja, dirigiéndose de nuevo a Reyja—, se quedará entre tú y yo.

—Reyja no fue —insistió Suke.

—Suke, déjalo estar —dijo Reyja sin apartar la mirada de los ojos de Retto—, eso nunca le ha importado. ¿Cómo vas a hacerlo? —preguntó al vincio—. ¿Me vas a calcinar? ¿Golpear? ¿Quieres que juguemos de nuevo? —dijo, mostrando su pecho desnudo—. No tengo ninguna marca en esta zona. Pero... eso ya no importa, ya no es necesario esconderlas. Todos lo saben.

—Supongo que ya no importa —dijo Retto asintiendo paseando su dedo índice por la cara, como si buscara un lugar para incidirlo—. Podría empezar por uno de esos ojos descarados. Cuando eras pequeño eras más educado. ¿Has escuchado alguna vez el sonido que hace un globo ocular cuando hierve? Yo lo vi una vez; explota. —Reyja apretó la mandíbula pero no se inmutó, ni siquiera apartó la mirada—. El ojo, pues. Es el chico —dijo a Bracco—, es mi venganza. ¿Sería mucho pedir que esta vez me ayudaras sin darme problemas y le sujetaras? Acabaremos rápido —sentenció.

—No voy a moverme —dijo Reyja—. No es necesario que manches las manos de otro.

—Perdona si lo dudo —dijo. Bracco asintió con la cabeza y dejó a Valenda en el suelo. La joven salió corriendo y se refugió en los brazos de Pazme, que estaba custodiada por el otro vincio de tierra. Val murmuró algo ininteligible entre sollozos que ahogó contra el pecho de su madrastra.

—¿Puedes sacarlas de aquí? —preguntó Reyja.

—¿Por qué? ¿No quieres que vean lo valiente que eres?

El Alma en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora