—Goku estaría orgulloso. —Aguantó la risa—. ¿Será por esto que Ana parece temerme?

Compuso una expresión de suficiencia al escuchar la forma en que Ana golpeaba y arañaba la puerta con desesperación. Quería entrar en la habitación para cobrar venganza, pero no tenía la fuerza suficiente para hacerlo. Víctor recordó lo que Hans le había dicho esa misma tarde: tal vez tenía razón y él era más fuerte que la bestia. Tal vez podía ganarle. Sonrió de nuevo al contemplar esa posibilidad. Una diminuta luz de esperanza en medio de ese túnel oscuro.

Sin prestarle más atención al escándalo que Ana producía —y que estaba convencido solo él podía escuchar—, abrió la llave de la ducha, templó el agua previo a desvestirse y se metió. No supo en qué momento el lugar se cubrió de silencio ni mucho menos hacia dónde había ido Ana.

***

A mitad de la noche, un viento suave arrastraba algunas hojas sobre el piso. Había un leve aroma a tierra mojada, lo que auguraba lluvias próximas. El canto seductor de los grillos al atravesar el silencio ingresó en la habitación de Víctor, pero en ese momento, a pesar de tener los ojos bien abiertos, él era incapaz de escuchar.

La piel de Víctor tenía una coloración blanquecina, lo que hacía sobresalir el morado de las ojeras que había bajo sus ojos, mismas que se pronunciaban a cada segundo. Las pupilas del muchacho se dilataron de forma tal que sus iris casi se vieron devorados por ellas. Abrió la boca despacio y todo su cuerpo empezó a temblar. De pronto, y con un movimiento brusco, la espalda de Víctor se enarcó hacia atrás hasta el punto de casi romperse. Sus ojos se tornaron blancos y las venas de su cuerpo se marcaron.

Ana subió al cuerpo de Víctor y le colocó una de sus putrefactas manos en la boca. Quería callarlo. Se llevó el dedo índice hasta los labios a modo de burla; despacio, como si disfrutara de cada segundo. Ana deslizó la mano que tenía sobre la boca de Víctor hasta su cuello y comenzó a estrangularlo.

La casa vibró de forma violenta, como si se tratara de un sismo. Ana, por fin, le revelaba su verdadero poder a Víctor. Entre patadas y tirones, el muchacho se retorció bajo el peso de la criatura. En sus expresiones faciales podía leerse el esfuerzo que hacía para arrancársela de encima. La mirada de Víctor se topó con las cuencas vacías de la bestia y, en su desesperación, logró hacer uso de todas sus fuerzas para mover la mano derecha y acertarle un golpe en la cara. Ana voló y se estrelló contra la pared de enfrente hasta terminar sepultada por una pila de libros que él tenía en el escritorio.

Entre arcadas y jadeos, el joven luchó por incorporarse; el pecho le dolía. Debajo de los libros no había movimiento alguno, pero Víctor estaba seguro de que ella seguía ahí: la repugnancia de su aroma putrefacto aún torturaba su olfato. Víctor caminó despacio hasta los libros, estaba dispuesto a tener un último enfrentamiento con Ana esa misma noche, sin embargo, el fuerte ruido de la puerta al abrirse de golpe lo paralizó.

Susy estaba de pie en el umbral de su cuarto y lo miraba confundida con las pupilas dilatadas. Un segundo más tarde, el olor se desvaneció. Víctor no evitó preguntarse por qué Ana insistía en ocultarse de Susy, ¿acaso no era su objetivo final? El cuerpo le tembló, era angustiante no conocer con certeza las intenciones de la criatura. Desvío la mirada una vez más hacia los libros: Ana se había marchado, pero él aún no se sentía tranquilo.

Por su parte, Susy estaba confundida por el extraño comportamiento de su hermano, y eso la hacía sentir asustada. Lo sentía distante y cada vez más ajeno. La niña abrió la boca para cuestionarle lo que sucedía, sin embargo, se vio interrumpida por sus padres, quienes ingresaron en la habitación de forma abrupta. Ante sus rostros de angustia, los dos hermanos agacharon la cabeza.

Papi, estoy de regreso [S.O. #1] (COMPLETA)Where stories live. Discover now