Capítulo 2

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Se despertó sobresaltado. Lunes, por fin.

Haymitch saltó de la cama y se vistió a toda prisa. Apenas comenzaban a despuntar las primeras luces del amanecer, pero no quería que el aerodeslizador se fuera sin pedirle explicaciones a los pilotos. ¿Qué demonios estaba pasando en el Capitolio? ¿Qué era eso tan importante que tenían que solucionar para que no le pudieran traer una maldita carta?

En el fondo, le hubiese gustado que les trajeran las provisiones en tren. La carga y descarga era más lenta, y era más fácil romper las vías si no le daban la información que quería. Pero tendría que conformarse con correr hacia la zona de aterrizaje, esperar la llegada de la nave y rezar para que el paquete fuera realmente pesado y tardaran un rato.

Se envolvió en una cálida bufanda de lana y se colocó su gorro favorito. Con las manos en los bolsillos, recorrió el camino que separaba su puerta de la verja de la casa. Echó un vistazo al jardín de al lado. Echaba de menos las prímulas que Peeta plantó cuando llegaron, y que ahora se escondían bajo la nieve.

No había pasado demasiado tiempo con Prim, pero fue el suficiente para que la pequeña niña rubia le robara el corazón. Su tenacidad, su deseo de ayudar a los demás, eran realmente admirables. Una lástima lo que la ex presidenta les hizo a todos los niños del capitolio. Una lástima, y un asco. La verdad es que tuvo lo que se mereció, aunque por culpa de que la chica en llamas lo hizo sin dar explicaciones se encontrara ahora en el culo del mundo.

A raíz de la guerra, los habitantes de Panem se habían mudado al Capitolio para curar a los heridos y hacer de la nueva situación del país algo plausible y fácil al principio. Los supervivientes de los distritos ocuparon las casas que quedaron en pie, y crearon nuevos hogares a los que se habían acabado acostumbrando, ya que ahora no se les dividía por el recurso que podían aportar al capitolio, sino que podían vivir donde les apeteciera, cerca de amigos nuevos y antiguos, y aportar al país aquello para lo que tenían talento. Una nación tan llena de rencor necesitaba un cambio, y ese era un buen principio.

Haymitch pasó la entrada de la aldea de los campeones a paso ligero, dejando tras de si un rastro de pisadas. A veces odiaba que sus huellas se quedaran marcadas, sobre todo cuando quería perder de vista a Katniss y Peeta durante un rato.

Llegó a la pista. Por suerte, no estaba demasiado lejos de la aldea. Se sentó en una enorme piedra y escrutinó el cielo en busca del más mínimo atisbo de un aerodeslizador. El cielo se coloreaba de tonos azulados a medida que el sol salía, y una mirada no se apartaba de él. No necesitaba pensar en lo que iba a decir, llevaba mucho tiempo dándole vueltas en la cabeza.

Por fin, en el horizonte, se empezó a dibujar la silueta de una nave. Haymitch se puso de pie en la roca, observando cómo se acercaba a gran velocidad. Al comenzar a aterrizar, se cubrió el rostro con el brazo para protegerse del aire, pero apenas había tocado tierra cuando bajó de un salto y se colocó bajo la puerta de salida.

-¡Eh, vosotros! -gritó al aire. No le hizo falta que abrieran la puerta para imaginar sus caras de exasperación. Si ellos estuvieran en su misma situación, también harían lo mismo, de eso estaba seguro.

De un salto, los dos operarios bajaron del aparato, como cada semana. Y, como cada semana, se dirigieron directamente a la parte trasera para bajar la carga. Pero esta vez Haymitch no estaba dispuesto a dejarles marchar.

-Más os vale decirme qué se está cociendo en el Capitolio si no queréis que coja los mandos de ese aerodeslizador y me plante yo mismo allí.

Los trabajadores se miraron. Haymitch notó una expresión extraña en sus caras, pero al recibir un leve asentimiento por parte de uno de ellos pudo respirar tranquilo. El conductor subió a la cabina y encendió el motor mientras el copiloto le hacía una señal para que le ayudara a bajar una de las cajas. Al acercarse, le susurró al oído:

-Hay movimiento, novedades, pero no podemos decir nada. Pronto tendrás novedades, palabra -se alejó, y contó en voz alta-, uno, dos, tres.

La subida de la caja pilló de improvisto a Haymitch, que estuvo a punto de dejar caer todo el contenido por el suelo. Por suerte, sus reflejos se reforzaron durante su estancia en los juegos. Abrió la boca para preguntar, pero una mirada de advertencia por parte del confesor le hizo cerrar el pico. ¿Qué demonios estaría pasando en la capital?

En poco tiempo, subieron las cajas a unos deslizadores y las llevaron hasta las viviendas. Con un gesto militar, se despidieron del habitante de mayor edad del Distrito 12, que se abalanzó sobre las cajas desesperadamente. Solo necesitaba una palabra, un zapato y un mechón de una de esas horribles pelucas, cualquier cosa que le dijera que Effie estaba bien, no era mucho pedir. Por fin, entre un par de paquetes de harina, vio una caja de las galletas favoritas de su chica.

"Bingo", pensó.

Abrió la caja sin prestar mucha atención al dulce contenido. Su instinto goloso no era el que primaba en ese instante. Esparció las pastas sobre la mesa para encontrar un sobre en el fondo pegado con celo. Sin esperar, lo abrió, encontrando una nota con letra apresurado.

Estoy bien. Prometo novedades en el próximo envío. Te quiero.

Giró el papel, buscando algo más escrito. Corrió hasta el gas, encendiendo el fuego y acercando el papel, con la esperanza de encontrar una especie de tinta invisible como la que usaba de pequeño para escribir cartas a su hermano mayor. Nada.

Enfurecido, arrojó al suelo todo lo que descansaba sobre la encimera. El suelo se cubrió de cristales en medio de un enorme alboroto, cortando la piel que encontraron a su paso.

La puerta de la casa de al lado se abrió y unos pasos a la carrera se acercaron por la entrada trasera. Peeta entró en la cocina, encontrándose a Haymitch goteando sangre.

-Nada... no dice nada...

Y todo se volvió negro.

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⏰ Last updated: Mar 20, 2017 ⏰

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Mi chica [Haymitch y Effie] [Los Juegos del Hambre]Where stories live. Discover now