¡Gary no es gay!

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—¿Sólo un beso en la mejilla? —preguntó Sarah, indignada, mientras bajaba del autobús.

Jenna asintió sin la misma preocupación que la otra. Se sentía como una autómata, mientras caminaba en la calle casi vacía, a 30 minutos para las 7 de la mañana. Luego entendería la gravedad que exponía la discusión cuando estuviese más llena de energía.

—¡Vaya forma de despedirse! —echó los brazos al aire y los volvió a bajar. Volteó su cabeza en dirección a Jenna, y dijo—: ¿Segura que no es gay? ¡Au, dolió!

Después de darle un moderado manotazo, Jenna se sintió más alerta.

Sarah era el tipo de persona que juzgaba de “gay” a los hombres que no eran atrevidos, harina de su mismo costal. Todos los chicos con quienes había salido, eran desde luego unos imbéciles, pero siempre era ella la rompecorazones de la pareja. En la actualidad, se había conseguido un novio de su mismo calibre, incluso era ítaloamericano como ella, pero esté superaba sus expectativas. Además de ser atrevido, era un temerario skater y se había tatuado su nombre en el brazo izquierdo. Inclusive, vivían juntos desde hace tres meses, pero Sarah se quedaba algunas veces a dormir en el apartamento que en un principio había rentado junto a Jenna cuando se instalaron en Tempe.

—No todos pueden ser como Brady —se excusó Jenna, y pudo notar chispas en los ojos de su amiga, que tal vez estaba recordando la primera vez que besó a su novio (también fue la misma ocasión en que ellos se conocieron).

 —Me gustaría seguir hablando, pero llegamos —le dio un besó en la mejilla a Jenna como despedida—. De nuevo, gracias por cubrirme. Adieu.

—Te la debo —Jenna le sonrió, y se despidió agitando la mano.

Finalmente, entró en Dakota’s cafe, donde trabajaba.

Dentro había algunos clientes que sin duda pararon a tomar una taza de café antes de hacer cualquier cosa. Estudiantes, evidenciados por sus libros reposando sobre las mesas, hombres de negocios con expresión de haber tenido insomnio la noche anterior, amas de casa que compartían un pequeño time off con alguna vecina, y luego estaban los trabajadores del local.

Leslie estaba en la caja registradora. Era la chica quien le había prestado la camisa de uniforme a Jenna anteriormente. Originalmente residía en Tempe, pero estaba en la misma situación que Sarah y ella sobre la UA. Era una chica alta, pero rellenita. Su cabello estaba teñido de castaño y los iris de sus ojos eran color caramelo.

Cuando levantó la cabeza y miró a Jenna, le sonrió y la saludó con un movimiento de mano.

A Jenna le pareció extraño el hecho, Leslie tenía la energía de un niño que había consumido demasiado azúcar a escondidas de su madre. Además de que nunca paraba de hablar. 

—Buen día, Leslie. ¿Pasa algo? —preguntó Jenna al acercarse.

Pero quien le respondió no fue Leslie.

—Vaya que pasa algo —dijo una voz masculina y malhumorada—. ¿No es demasiado temprano para parlotear, Trotter?

Jenna alzó los ojos y se encontró con la mordaz mirada de Dake, quien cerraba a espaldas silenciosamente su oficina ubicada en la parte trasera de la zona de trabajo, cerca del vestidor. Él era dueño y gerente del café. Tenía un terrible mal carácter. Se desconocía su edad, porque no hablaba de su vida privada, pero debía tener entre 28 a 30 años. Alto, robusto, cabello color cobre, piel bronceada e iris color chocolate. Las nuevas trabajadoras lo consideraban guapo, antes de conocer lo desagradable que podía llegar a ser.

—Cámbiate y ve a trabajar —ordenó, antes de retirarse.

Las dos chicas observaron como salía por la puerta principal del local, para luego relajar los hombres.

Sparkling EyesWhere stories live. Discover now