Capítulo 7- Un merecido descanso (Primera parte)

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Abrí los ojos, los cuales me ardían, para descubrir a Karion zarandeándome. Sonrió al ver que había vuelto al mundo de los vivos.

-Buenos días, bella durmiente-dijo burlón. Tenía un par de moretones en el rostro, pero parecía estar entero.

-Buenos días, damisela en apuros.-Rió y se dirigió a la salida. Antes de salir de la habitación, giró su rostro hacia mí-Te espero en el comedor dentro de media hora.-y sin decir más, desapareció detrás del marco.

Me senté en mi cama y parpadeé varias veces, intentando humedecer mis ojos. Me sentía con una sed y un calor sofocantes. Me percaté que estaba descalzo, tan sólo vestido con mis pantalones, los cuales me daban un aspecto que recordaba al de un vagabundo. Flexioné y estiré los músculos tensos de mis piernas, brazos y espalda. Luego de comprobar mis heridas, las cuales tenían el aspecto de estar allí desde hacía al menos una semana, me coloqué los borceguís de combate una remera negra térmica y salí al exterior, es decir, el pequeño callejón creado por el espacio entre el muro, el pabellón de la segunda compañía y el contiguo.

Enseguida me arrepentí de haberme colocado la última prenda, dado que, a pesar de que las nubes cubrían el cielo, el calor era agobiante. Busqué con la mirada a mi compañero, pero ya se había esfumado. Tal vez estaría esperándome enfrente, pero rápidamente pude comprobar que no era así. Utilicé mi mano de visera, debido a que la luz me golpeó el rostro con fuerza. La iluminación grisácea proyectada desde las nubes convertía a todo el cuartel prácticamente en una película en blanco y negro. Dado que sólo había dos calles asfaltadas, las cuales conectaban al hangar con las dos puertas principales, el resto de los caminos estaba cubierto de barro. Aparentemente había llovido. El movimiento dentro del cuartel era poco a simple vista, tan sólo un par de Zarigüeyas de los que unos soldados descargaban unas cajas, un par de cruzados que se dirigían a diferentes lugares solos o en grupos y, en el centro, del enorme edificio principal salía nada más y nada menos que Rah acompañado de dos guardaespaldas de capas y armadura blancas. Seguramente era un asunto importante.

Decidí adelantarme a la hora estipulada y me dirigí hacia el comedor. FoLS tenía dos pares de avenidas, cada cual paralelo entre sí, cruzándose perpendicularmente con el otro, en el centro estaba, como ya mencioné, la construcción principal, lo cual desde el aire hacía que el fuerte pareciese un gigantesco Tres en Línea con un cuadrado en la casilla central. Estas avenidas se numeraban en el sentido de las agujas de reloj por Uno, Dos, Tres y Cuatro. Nosotros dividíamos el territorio dentro de las murallas en cinco partes trazando imaginarias diagonales desde los vértices de la fortaleza: Norte, Este, Oeste, Sur y centro. Al norte del fuerte se encontraba el hangar, una sección de la novena compañía, la tercera, compañía aerotransportada, al completo, el barracón de civiles, sólo utilizado en caso de que tuviésemos que resguardar población cercana y el departamento de mecánicos. Luego, al Este, estaba ubicado el pabellón sanitario y las barracas de la primer, segunda y cuarta compañía. Del lado Oeste se encontraban los campos de entrenamiento, el comedor y los “suertudos”, como les decíamos nosotros a aquellos que estaban cerca del “restaurant”, apodo cariñoso para la taberna, dado que eran aquellos que hacían desaparecer los mejores platos. Además, dado que las construcciones de esa zona estaban destinadas a la quinta, sexta y séptima, es decir, los suertudos, eso significaba que eran los soldados entrenados para la batalla cuerpo a cuerpo, por lo que, al entrenar constantemente más que la mayor parte de los cruzados, su metabolismo les exigía comer como termitas lo que fuese que les colocasen delante. Por último estaba el lado Sur de la fortaleza. En esta se encontraba el pabellón de las compañías de reserva y el del resto de la novena compañía, además de albergar la biblioteca pública y dos barracones vacíos en caso de tener que albergar al total de las tropas, dado que cada barracón en realidad sólo podía contener tres cuartos de las fuerzas totales de cada división militar, estipulándose que el cuarto restante de cada compañía siempre se encontraría en misiones de reconocimiento, patrullando las calles, de incógnito en alguna ciudad o pueblo, entrenando en otra base, e incluso, tal vez, muerta. Y sí, así de optimistas eran nuestros superiores.

Cruzados -El infierno en la Tierra- (EDITANDO)Where stories live. Discover now