Capítulo 10: Cuando la guerra llama a tu puerta (3ª parte)

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Suke desvió la mirada apesadumbrado, la verdad era que envidiaba el valor de su amigo, aunque en ese momento no fuera lo más prudente.

—¿Cuántas veces tengo que decirlo? —preguntó el vincio más alto empezando a perder la paciencia—. Dejad los cuchicheos y subid las malditas escaleras. Hace rato que os están esperando.

—¿Esperando? —Aunque Reyja mantuvo su expresión desafiante, la sangre abandonó su rostro. Estaba asustado—. ¿Quién me está esperando?

—Adivina —se burló el vincio más bajo y robusto—. Él habla de ti a todas horas.

—A ver si acierto —dijo Reyja con una sonrisa enfermiza—, pelo rojo, ojos rojos, piel roja...

—Oh, caliente, caliente.

El joven alzó la barbilla en un gesto consciente de superioridad, se puso recto y subió las escaleras como el marqués que era. Abrió las puertas de par en par y entró en el amplio vestíbulo. Un murmulló le recibió. Suke se apresuró a alcanzarle. Se imaginaba que lo que sucedía con Reyja era algo que venía de antes, pero si su padre estaba implicado, quizá tuviera alguna oportunidad de proteger a su amigo. «Me lo debe», se dijo. «Me lo deben todos», se repitió mirando de soslayo a los vincios que le custodiaban. Allí, en el amplio vestíbulo de la mansión, había una pequeña multitud, custodiada por otro vincio de tierra. Sobre su cabeza, columpiándose en la enorme lámpara central, había un personaje de piel azulada y melena blanca, un vincio de aire.

Era extraño ver un vincio de aire, eran muy escasos y su talento muy codiciado. Solían gozar de una libertad envidiable dentro de la esclavitud a la que, como todos, estaban sometidos. Pero su peculiar y sensible dominio de su elemento los convertía prácticamente en inútiles cuando se perdía su voluntad. Ahora, incluso en una situación así, el vincio de aire se mantenía alejado del resto, observándolo todo desde las alturas.

Reyja miró de reojo al extraño personaje pero no le prestó demasiada atención. Estaba demasiado ocupado intentando localizar a alguien entre la pequeña multitud. La mayoría, criados y personal del servicio de la mansión, pero también había algunos personajes que debían ser vecinos. En total, una veintena de rehenes sin contarles a ellos dos. Nada que hacer contra cuatro vincios.

—¡Valenda! —exclamó Reyja al localizar a su hermana. Corrió hasta ella y la abrazó con fuerza—. ¿Estás bien? —preguntó, parecía asustado—. ¿Te han hecho daño? ¿Y Pazme? ¿Y papá?

—Estoy aquí —dijo su madrastra abriéndose paso entre el personal del servicio—. Tu padre está en el hospital, no he podido advertirle.

Reyja abrazó a su madrastra en un acto impulsivo que sorprendió a la mujer. Puede que la tratara con dureza y que a veces parecía que la despreciara, pero Reyja quería mucho a su madrastra, y solo en ese momento Pazme era consciente de ello.

—¡Suke! —exclamó Valenda arrojándose a sus brazos sin dejar de llorar—. Todo es culpa mía, lo siento. No quería que nadie más sufriera pero... llegó él y yo... Reyja —exclamó, volviendo con su hermano—. Es él, ha vuelto. Dice que... dice que...

—Shh —dijo Reyja acariciando su cabeza con dulzura—. No te preocupes, Val, yo me ocuparé de todo. Tranquila, ¿eh? Quédate con Pazme y no te preocupes, no dejaré que te hagan daño.

—¿Qué está pasando, Reyja? —preguntó Suke, en un susurro—. ¿Por qué nos han traído a todos aquí?

—No lo sé —confesó su amigo, agitando la cabeza con pesar—, pero creo saber quién está detrás. Creo que estás a punto de conocer a mi pesadilla. Solo espero que no os afecte a vosotros —dijo—. Lo siento.

El Alma en LlamasWhere stories live. Discover now