No había sido la inicial opción para iniciar la conversación, pero por el modo en que ella se iluminó ante mis palabras, supe que no había sido un completo desastre. Socialmente hablando, me refiero.

—Sí, hablaste con ella...

—Lo recuerdo. —Me pasé una mano por la boca en gesto ausente y no habría siquiera reparado en ello, de no ser por el modo en que Erin soltó un ligero bufido—. Lo siento, no fue mi intención. —Se encogió de hombros sacudiendo la cabeza para restarle importancia al asunto. Hice mi propia nota mental de no volver a cubrirme la boca al hablar—. Tienes audífonos, ¿sirven para algo? —Nunca les dije que fuera un tipo sutil, ustedes prefirieron deducir esa mentira. Así que es hora de que vayan saliendo de su error—. ¿O sólo son de indumentaria?

—Oh, sí, es un modo en que los sordos... nos reconocemos mutuamente. —Rodó los ojos, aunque no supe si molesta o simplemente resignada. Ninguna de las opciones era buena, dicho sea de paso—. En realidad... sirven para que tenga más... conciencia de mi entorno.

Su "conciencia" sonó más como "condencia" pero intenté hacer caso omiso de ello y realmente concentrarme en lo que decía, y no tanto en el modo en que lo hacía. Oigan, ténganme paciencia, jamás había tenido que mantener una conversación con una persona cuya pronunciación fuese tan mala, y el controlador/analítico en mí estaba comenzando a tensar los músculos frente a cada error. Dios del infierno, ¿podía ser tan hijo de puta? ¿En verdad estaba luchando para no corregirla?

A veces tengo la bastante condencia para sentir asco de mí mismo. Es broma, ¡Cristo!, no es necesario que me vean así.

—Pero no oyes nada —murmuré con calma, pateando lejos cualquier idea sobre su pronunciación. Erin negó, dándose unos ligeros golpecitos en los audífonos.

—No voces. —Otra vez su "no" fue más como un "do" y tuve que cambiar de postura, por el simple hecho de hacer algo—. O sonidos claros, pero si... me ayudan a diferenciar algunas frecuencias. —Alzó las manos, haciendo un ademan que abarcaba el restaurante en su totalidad—. Y también salir a la calle y no ser... arrollada por un autobús.

Asentí, mentalmente contabilizando todos los errores que había cometido durante su explicación. Dios mío, esta iba a ser una larga cena. Afortunadamente el camarero llegó en mi rescate, evitándome que hiciera alguna estupidez como excusarme para ir al baño y no regresar jamás. No, esperen, no me malinterpreten. Ella era preciosa, joder, podría mirar su rostro todo un fin de semana y les juro que no parpadearía ni una maldita vez en esos dos días. Pero escucharla hablar iba en contra de mis principios básicos, ni siquiera pude tolerar a un compañero tartamudo en la escuela media. Mi madre tuvo que pedir que me cambiaran de clase, sólo porque yo torturaba al pobre chico corrigiéndolo o completando sus frases en medio de una lección. Era una tortura para mí oírlo, así como para el pobre chico escucharme corregirlo con altanería. Pero era más fuerte que yo, maldita sea, estoy enfermo de la cabeza y no puedo lidiar con las imperfecciones. Me hace sentir... extraño. Y dejémoslo ahí.

¿Por dónde iba? ¡Ah, sí, el camarero! Inicialmente lo sentí como un salvador, pero tenía que desarraigar la mala costumbre de adelantarme a los hechos. El tipo nos dio una carta a cada uno, mientras se paraba a la diestra de Erin y se colocaba en esa típica postura de camarero. Sé que la han visto en películas, no me hagan explicarlo.

—¿Al caballero le gustaría ver la carta de vinos? —preguntó, supongo que refiriéndose a mí. Asentí, aceptando la segunda pequeña carta y comencé a mirar por encima su lista de vinos.

Era una mierda. El restaurante en sí ofrecía un menú bastante triste, Gordon Ramsay estaría sacándose los pelos en esa cocina, pero en fin. Era la elección de la irlandesa y francamente me daba igual. Mamá tenía razón, yo debía intentar ser menos snob, el total en mi cuenta bancaría no justificaba mi comportamiento. Pero tratándose de vinos, mi paladar era un experto. Podía comer mierda, siempre y cuando estuviese acompañada de un buen vino. Jesús tuvo vino en su última cena, me parecía lógico que el hombre común tuviera la misma posibilidad, ¿no?

El enigma de Erin (libro I) SOLO PRIMEROS CAPÍTULOSWhere stories live. Discover now