Capítulo 11: Engranajes

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—Aizoo —recordó con una sonrisa triste—. Y ahora soy capitán.

—Sabía que llegaría lejos —dijo, asintiendo la cabeza con aprobación.

—¿Ya se conocen? —comentó Isaowe extrañado.

—El teniente... capitán —se corrigió Fan-Wolfert—, coincidimos hace muchos años. Él evitó que mi dirigible volara por los aires.

—Solo hacía mi trabajo —dijo Kobe, recordando aquel caso. «¿Cuánto hace de eso? ¿Diez años? Puede que más».

—No lo dudo, el capitán Aizoo ha resultado ser un joven muy competente —dijo el Coronel Isaowe con un extraño brillo en la mirada—. Ha sido el primero en darse cuenta de lo que sucede —explicó—. Se mueven en silencio pero se mueven, al fin y al cabo.

—Entonces, es cierto —dijo Fan-Wolfert—. Ya ha comenzado.

—¿Qué ha comenzado? —preguntó Kobe, con la horrible sensación de que ya conocía la respuesta.

—La guerra, capitán, estamos en guerra.

—Y no una guerra como las otras —dijo Fan-Wolfert contemplando el ejército de máquinas que se extendía a sus pies—. Una guerra que enfrentará los poderes ancestrales del planeta y la tecnología. La batalla por el futuro está a punto de comenzar.

*

—¿Entiende por qué está aquí, Capitán? —le preguntó el Coronel mientras caminaban entre las máquinas. Kobe tenía los ojos completamente abiertos con la expresión embobada de quién descubre maravillas allá donde mire.

No solo estaban los gólems, como los había llamado el ingeniero, también estaban las extrañas máquinas con hélices en las que en ese momento trabajaban una legión de mecánicos, y los vehículos acorazados. Todos recubiertos por una fina capa de pan de oro que les daba ese aspecto como salido de una leyenda. Según el ingeniero, el oro les permitiría soportar los ataques de un vincio de fuego.

—¿Vuelan? —preguntó, señalando a las máquinas con hélices.

—Faltan algunos ajustes pero sí, vuelan —contestó el ingeniero—. Mucho más rápido que un dirigible. Casi comparables en maniobrabilidad a un vincio con planeador.

—Capitán Kobe —insistió Isaowe—, ¿entiende por qué está aquí?

—Solo en parte —admitió—. He descubierto algo que ustedes sospechaban que iba a pasar, pero que no han sido capaces de ver por su cuenta. ¿Es eso?

—Algo así —admitió el Coronel con una sonrisa torcida—. Capitán, ¿sabe algo de lo que sucedió en el este de Heria? En los informes se habla de ellos como la Visión de Dante. ¿Le suena?

—No, la verdad —dijo Kobe, negando con la cabeza—. No suelo ocuparme de grandes casos. Si conoce mi expediente, verá que estos últimos años he estado centrado en casos más locales.

—Sí, eso es algo que me ha llamado la atención. Una prometedora carrera, un meteórico ascenso y, de repente, nada. Lo deja todo y se va a las provincias. ¿Sucedió algo que le hizo cambiar su rumbo?

—En realidad, sí. Llegó Suke. No podía enfocarme en mi carrera y cuidar de mi hijo al mismo tiempo. Tuve que sacrificar algunas cosas, pero lo volvería a hacer con gusto. Siento no ser la persona que esperaba —dijo, creyendo percibir un brillo de decepción en la mirada de su superior.

—No me decepciona —replicó este—, más bien al contrario; admiro su decisión. Aunque admito que me entristece ver cómo se desaprovecha un talento como el suyo.

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now