2 - Las Reglas del Traficante

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Caminamos en silencio y con mucho sigilo a través de las calles de lo que una vez fue el centro del pueblo. Pasamos al lado de mi librería favorita, en donde compraba libros de poemas que solía dedicar a mi musa Lisa Amber con sórdida ingenuidad. Entremezclados con restos de pedazos de vidrio, los libros han de haber absorbido la sangre de la mujer que solía atender ahí y que fue aplastada por varios estantes que por efecto dominó y empujados por los muertos vivientes, cayeron sobre su cabeza. Mejor muerte que ser devorada por zombies, supongo.

A solo dos bloques del supermercado se encuentran las ruinas de la cafetería que solía frecuentar en mi otra vida, para observar a Lisa mientras ella solo estudiaba sus libros de texto o se veía con su feo novio que tuvo la suerte de no ser mi alumno en la universidad. Ésa se encuentra cuatro cuadras más allá, pero dudo mucho que lleguemos hasta allá.

—Ya cállate —el Gordo le da un zape en la cabeza al chico carnada, que no para de sollozar en silencio a través de la cinta que le han puesto en la boca para que deje de vomitar.

Entramos al supermercado sin mucho preámbulo, pues las puertas se encuentran partidas por la mitad. No es un lugar tan grande y aun tiene una buena dotación de comida, seguro durará hasta que Ben Across se canse de mantener refugiados y decida irse a otra localidad a sembrar más terror.

El traficante se dirige a mí, no puedo ver bien su expresión a través de su máscara de oxígeno. Pero no es como si echara en falta sus retorcidas facciones. Me alcanza un saco de hilo mugriento que recibo sin quejarme.

—Kal, mete aquí todo lo que necesites —me ordena.

Asiento con la cabeza y escoltado por el Dientes Podridos, procedo a cumplir con mi cometido. Meto más que nada lociones, pequeñas botellas de shampoo y bloqueadores solares. Trato de leer los ingredientes de cada marca que meto a la bolsa para no llevar nada inútil que me haga mayor peso, aun a pesar de la penumbra y mi respiración empañando el vidrio derecho de mis gafas a causa del barbijo que llevo. El Gordo vigila la entrada mientras los otros dos toman provisiones de conserva, pues lo natural se ha podrido hace mucho.

Después de quince minutos, el Gordo levanta el dedo índice señalando el techo, exigiendo silencio.

—¿Oyeron eso? —pregunta con un ligero temblor en su voz.

—Yo no... — comienza el Dientes Podridos.

—Shh...

Un lastimero gemido desganado inunda nuestros tímpanos cuando un grupo de al menos veinte zombies pasa por fuera del supermercado. Su andar lento y errante hace que muevan sus podridas cabezas de un lado a otro en una expresión de idiota sorpresa mientras continúan articulando esos estúpidos pero tenebrosos lamentos. No han notado nuestra presencia, pero tengo la piel de gallina y he comenzado a sudar frío. Estoy temblando, mierda. No quería volver a ver a esas criaturas.

Mis compañeros no mueven ni un dedo mientras la procesión pasa de largo nuestra ubicación. Pero esa quietud de pronto se ve perturbada por el chico carnada que comienza a agitarse con desesperación ante la idea de ser devorado por esas feas criaturas, se suelta del agarre de uno de los secuaces y cae con pesadez al suelo. Hace un escándalo terrible mientras con lágrimas en los ojos y a toda velocidad, gira su cuerpo semidesnudo sobre el sucio suelo del supermercado.

El Gordo se da la vuelta y le propina un puntapié en el estómago, tan fuerte que creo que le ha roto dos o tres costillas. Los otros, incluido Dientes Podridos lo sujetan con violencia para que no se mueva más a pesar de que aun pelea por su vida. Pobre desdichado.

Pero entre todo ese patético espectáculo, los muertos vivientes de la calle se han detenido de un momento a otro. Comienzo a respirar más rápido al darme cuenta que dos, luego tres, cinco y más, comienzan a voltear sus miradas hacia nosotros. Aseguro el saco de ingredientes con la vieja cuerda y me la cuelgo a la espalda intentando conservar la calma mientras los malandrines suben sus ametralladoras.

Me siento morir un poco cuando un chillido desgarrador hace eco en las paredes del supermercado... y proviene del almacén que está detrás de nosotros. El estremecimiento helado recorre mi columna vertebral y me sostengo la cabeza con las manos, siento que estoy a punto de orinarme sobre mis pantalones, pero estoy tan concentrado en la cosa que sale poco a poco por la puerta; que lo olvido todo, incluso a Lisa Amber.

Lo primero que se asoma es una mano esquelética con restos de músculos y por encima, poco a poco... un horroroso rostro deformado con pedazos de carne que han de haber sido arrancados por una bestia de similares características. Sus fosas nasales emiten un feo hedor cada vez que exhala con fuerza. Parece un insecto de cuatro patas agazapado en la nada, pero preparándose para saltar contra nosotros.

—¡Mierda, una parca! — exclama Ben Across y se dispone a dispararle, pero pronto, es distraído por la horda de zombies que ha entrado al supermercado en busca de sustento...

El Dientes Podridos y los otros dos, tratan de dispararle a la bestia anormal que está a punto de arremeter contra nosotros. Pero el maldito chico carnada, en medio de sus convulsiones, les empuja y les hace fallar los tiros. La "parca" se impulsa sobre sus piernas traseras, se eleva en un rapidísimo salto y se estrella contra uno de los secuaces del traficante, que cae como costal de papas mientras la explosión de sangre no se hace esperar, la criatura le ha propinado una fulminante mordida en el cuello que le ha quitado la vida de forma instantánea.

La criatura levanta la rápida y horrenda mirada desfigurada hacia mí y no puedo más que retroceder uno... dos pasos. La imagen que sucede a continuación pasa tan lento y a la vez tan rápido que apenas tengo tiempo de reaccionar: El Gordo, que ha estado ayudando a Ben contra los normales, se da la vuelta y casi al mismo tiempo en que el monstruo anormal arremete contra mí; con ambos brazos infladísimos, levanta al chico carnada en alto, como si fuera un escudo.

La criatura se estrella contra el cuerpo con las fauces abiertas y el chico ahoga un rugido lastimero de dolor mientras la sangre y restos de vísceras chorrean al suelo con vehemencia. Lo peor es que el joven sigue con vida y la criatura se dispone a seguir disfrutando del festín mientras aun respire y su sangre esté caliente. Ben Across no duda un segundo y aprovecha el momento para asestarle un disparo limpio en media cara... luego dos... luego tres. Mientras el Gordo regresa a cubrirnos de los normales.

Solo cuando la "parca" cae inerte, puedo notar que ésta en particular, lleva un cuchillo de carnicero clavado en la lánguida espalda. Alguien ha de haber tratado de matarle usando un mecanismo tan precario. Desde entonces, he denominado a esas bestias "Carniceros".

Es más que seguro que todo el tumulto alertó a los zombies más cercanos, por lo que me jalan del hombro y me obligan a correr fuera del supermercado y de vuelta a la camioneta. Sano y salvo, con el saco de productos a la espalda y jadeando sin control; me doy la vuelta por última vez y veo la impresionante escena.

Sé que nunca olvidaré al monstruo, ni al chico carnada que morirá por desangramiento, pues nadie ha tenido la gentileza de darle el tiro de gracia. Así es como trabaja el traficante Ben Across. Mi mirada se cruza con la del chico carnada una última vez. Pero lejos angustia o lamentaciones; ese brillo refleja una sola cosa:

Odio.

Continuará...

CarnadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora