Lecciones

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Hacía tiempo que el único lenguaje en el que le apetecía hablar era en el de la música. Era capaz de escuchar una partitura con solo mirarla, incluso aquellas más complejas reservadas a los domadores de pianos. Ella tan solo era una aficionada en comparación con otras alumnas, pero aprendía rápido. Sobre todo ahora que el piano era su única alternativa para acariciarlas notas.

Solfeo era una de las pocas clases que disfrutar en esta residencia diseñada para convertir a las mujeres en damas y a las damas en monjas. Por la mañana estudiaba ciencias y letras, por las tardes le enseñaban a coser, a cocinar y la adiestraban en el arpa y el piano. La guitarra estaba prohibida, al menos en esas horas. Tan solo podía tocarla en la soledad de su cuarto donde disfrutaba de otras comodidades como, por ejemplo, una conexión a Internet robada.

—Estás horrible, ¿no tenías nada mejor que ponerte? —bromeó Megan en cuanto se encontraron en el aula de costura. No había forma de parecer decente con ese uniforme, ni siquiera adornando el cabello con los lazos que las mojas les permitían utilizar.

—¿Has vuelto a meter el bajo? —Juliette se fijó en que la falda de su amiga dejaba ver el inicio de sus rodillas—. Ve a cambiarte. Si te pille Marie Anna te castigará y no pienso perderme lo de esta noche.

Megan se echó a reír y le lanzó a Juliette unos leotardos por fruncir.

—Acabo de sobornar a la pánfila del turno de tarde. Podemos reunirnos en la biblioteca después de cenar —dijo mientras su amiga la miraba expectante—. Nicole ya ha avisado a su primo, vendrá con un par de amigos a buscarnos.

La biblioteca contaba con un gran ventanal que daba a los jardines traseros. Escapar por allí era un juego que practicaban dos veces al mes, cuando el primo de Nicole tenía a bien ir a recogerlas. El único peligro que corrían era ser descubiertas, pero Megan siempre se las apañaba para conquistar a las novicias que ejercían de vigilantes.

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