La televisión se apagó de un momento a otro, al igual que todos los aparatos que funcionaban con electricidad: el microondas, la moledora de café, las luces... un silencio sepulcral invadió el lugar. Fruncí el ceño, confundido, mientras sentía a mi corazón comenzando a latir más rápido y un nudo en mi garganta que poco a poco me ahogaba cada vez más.

¡PLAM!

El rostro desfigurado de algo parecido a lo que fue un humano se estampó contra el vidrio frente a mí. La gente gritó asustada, yo retrocedí de un salto levantando ambas manos. ¿Qué demonios era eso? Comenzó a golpear la cara contra la ventana con lentitud pero cada vez con más fuerza... Yo estaba paralizado, me sentía incapaz de moverme... ¿era otra de mis alucinaciones?

No... no podía ser, los demás también estaban asustados. El vidrio se rajó bruscamente y ya se podían oír los tétricos lamentos de aquella criatura, pero otros le acompañaron por detrás pues más de esos adefesios se acercaron a la cafetería. Aunque no quería creerlo ni aceptarlo; esos podridos dientes, ese rostro desfigurado y ensangrentado, esos ojos vacíos, ese andar lento y cojo, ese hedor a carne podrida... eran los rasgos de un zombie.

—Todos, ¡vengan por aquí! —nos llamó la dependienta del lugar.

Solo unos pocos reaccionamos al primer momento y la seguimos hasta la salida de emergencia que estaba cubierta por una puerta de metal. A ella le costó abrir la puerta pues sus manos temblaban sin control alguno.

—Si quiere lo hago yo —se ofreció Lisa Amber y varias personas se voltearon a mirarle, pero la camarera solo la ignoró.

Por fin abrió la puerta, pero solo para dar paso a un zombie que se abalanzó sobre ella con premura, clavándole los dientes en el cuello y botándole al piso con un estrepitoso impacto. Los demás clientes gritaron, pero un aguerrido hombre corpulento tomó uno de los cuchillos de cocina y perforó la nuca del muerto viviente que se agitó en su lugar aun sosteniendo el cuello de una gimiente camarera que poco a poco se iba poniendo más y más pálida por la pérdida de sangre.

La criatura al fin dejó de moverse y el hombre vio fijamente a la dependienta quien le veía con ojos de súplica. El sujeto no dudó ni un momento y con el cuchillo sin limpiar, rebanó el cuello de la pobre mujer. Ante los gritos asustados de la gente, él solo dijo.

—Era mejor que dejarla desangrándose aquí.

Ese hombre sería llamado después "El Gordo".

Todos los clientes salimos de la cafetería al fin, entre el nubarrón de polvo y el susurrar agudo del viento; escuchaba gritos horrorizados de gente que huía despavorida, oía sonidos viscerales de gente siendo devorada por aquellas horrendas criaturas. Veía siluetas desesperadas y yo... no sabía dónde demonios ir. ¿Qué era lo primero que se hacía cuando ocurría una situación de emergencia? Las películas me habían enseñado que era muy fácil conseguir armas y nadie te atacaba mientras buscabas provisiones...

Pero esto era la vida real.

—Vamos al Norte —propuso el Gordo, las diez personas que estaban detrás de nosotros, pudieron esbozar expresiones de confusión en medio de su palidez.

—¿A dónde se supone que llegaremos? —pregunté con la voz quebrada y temblorosa.

—A la mansión de Ben Across, es un traficante de armas que vive en esta ciudad —explicó el hombre—. Seguro que no se negará a ayudarnos si nos ofrecemos a ser de utilidad.

Siete de los diez, rechazaron la idea del Gordo. Con nosotros se quedaron Lisa Amber, su novio horrible y Leila, la que sería la cocinera después y llevaba a su bebé en brazos. Yo me quedé porque demonios, no había otra opción. Tal vez si se me ocurría otra, me separaría de ellos.

CarnadaWhere stories live. Discover now